Los llamaban «likvidátor», «liquidadores». Héroes que, en mangas de camisa, sirvieron de escudo humano contra la radiación que se escapó por las brechas del IV reactor de la central nuclear de Chernobil, en la antigua Unión Soviética, la madrugada del 26 de abril de 1986. De su hazaña, y de una explosión de consecuencias equivalentes a más de cien bombas atómicas que causó el más grave accidente nuclear registrado hasta la fecha, se cumplen el próximo martes 25 años de historia. Entre las cifras que desde entonces describen el horror nuclear de Chernobil, las estadísticas oficiales suman más de 100.000 muertos, y hablan de millones de personas que, aún hoy, viven afectadas por la radiación. Las consecuencias de lo que ocurrió aquella madrugada del 26 de abril en Chernobil se discuten en el foro con el que Ucrania conmemora el 25.º aniversario de la catástrofe. En él participan varias de las más altas autoridades mundiales. También una delegación científica de la Universidad de Oviedo.

A diferencia de los operarios que, tras el accidente causado por el terremoto y el maremoto que prácticamente asolaron el este de Japón, hoy trabajan en la central de Fukushima, los «likvidátor» soviéticos no disponían de equipos ignífugos ni guantes, máscaras o botas especiales para protegerse de la radiación mientras trataban de contener el incendio declarado en el reactor. «Son héroes, igual que los veteranos de guerra», afirmaba la pasada semana en la prensa ucraniana el presidente de la Unión Chernobil de Rusia (UCR), Viacheslav Grishin. «Las sociedades rusa, ucraniana y bielorrusa reconocen su hazaña, pero el Estado no la valora en su justa medida. Las medallas no les dan para vivir una vida digna. Es una gran injusticia», sentenciaba. De los miles de liquidadores que participaron en la extinción del fuego y en la construcción del sarcófago de hormigón que cubre el reactor, Chernobil condenó a 62.000 de ellos a la invalidez.

Si las autoridades al mando viven hoy de espaldas a las víctimas, como denuncia Grishin, durante las primeras horas tras la catástrofe nuclear tampoco se hicieron cargo de la gravedad del accidente en Chernobil, la tercera planta nuclear soviética, la considerada más segura y que, además de energía, producía plutonio para uso militar. La primera explosión fue documentada a las 01.23.48 horas del 26 de abril, pero el Gobierno soviético sólo admitió la catástrofe, bajo presión internacional, el 28 de abril. Los empleados de la central nuclear sueca de Forsmark, a 1.100 kilómetros de Chernobil, fueron los primeros en dar la alarma.

Para entonces, tras una primera explosión que lanzó al aire la cubierta del mil toneladas del reactor, y una segunda que desencadenó el incendio, la nube radiactiva había alcanzado ya Bielorrusia, antes de continuar hacia Escandinavia, Austria, Alemania y el Reino Unido. Los primeros 40.000 habitantes de la cercana ciudad de Prípiat, parada en el tiempo tras la catástrofe, fueron evacuados 36 horas después del accidente, dando inicio al éxodo de más de 135.000 personas afectadas ya por la radiación.

A la conferencia «25 años de la catástrofe de Chernobil, seguridad futura» que se celebra en Kiev asisten el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon; el presidente de la Comisión Europea, el portugués José Manuel Durão Barroso, o el presidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich. Invitados por la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania (NASU), de la Universidad de Oviedo se han desplazado a Kiev investigadores como Sergei Khainakov o Santiago García-Granda, además del gerente del «cluster» de Energía y Medio Ambiente de la Universidad, Enrique Jáimez. Los dos primeros, junto a Olena Khainakov y Rubén García, participan desde Oviedo en un proyecto conjunto a nivel europeo con los ucranianos Vladimir Strelko y Vladimir Saitsev.

La investigación en la que interviene el equipo asturiano, que se inició en vida del ex rector Julio Rodríguez, pretende mejorar las técnicas de eliminación de contaminantes procedentes de un accidente nuclear en el suelo y, sobre todo, «los disueltos en agua», explica García-Granda. Veinticinco años después del desastre nuclear, Chernobil se ha convertido «en un laboratorio tremendo», añade el catedrático de Química Física, «en el que se dan enfermedades y procesos que no aparecen en otro sitio del mundo».

Con la explosión se liberaron seis toneladas de dióxido de uranio, además de sustancias como el cesio 137 (con una vida media de 30 años) o el plutonio 239 (con miles de años de vida). Tras quedar depositados en el suelo fueron a parar a los ríos con la lluvia, llegando a contaminar, según Greenpeace, más de 45.000 kilómetros cuadrados de cultivos. En el cuidado de la salud de la población cercana a la zona de exclusión de la central y en la «remediación» del suelo, la Unión Europea (UE) ha invertido ya más de 500 millones de euros. «El objetivo de la reunión es que un accidente como éste no vuelva a ocurrir», añade el catedrático.

