Hace ya días que deseaba escribir, pero, como ustedes recordarán, en cierta ocasión y por un hecho luctuoso, puse entonces «quiero escribir pero el llanto no me deja». Esta frase es de Lope de Vega, y era oportuna en aquel momento en que mi afligido ánimo no era capaz de controlar los sentimientos. Hoy son otras las circunstancias y debo, con otros motivos y serenidad, dirigirme a ustedes como si fuera un día más, en el que fuera a contarles otra de aquellas pueriles crónicas que atañen, en muchas ocasiones, a facetas de mi vida particular. De todas maneras, poco importa, en momentos difíciles, el lamento en que puedo caer movido por la angustia, que quiera o no atenaza mi garganta. Recurrí al título de «El hijo del carpintero», porque Él lucho contra el poder del Imperio Romano. Debía de ser muy peligroso para éste, cuando siendo de origen tan humilde y tan poca cosa los representantes del sistema establecido lo crucificaron. La cruz, por aquel entonces, era un sistema de aniquilamiento brutal, pero los seres humanos, como parece que evolucionamos, contamos con sofisticados medios menos escandalosos, aunque Guillotine también fue un tanto botarate. Además, al margen de esta consideración que sólo es para calmar la angustia interior, les diré que hay formas sibilinas de cortar cabezas, crucificar o tirar la piedra y esconder la mano. El caso es que si Él, que era redentor y molestaba al poder, buscando justicia para los desprotegidos acabó de esa manera, ¿qué será del hijo de un ferreiro que nada sabe y sólo perseguía que el patrimonio y la cultura de la tierra que lo vio nacer fueran dignificados? No es mi deseo convertir este alegato en un clamor en mi defensa ¡Qué va! Todo lo contrario; pero debo retomar lo poco o mucho que quede de vida, y nada mejor para esto que intentar escribir, aunque sé que esto resultará incoherente o, cuando menos, confuso. Pero ¿saben una cosa?, cuando vuelva a ser normal (si es que alguna vez lo fui) les narraré esas historias que, de una forma u otra, son parte de mi vida, y ésta, como es natural, enlaza con el Museo de Grandas de Salime. Ahora, queridos amigos, ¿cómo se puede dar las gracias a todos aquellos que han mostrado su inconmensurable apoyo contra este linchamiento moral? Les juro, amigos, que no encuentro esas palabras, pero quiero hacerles llegar mi más sincero agradecimiento a esas personas que salen en mi defensa, tanto en los antiguos y nuevos medios como en el correo, el teléfono o a través de visitas personales. Gracias a ese calor humano siento que no es tan difícil superar el atropello. También vayan las gracias y el perdón a aquellos que muestran odio visceral hacia mi persona. Es posible que estén satisfechos de tan ignominiosa acción, que, en su insensatez, los colme de dicha. Poco importa el daño que hayan hecho a mi persona, porque el más grave es el que llevan infligiendo a esta zona occidental de Asturias. No sólo al patrimonio, sino a estas desamparadas gentes de esta yerma tierra asturiana, en la que poco más queda en ella que la vetustez de sus habitantes. Del museo, no se preocupen mis queridos amigos, porque eliminando el molesto ferreiro, todo serán mejoras en él. Esto me congratula, porque al fin y al cabo, fue por lo que luché siempre. Miren ustedes por donde «no hay mal que por bien no venga».

Me dijo un amigo que me visitó ayer por la mañana que, al igual que Salomón, había optado por salvar a la criatura, a pesar de que me partiera el corazón perder al hijo. Pero algún día tenía que ser, porque de viejo no se pasa. Como siempre y sobre todo para la gente bien nacida: Haxa salú.