Oviedo, E. G.

«En vez de perder hora y media viendo un mal programa de televisión se la dedico a los niños de oncología. Hay experiencias con ellos que te llegan al corazón, imágenes que se quedan grabadas en la retina», dice Isabel, una de las voluntarias que acuden a jugar con los niños ingresados en el Materno Infantil.

Su compañero de voluntariado, Bruno Alves, de 25 años, lleva ya casi dos años con una actividad «que te deja muy a gusto contigo mismo. Llegas al hospital, y aunque sólo sea por liberar una hora a los padres de los niños y que bajen a tomar tranquilos un café, ya merece la pena el esfuerzo».

No faltan voluntarios para oncología infantil, pero tampoco sobran. La psicóloga Carmen María Pérez asegura que «no todo el mundo sirve para esto». El miedo escénico les puede, y se bloquean. Los voluntarios que aguantan el primer tirón acaban volcados en la tarea. «Hay niños que te esperan, es increíble con qué fuerza encaran la enfermedad, sin el miedo a la palabra cáncer que tenemos los adultos».

Quizás intuyen que están en las mejores manos. Una amplia mayoría de casos acaban, efectivamente, curando, así que casi se puede decir que cuando el cáncer vence es una excepción. «No hay mayor dolor que la pérdida de un hijo», dice Carmen Pérez. Cuando esto sucede los padres me preguntan si pueden llegar a vivir con esa pena.

-¿Y se puede?

-Se aprende a hacerlo. Recuerdo a una madre que perdió a su hijo de corta edad. Me decía que le era imposible seguir adelante. Hoy, tiempo después, es la candidata perfecta a jugar un papel fundamental en un proyecto que queremos poner en marcha desde la asociación».

Se trata de un grupo de padres que hayan pasado por el doloroso trance de la pérdida de un hijo, para que unos ayuden a los otros a que el duelo no se convierta en algo patológico. No es fácil.

«Hay que enfadarse, llorar, hacer que salga toda la rabia» hasta conseguir el pequeño milagro «de que se acuerden de su hijo no con dolor sino con mucho amor».