Durante los veinticinco años transcurridos desde la catástrofe nuclear, la solidaridad de los europeos no se ha canalizado únicamente a través de la vía económica. Verano tras verano muchas familias españolas, varias de ellas asturianas, han acogido casi como hijos propios a los llamados «niños de Chernobil». Menores que llevan a la espalda la trágica historia de destrucción, muerte, malformaciones y desarraigo que se escribe de forma paralela a la crónica del accidente. Más lejos, al otro lado del océano Atlántico, el Hospital Pediátrico de Tarará (Cuba) llegó a ser propuesto en 2007 al premio «Príncipe de Asturias» de Cooperación Internacional por su programa de atención médica a niños relacionados con el accidente de Chernobil.

Desde la capital ucraniana y para asegurar un mejor futuro a las próximas generaciones, Ban Ki-moon ha hecho un llamamiento para abrir un «nuevo capítulo» en la zona afectada por el accidente, mediante una mayor inversión económica y medidas para el desarrollo social. El secretario general de la ONU sostiene que es importante intentar eliminar las percepciones de que esta zona -donde viven cerca de seis millones de bielorrusos, rusos y ucranianos- «permanecerá contaminada para siempre», para poder empezar un «nuevo capítulo». «Honramos el dolor de todos aquellos atormentados por los efectos en su salud, en sus medios de vida y en el futuro de su familia», declaró Ban Ki-moon, «a aquellos que perdieron sus vidas, a los 6.000 niños que han desarrollado a posteriori un cáncer de tiroides, y a las decenas de miles de personas que tuvieron que abandonar sus hogares o tuvieron que ayudar en las tareas de recuperación».

Chernobil y Prípiat, que antes del accidente eran el hogar de más de 60.000 personas, son veinticinco años después de la catástrofe dos ciudades fantasma en la Óblast (región) de Kiev, cerca de la frontera con Bielorrusia. Incluidas en la zona de exclusión de la central nuclear -un área de 30 kilómetros cuadrados en torno al sitio del reactor-, desde el año 2002 se ha convertido en destino para los turistas. Aún hoy el gigantesco cubo de hormigón que cubre los restos del IV reactor es la única carrera para los 16 millones de curies de radiactividad que se calcula hay encerrados en su interior. Construido a toda prisa y terminado seis meses después del accidente nuclear -los «likvidátor» fueron también los responsables de esta obra-, sólo seis años después de la catástrofe, en 1992 y después de la desintegración de la URSS, las autoridades ucranianas se plantearon su renovación. Las obras del «nuevo sarcófago seguro», con un alto grado de peligrosidad debido a la radiación, comenzaron el año pasado, a cargo del consorcio francés Novarka. La estructura tendrá una altura prevista de 108 metros y una longitud de 150, con un coste estimado de 990 millones de euros. A esa cifra habrá que sumar otros 550 millones para hacer, del nuevo sarcófago, un refugio seguro.

Durante el foro de Kiev el presidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich, ha pedido a la comunidad internacional otros 740 millones de euros destinados a completar los programas de desactivación de la central nuclear, clausurada en 2000, con el apoyo del jefe de la agencia estatal ucraniana encargada de administrar la zona de exclusión que rodea la planta, Vladímir Jolosha. El presidente de la Comisión Europea, el portugués José Manuel Durão Barroso, anunció que la Unión Europea (UE) concederá 110 millones de euros para el proyecto. «Después del accidente de la central japonesa de Fukushima todo el mundo se ha convencido de que no hay ningún país que pueda afrontar solo, con sus propios medios, una catástrofe de esta naturaleza», aseveró Yanukóvich.

Más allá del impacto internacional que tuvo el desastre nuclear de Chernobil, en el mundo hay hoy 442 reactores nucleares operativos, repartidos en 29 países y con una potencia instalada de 375.000 megavatios, según datos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Otros 65 reactores están en construcción, y tras la crisis de Fukushima muchos países se plantean revisar la seguridad de sus instalaciones. Un cuarto de siglo después del mayor desastre nuclear registrado, la terrible sombra de Chernobil continúa presente, ya que 400 kilos de plutonio permanecen en las ruinas del reactor accidentado. En palabras del director general de la central, Ígor Gramotkin, «nos enfrentamos a un gran número de incógnitas. No sabemos con qué nos vamos a encontrar».