Un tratamiento externo específico para cada tipo de piel, una alimentación saludable y beber suficiente cantidad de agua son las claves para mantener la piel sana. Por el contrario, el exceso de grasas, azúcares, sal y condimentos, así como el tabaco, el alcohol o dormir poco rompen el equilibrio del órgano más extenso del cuerpo. La piel actúa de protector del organismo, regula su temperatura y almacena agua y grasa. Se trata de un órgano sensorial, que evita la pérdida de agua y previene la entrada de bacterias.

La dermatóloga Belén Casas Tineo aconseja consumir frutas (sobre todo cítricos, frutos rojos y uvas), y verduras (espinacas, acelgas, zanahorias, tomates y cebollas), que aportan vitaminas y minerales que ayudan a conservar la elasticidad e hidratación de la piel, además de pescado, huevos, frutos secos y lácteos. Por el contrario, sugiere limitar la ingesta de productos como la mantequilla, la mayonesa o el chocolate, «ya que producen altos niveles de grasas que llegan fácilmente a la piel». Y sobre la sal, indica que provoca la retención de líquidos. En cambio, alenta a la práctica de ejercicio físico, que ayuda a desintoxicar la piel.

Si los hábitos saludables son los grandes aliados de la piel, el paso del tiempo es un factor contra el que resulta difícil batallar. El envejecimiento cutáneo fruto de la suma de años es inevitable, no así el que se produce de forma prematura por malas actuaciones, como la exposición al sol sin control, y por falta de cuidados. Unas prácticas inadecuadas llevan a la pérdida de flexibilidad y, por tanto, a la aparición de arrugas, además de a la presencia de manchas, cuperosis, sequedad o deshidratación. «No es posible detener el envejecimiento de la piel, pero sí podemos conseguir que sea menos visible con tratamientos cosméticos, peelings, implantes, láser y cirugía. El resultado final dependerá del estado de la piel y de la constancia en esos cuidados» , apunta la doctora Casas, que hace hincapié en la importancia de protegerse del sol, sobre todo las personas con lunares. «Éstos pueden ser sospechosos de malignidad cuando aumentan de tamaño, cambian de color y/o forma, provocan picor o dolor y presentan costras o sangran». Y destaca que los efectos del sol sobre la piel son acumulativos. Así, sugiere usar fotoprotectores para prevenir el eritema solar, reducir el riesgo de cáncer cutáneo y prevenir el fotoenvejecimiento.

Tipos de piel:

Normal. Tersa, mate, con poros no perceptibles, de tono uniforme y sonrosado y tacto suave. No suele tener problemas con el clima y tiene buena tolerancia a los jabones y cosméticos.

Grasa. Es brillante, de poros visibles, gruesa y con un tono uniforme y tacto untuoso. Las glándulas sebáceas son hiperactivas y no suele afectarle el clima.

Seca. Es apagada, con poros inapreciables y tacto áspero. Se descama fácilmente, le afecta el clima, produciendo tirantez y enrojecimiento, se irrita fácilmente con los cosméticos, agua y jabones y con el sol tiende al eritema solar.

Mixta. Brillante en la «zona T», los poros son visibles en la nariz y es fina en las mejillas. El tacto varía de untuoso en la zona mediana y suave en las mejillas. El clima puede producir tirantez en los pómulos.