J. MORÁN

Uno de los personajes más destacado en los anales de la villa, Alfonso Enríquez (1355-1398), conde de Noreña y de Gijón, ha perdido a su historiador: Juan Uría Maqua, medievalista y catedrático emérito de la Universidad de Oviedo, fallecido el pasado domingo día 19 de julio a los 79 años de edad. Uría Maqua había publicado en 1975, en la revista «Asturiensia Medievalia», «El conde don Alfonso», el principal estudio sobre aquel personaje que a finales del siglo XIV se refugió en Gijón y se sublevó en varias ocasiones contra tres reyes Trastámara: Enrique II, del que era hijo bastardo; Juan I, su hermanastro, y Enrique III, su sobrino, quien finalmente mandó destruir aquel enclave norteño, sobre un cerro junto al mar, que era casi inexpugnable.

El último asedio, durante meses, y la destrucción de Gijón se produjeron en 1395. Después, la familia de Alfonso Enríquez -fallecido hacia 1398- se estableció en Portugal y a partir de ellos se funda el linaje de los Noronha. Un descendiente de Alfonso Enríquez, Marcus Noronha, conde de Subserra y residente en Lisboa, visitó Gijón en 2006 y dictó en el Ateneo Jovellanos una conferencia sobre sus antepasados. En aquel acto fue presentado precisamente por el historiador Juan Uría Maqua.

Con motivo de aquella visita de un descendiente del conde Alfonso Enríquez, Uría Maqua sintetizó para LA NUEVA ESPAÑA las característica de aquel personaje y del condado de Gijón, del que era titular junto a casi media Asturias, ya que había heredado de su padre los territorios de Gijón, Noreña, Villaviciosa, Nava, Ribadesella, Laviana, Cudillero, Luarca, o Pravia, entre otros.

«Los cronistas y autores coetáneos», explicaba Uría Maqua, «no han dejado semblanza del bastardo, pero es el prototipo de rebelde intrigante y ambicioso». Alfonso Enríquez venía a considerarse a sí mismo el jefe de la familia Trastámara, la dinastía que gobernó en Castilla (1369-1555), en Aragón, en Navarra y en Nápoles.

Como hijo primogénito del rey Enrique II, éste le hizo conde, «uno de los pocos que nombró el monarca», precisaba el historiador. Pese a recibir esta merced de su padre, «es posible que la meta de Alfonso Enríquez fuera la de crear un régimen nobiliario en beneficio propio, en el que los parientes del rey pasaran a ocupar los cargos importantes del gobierno de la Corona». Curiosamente, eso mismo había hecho su padre, Enrique de Trastámara, después Enrique II, cuando en 1355 también se ampara en Gijón y se revela contra Pedro I, su hermano. «Alfonso Enríquez es una contrafigura de su padre», sentenciaba Uría Maqua. Pero, además del personaje en sí mismo, en toda aquella historia de rebeldías de padre e hijo existía un factor común, un espacio geográfico determinado. «Siempre que se sublevan vienen a ampararse a las tierras difíciles de Asturias y, fundamentalmente, a Gijón, que es el cerro de Santa Catalina, prácticamente una isla casi inexpugnable», comentaba el historiador.

De hecho, un cronista de la época, Gutierre Díaz de Games, que escribe «El Victorial», describía que «en pleamar, con mareas vivas, quedaba como una isla», por lo que «Gijón era el reducto final, el núcleo de última hora, pero toda la Asturias agreste era tierra de riesgo».

La condición agreste de Asturias condicionaba asimismo el ritmo de los enfrentamientos bélicos de la época, ya que «había que pasar por aquellos puertos de montaña que podían estar seis y siete meses con nieve hasta arriba. Y a ver quién venía aquí a someter y a mantener un asedio largo, ya que al cabo de dos o tres meses tenían que dar la vuelta, porque ya llegaba el invierno», apostillaba Uría Maqua.

Ya en el primer asedio que sufre Gijón a causa del conde Alfonso Enríquez, la tropas del rey han de dar la vuelta porque «Juan I, que entra en julio, ve que se aproxima el otoño y dice que da la vuelta porque si se queda aquí le acorralan y le matan». Aquellas peripecias de finales del siglo XIV acreditaban a Gijón como una de las fortalezas más inexpugnables de Europa. El medievalista Juan Uría explicaba que «no cabe duda de que en el norte de España no hay baluarte igual. Desde luego, en lo que es la Europa occidental, destacan las costas acantiladas del Cantábrico, y en Asturias, cuanto más vamos al Occidente, los acantilados son mayores».

Era esa inexpugnabilidad «la que le da fuerza a Gijón en el sentido de que los señores quieran tener esa villa para su defensa. Ello le da un carácter señorial que de alguna manera encubre lo que pudo ser desde el punto de vista de las relaciones mercantiles y comerciales».

Y aunque, «esa situación de fortaleza y de señorío le resta dimensión comercial», hay que anotar sin embargo que «Enrique II -el de las Mercedes- concede una merced a Gijón en 1372 que consiste en la exención del pago de portazgos en todo el reino».

Sin embargo, pese a las condiciones geográficas y sociales de aquel Gijón, Alfonso Enríquez no alcanza sus objetivos. Tal vez porque «le faltó decisión por el carácter dubitativo que tenía, que ya se manifiesta incluso en el matrimonio con Isabel, hija bastarda de Fernando I de Portugal. Primero, dice que no quiere casarse; luego acepta, pero no convive con su mujer, y al final consigue la anulación, en 1378. Pero cuatro años más tarde, aproximadamente, vuelve a conciliarse con Isabel y mantienen el matrimonio hasta el final», relata el especialista en Alfonso Enríquez.

Sin embargo, aun contando con sus fracasos, aquella sucesión de hechos iba a deparar el nacimiento de una nueva institución, el Principado de Asturias, que en cierto modo nace contra Alfonso Enríquez. Juan Uría Maqua matiza que «para asegurar la dinastía Trastámara, que era una dinastía usurpadora y llevaba muy pocos años, Juan I hace príncipes de Asturias, y sucesores, a su hijo Enrique - después Enrique III - y a su futura esposa, la hija del duque de Lancaster; y afirma que esos herederos van a continuar la línea y no van a venir otros».

En esas circunstancias los nombra precisamente «príncipes de Asturias», y no de Galicia o de otro territorio. Tal denominación se explica porque «Asturias había sido el reino en el que se inicia la Reconquista, y eso habrá influido», pero el dato que relacionaba este hecho con Gijón es que «en esa época Juan I acaba de arrestar y de meter en prisión al conde Alfonso Enríquez, tres años antes, y además está diciendo en su testamento que aquellas tierras del conde don Alfonso sean siempre de la Corona. Asturias es Principado por eso, porque lo tiene ahí, muy cerca, y le trajo por la calle de la amargura el conde de Gijón y de Noreña».

En todo caso, Gijón fue totalmente destruido en 1398 porque «por un lado, Enrique III manda destruir la muralla y por otro, se habla de que la condesa Isabel quema la villa. Y también se dice que el pirata Harry Pay anduvo por allí y saqueó la plaza. Parece que Pay apoyaba al conde Alfonso», narraba Juan Uría Maqua. Tras Alfonso Enríquez, Gijón no levantó cabeza hasta dos decenios después.