La actriz británica Judi Dench -en la imagen- es la firmante del texto que ayer conmemoró en todo el mundo el «Día mundial del teatro». «El teatro -escribe Dench- es una fuente de entretenimiento e inspiración con la habilidad de unificar las diversas culturas y gentes que existen en el mundo. Pero el teatro es más que eso, además provee oportunidades de educar e informar». Es un género que «entretiene, educa e ilumina».

Ayer se celebró el «Día mundial del teatro». Con ese motivo en todos los teatros se lee antes de la función un manifiesto en el que una celebridad teatral nos recuerda con más o menos fortuna literaria que el teatro es un arte al servicio de la sociedad, que a pesar de la congénita crisis que padece se resiste -cual caballero de capa y espada- al envite de las nuevas tecnologías del espectáculo y que es la más «arte-sanal» de las artes... entre otras obviedades.

Otra recurrencia de los manifiestos es decir que el teatro es variado como variadas son las culturas en las que enraiza. Que el teatro divierte, forma, informa y, en el mejor de los casos, hace reflexionar al espectador. Vamos, que es algo así como un bálsamo que cura todas las pústulas del hombre moderno; y éste, tozudo impertérrito, sigue apegado a la telebasura incubando el virus de la zafiedad.

Lo que nunca nadie ha dicho en los manifiestos que han sido es otra obviedad no menos cierta: que el teatro cuando es malo... ¡aburre! Esto suele suceder cuando lo visto sobre el escenario carece de verosimilitud. Nacemos sabiendo que en el teatro todo es mentira, esta mentira la admitimos como parte esencial del juego escénico mientras sea verosímil y la elevamos a categoría de arte; pero cuando el teatro es malo, la mentira se muestra en su aspecto más grosero y repugnante..., y decimos ¡parece de mentira!

En el «Día mundial del teatro» suele programarse teatro-teatro en los teatros. Esto no es así el resto de los días, pues en los edificios llamados teatros, generalmente regidos por programadores políticamente correctos, suele programarse toda suerte de espectáculos parateatrales: galas, tonada, congresos, entregas de premios, concursos, telebasura, retransmisiones deportivas, mítines, conciertos, danza, cine (largo y corto), conferencias, encuentros, presentaciones y otros festivales. Todo menos teatro.

A partir del último tercio del pasado siglo los teatros en Europa fueron a parar a manos de la gestión pública y se entienden como un servicio cultural a la sociedad que los sustenta. En nuestro país esto sucede desde los años ochenta, en que, tras ser restaurados los edificios por el Estado, fue devuelta su gestión a los «dueños de las paredes» -según el argot teatral-, que los habían arrendado reconvertidos en cines a la empresa privada. Hoy, la mayoría de nuestros teatros es de gestión pública municipal y excepcionalmente autonómica.

En Asturias tenemos media docena de grandes teatros públicos: el Jovellanos, el Campoamor, el Palacio Valdés, el Filarmónica, el Nuevo Teatro de La Felguera... Se van a inaugurar otros dos grandes equipamientos teatrales: uno en Pola de Siero y otro en el Niemeyer, en Avilés. Junto a éstos hay, más o menos, otros veinte espacios escénicos de muy variado signo diseminados por la geografía asturiana capaces de albergar representaciones teatrales....

Al tiempo, disponemos de más de treinta compañías profesionales de teatro que dicen vivir del teatro. Cuatro o cinco de estas compañías llevan muchos años -algunas, como «Margen», más de treinta- produciendo espectáculos de excelencia ininterrumpidamente. Muchas son de reciente creación y algunas, de discutible profesionalidad.

El público asturiano va en aumento, especialmente en los últimos tiempos, posiblemente ayudado por la crisis se ha vuelto más estático y ve en el teatro, aparte de sus valores espectaculares, una forma de ocio asequible. El precio del teatro en Asturias, cuando no es gratis, es muy barato si se compara con otras autonomías y otros espectáculos.

Mientras pasa esto, los responsables culturales de nuestra autonomía parece que se han puesto de acuerdo en dar la espalda a esta realidad y por su cuenta y riesgo están gritando a coro ¡basta de teatro!

El viceconsejero de Promoción Cultural, Jorge Fernández de León, a los tres años de rehabilitar el mayor teatro de la autonomía, el teatro de la Laboral, va y rebaja este año en un 50% la partida económica destinada a subvencionar la producción de espectáculos de las compañías de teatro profesional. Por el contrario, el jefe del Servicio de Enseñanzas Artísticas, Roberto Menéndez del Campo, desde la Consejería de Educación, desoyendo a todo el sector teatral y de danza y a buena parte de altos funcionarios de esa Consejería, duplica el presupuesto de la Escuela Superior de Arte Dramático para reconvertir las estupendas aulas diseñadas hace cuatro años para enseñar puesta en escena en acolchadas aulas para jovencitas en tutú, no sin antes cerrar la matrícula en la especialidad de Dirección de Escena con el pretexto de ser una disciplina elitista que suponía un gran gasto a la Administración ¿...?

Definitivamente, los políticos se han puesto a hacer teatro. Se proponen acabar con los profesionales del sector. Es una pena, cuando tenían todos los ases en la mano para conseguir un Principado del teatro y generar una industria cultural, víctimas de su exhibicionismo escénico, acabarán haciendo un Principado de teatro... del malo..., del que aburre, porque carecen de verosimilitud, son unos intrusos, unos intérpretes diletantes, son malos actores y se les ve la mentira....

Sigamos el ejemplo que nos sirve Lorca en una de sus piezas surrealistas más celebradas: el público invade el escenario y abre en canal a los actores, para comprobar que en el interior de sus cuerpos sólo atesoran mentira...