La presidenta de Rixu, Soledad Pozuelo, explica que «lo que hacemos, al reproducir las prendas completas de cada uno de los trajes de las distintas zonas de Asturias, es intentar mostrar a todos, niños y mayores, no sólo la riqueza de la indumentaria asturiana, también el significado de lo que cada cual llevaba puesto, indicativo tanto de su posición social como de sus cualidades personales, algo que resultaba especialmente relevante en el caso de las mujeres».

Tanto la presentación de la ropa, separada y minimalista en sus pequeñas perchas igualmente hechas a mano, como la riqueza de cuanto llevan puesto cada una de las muñecas, sorprende por la sutil perfección de un trabajo que resulta evidente que precisa de muchas horas. En Rixu, concretamente, son tres las mujeres para las que el hilo, la aguja y la tela para estos vestidos no tiene secretos: Soledad Pozuelo, la presidenta; María José Fernández, la secretaria, y Rosi Fernández, esta última considerada por sus compañeros de asociación como «maestra creativa» de los modelos y elaboradora del patronaje de cada uno de ellos.

Así, por ejemplo, explican que Soledad Pozuelo realiza lo que definen como «ropa blanca», donde incluye «la ropa interior, camisón, camisa, medias y ligas, y calzón de los paisanos, y también corpiños, mandiles y pañuelos». María José Fernández «cose la ropa exterior de los hombres, más el calzado de todos y la montera o el sombrero». Luego, los dengues, sayas y refaxos se lo reparten entre las tres: Rosi, Soledad y María José. Igualmente las tres consideran como la tarea más difícil coser los corpiños, bordar el azabache y realizar el «trancafilu».

Todas coinciden en afirmar la importancia de conocer la historia de la indumentaria tradicional asturiana que, como matiza su presidenta, «quedó desvirtuada tras la Guerra Civil cuando, con una intención unificadora, el régimen franquista estableció un mismo tipo de traje regional, no sólo para toda Asturias, incluso para otras comunidades autónomas donde incluso, por ejemplo, la saya era siempre roja o, como mucho, verde, por poner un ejemplo». Y es que tanto las telas, si el paño era lino o lana, como los colores eran todo un mensaje para los demás, sobre la mujer que portaba determinado vestido. Dependiendo del traje que se vistiese, del grosor de las sayas o de los colores, habría de saberse si la mujer era o no joven, si era pobre o de buena familia o si era mujer de cualidades.

«Por ejemplo la mujer siempre llevaba pañuelo. Cuando era mayor o estaba casada el pañuelo iba muy calado y no podía mostrar nada del cabello. Sin embargo, cuando era joven y casadera, se les permitía que asomase algún rizo o el inicio de la raíz del cabello sobre la frente», explica Soledad Pozuelo. Gran parte de la población tenía acceso a lino y lana, sin embargo sólo la gente acomodada podía adquirir otro tipo de telas de mejor calidad como el paño fino y de variado colorido.

Todo, o casi todo, tenía su por qué en el traje asturiano. Incluso los pendientes. Los más conocidos son los perendengues, hechos con coral y azabache, combinados con plata, o con oro. También son populares las «arracaes», habituales en las mujeres del Suroccidente y vaqueiras. Llevar unas «arracaes» avisaba, a posibles romeos, que aquella mujer ya se encontraba muy comprometida y que se las había traído el novio de Castilla; una de tantas tradiciones con las que hoy la asociación cultural Rixu viste a una muñeca universal para llamar la atención de los que no creen en el olvido.