El voto del juez Carlos Dívar Blanco -el suyo particular, no el de calidad como presidente-, sumado a otros nueve en el seno del Consejo General del Poder Judicial impidieron la remisión de un informe al Gobierno sobre la futura ley del Aborto, la llamada «de plazos». De hecho, diez votos a favor del informe, diez en contra, y una abstención fue el resultado que dejó inmóvil dicho informe.

Inmediatamente, se ha conjeturado que el juez Dívar, católico explícito, basó el voto en sus convicciones personales y religiosas, algo que, al mismo tiempo, parece de Perogrullo, pero también inindagado, y, asimismo, una suposición algo gratuita.

Dívar pudo haber mantenido un diálogo con su consciencia jurídica antes que con su conciencia de fe. Por ejemplo, acerca del argumento, ya muy manejado y discutido, de que la Constitución protege derechos del «nasciturus» por encima de algunos de la mujer. El propio juez no se ha manifestado al respecto, luego le cabe al beneficio de la duda acerca de que su conciencia haya interferido la propia decisión. Ahora bien, si algo ha caracterizado al malagueño Carlos Dívar es la frecuente manifestación de sus firmes convicciones católicas. Nadie está en la vida pública para verse obligado a taparse, pero lo contrario acarrea esa propensión de «a ver qué dice esta vez el católico Dívar».

En el lado contrario, la estricta observancia aviva cada vez más un catolicismo de presencia explícita, bajo la égida de que Revelación y Tradición católica rebasan todo conocimiento y juicio.

Pero ya es verano, y ya se echa encima el «ferragosto». Toca paréntesis para meditar algo sobre estos casos y para leer con calma la encíclica social de Benedicto XVI, «Caritas in veritate». Como ya sucedió con las dos anteriores, el Papa recibe las críticas más duras de la «izquierda». El jesuita Massiá, el ex franciscano Boff, o el teólogo Calleja han estado en ello. ¿Y la «derecha»? Tras un primer aterramiento por aquello de que se dijera que el Papa era «de izquierdas», o «antiliberal», ha venido el silencio. Por ello nos da la impresión de que la encíclica pasará pronto, bien porque el presente todo se lo come, bien porque el Papa ha salvado los muebles y ha hecho equilibrios, pero también ha hablado muy claro.