El arzobispo emérito de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, es presentado en el último número de la revista «Vida Nueva» como «testimonio de reconciliación y perdón válido para nuestra sociedad actual, empeñada, por parte de algunas de sus instancias, en coquetear, de vez en cuando, con el abismo del rencor».

«Vida Nueva», que celebra este año el 50.º aniversario de su creación, y que cuenta en Asturias con numerosos suscriptores, ofrece una amplia entrevista realizada por el redactor jefe de la publicación, José Lorenzo, con el que fue pastor de los católicos asturianos entre 1969 y 2002. Merchán, de 82 años, rememora su evolución personal a partir del suceso del fusilamiento de sus padres en Mora de Toledo en agosto de 1936, a manos de milicianos, cuando él tenía diez años.

«Al acabar la guerra, yo tenía 13 años. La Iglesia, lo que más hizo entonces, y que yo recuerdo bien -contra lo que dicen algunos de que ¡ya va siendo hora de que la Iglesia pida perdón!- era predicar la clemencia, que perdonáramos a quienes habían asesinado a nuestros padres», cuenta Díaz.

Agrega que «más tarde, ya siendo seminarista y sacerdote, mi actitud interior, gracias a Dios, evolucionó siempre a favor de la paz social y de la concordia. Eso es lo que he tratado de vivir siempre como cristiano, como sacerdote y como obispo, con muchos fallos por mi cuenta».

El arzobispo emérito señala también que «por el ejemplo que me habían dado mis padres, con su muerte sin odio, empecé a descubrir que el odio no es cristiano». Después, «en mis años de sacerdote, en la Acción Católica y en Cursillos de Cristiandad», nuestra misión fue siempre religiosa, no política; pero sembrábamos la doctrina de Pío XII sobre los derechos humanos, doctrina que confirmó el Vaticano II, pero algunos pensaban que, cuando hablábamos de derechos humanos, éramos filocomunistas». Respecto al catolicismo español actual, manifiesta que «en la Iglesia hay unos que están más a la izquierda, otros más a la derecha, y tiene que ser así y no pretender, a través del poder del Estado, de los partidos políticos, del dinero o de los medios de comunicación poderosos, que todo el mundo piense como los que tienen ese poder. Convertir a la población en una masa sin pluralidad es la agresión más peligrosa contra la democracia».