La Nochevieja de mi amigo

Un toque de humor para empezar el año

Ricardo Junquera

Ricardo Junquera

Con su permiso, transcribo un correo que me ha remitido un amigo sobre lo que le pasó en Nochevieja. Allá va:

"Hola Ricardo; voy a comentarte brevemente los sucesos que me acontecieron la pasada noche de fin de año; sé que pueden parecer inverosímiles, pero te los cuento tal cual pasaron: mi novia me propuso ir a cenar y tomar las uvas con sus padres, que además me insistía en que ya era hora de que los conociera. Sí, buena hora fue. Ya verás.

Parte de lo que pasó tuvo su origen con anterioridad. Ya sabes que voy bastante a natación, y que tengo un cuerpo muy peludo; los compañeros de piscina me insistían en que al menos me depilara las piernas, que ellos también lo hacían. Y así fue que, torpe de mí, se me ocurrió hacerlo en el entretiempo de la tarde, antes de salir para la cena. Hice lo que leí que había que hacer con aquellas cremas e historias, pero la madre del cordero, cómo me escocía aquello; insoportable. Decidí no depilarme más que una pierna y dejar la otra para el día siguiente. Total, qué más da, pensé. Y como no aguantaba el roce de la ropa interior, me puse unos calzoncillos tipo tanga de leopardo que encontré en el cajón y que hacía años me regaló de broma una antigua amiga. Qué más da, volví a pensar.

En estas me llamó mi novia y me pidió que aunque no llevara corbata, si tenía algún traje si me lo pusiera; que sus padres eran muy formales y tenía que causar buena impresión. Me puse un traje que tenía de hace años y había usado muy poco. Me quedaba bastante estrecho, pero no se notaría mucho, volví a pensar también.

Y allá que fui a casa de mi novia, a conocer a sus padres. Y sí, muy formales; ella, una de estas señoras que no se acaba nunca; él, con una aparente mansedumbre bovina pero con un trasfondo de mala leche fatídico e incuestionable. Y después de las presentaciones y sonrisas de rigor, nos sentamos a cenar. Y plas, nada más sentarme constato que la entrepierna del pantalón me ha reventado. La leche, a ver qué hago ahora; a levantarme lo menos posible y siempre culo a la pared, pensé. Y otro plas, la buena señora preparó una cena a base de marisco, al que soy alérgico. Y como para decirle que no. Bueno, pues habrá que intentar comer lo menos posible y esperar que no me haga mucho efecto. Tampoco es cosa de ser desagradecido la primera vez.

Pero no, al rato ya empecé a sentir los efectos de la alergia: noté como los labios y la cara se me empezaban a hinchar, y a sentir sensación de mareo. Pedí disculpas y me levanté al baño, a ver si se me pasaba. Me eché agua por la cara y aproveché para quitarme el pantalón y ver el roto. Y en ese momento el mareo aumentó su visita. Me acerqué a la ventana, subí la persiana, que estaba bajada y saqué la cabeza, para que me diera el aire. Y cuando estaba con la cabeza fuera, bimba, la persiana que debía de estar rota cae sobre mi cuello, me aprisiona y me impide moverme, que además yo ya casi no podía. En ese momento unos niños que estaban en la calle me ven y empiezan a gritar: “Mira, un señor que se quiere suicidar.” Y yo, con la lengua hinchada, no podía contestar y explicar lo que me pasaba. Y llegaron unos paisanos y me empezaron a llamar y a decirme que tranquilo, que la vida era maravillosa y que no valía la pena suicidarme, y mientras tanto llamaron al 112; ahí me apercibí de lo bien que funcionan nuestras emergencias. Al muy poco llegó un coche de la Policía Nacional y después otro de los municipales. Vaya fiesta. Y los oí entrar en el edificio, y en el piso de los padres de mi novia, y cómo llamaban a la puerta del baño, y como la rompían, y como me encontraron allí, con la cabeza fuera, los labios y la cara como los de la Carmen de Mairena, los brazos colgando, el culo dentro y en pompa con el tanga de leopardo, una pierna depilada, otra no, y expeliendo flatulencias producto de la alergia. Pero qué es esto, oí que preguntaban. Enseguida llegó también una ambulancia y un camión de bomberos, o sea la baraja completa. Qué momento. Me llevaron al hospital y me pusieron una inyección de epinefrina entre las sonrisas benévolas y socarronas de los sanitarios. Y para casa. La verdad es que ahora no sé qué hacer. No quiero perder a mi novia, pero creo que lo tengo difícil".

Y así acaba el mensaje. Lo cierto también es que no sé si aconsejar a mi amigo que mande un ramo de rosas a la muchacha o directamente un melón a casa de sus padres. Ese partido creo que no tiene prórroga. En todo caso, no sobra empezar el año con algo de humor.

Ah, y por supuesto, que este año que entra nos deje en paz.

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