El oficio de herrero no figuraba en los planes de estudio de las antiguas universidades laborales del franquismo, pensadas para formar la mano de obra cualificada necesaria para cumplir el sueño de convertirnos en potencia industrial. El herrero pertenecía más al ámbito de lo rural, a las labores primarias indispensables en comunidades ancladas en un lugar y en un origen. Por eso un ferreiro, dicho al modo del Occidente, hubiera sido la nota discordante en una Universidad laboral, aunque de esta última sólo quedara la huella grandiosa de un edificio de ambición desmesurada que imprime su desproporción a todo lo que allí busca acomodo.

La Laboral y el Ferreiro serán los signos quizá más visibles de esta legislatura autonómica en materia cultural. Por eso cabe emparentar, al menos como hijas de una misma capacidad decisoria, la destitución de José Naveiras Escanlar, «Pepe el Ferreiro», como director del Museo Etnográfico de Grandas de Salime con la conversión de Laboral Ciudad de la Cultura en piedra angular de la política del último mandato de Vicente Álvarez Areces en este ámbito.

Transformar la incómoda herencia que siempre fue el complejo de edificios de Luis Moya supuso más de 80 millones de euros de inversión entre 2004 y 2007. Con ello se logró satisfacer la vieja pretensión gijonesa de dar aprovechamiento público a aquel símbolo del régimen, redimido ahora por la creación de vanguardia y el afán de internacionalidad. La elevada exigencia presupuestaria de un centro de estas características y el carácter minoritario de su actividad lo situaron desde el inicio en el punto de mira, y el gran proyecto cultural quedó más que expuesto al continuo desgaste político y social. Es cierto que los críticos ni siquiera le dieron el beneficio de la duda y que empeño semejante necesita un tiempo mínimo de aclimatación nunca respetado.

En defensa del proyecto algunos de sus responsables, como Rosina Gómez Baeza, consideran que Laboral Centro de Arte y Creación Industrial, bajo su dirección, tiene una «rentabilidad similar a la de otros museos».

Afirmaciones de este tipo suelen encender el ánimo de quienes están al frente de museos con mayor rodaje, orientados a un público más amplio y con cifras de visitantes más presentables que Laboral. No es el caso del Museo Jurásico, el que registra más entradas cada año, que, como Laboral, depende de Recrea, la sociedad pública encargada de equipamientos culturales. Pero sí disgusta a quienes han vinculado su nombre de forma tan estrecha a determinados espacios museísticos que resulta difícil determinar donde acaba el hombre -o la mujer, que también hay- y empieza el museo.

Pepe el Ferreiro estaba en la capilla de los descontentos. Siempre fue por libre, siempre incómodo y siempre descuidado en el proceder administrativo, aspecto éste que al final sirvió de excusa para su destitución. Ni siquiera resultaba fácil en el trato personal, como bien recuerdan algunos funcionarios de la Consejería que en ocasiones hubieron de soportar sus diatribas. Pero quizá en Cultura descendió el nivel de tolerancia a la ironía y al distanciamiento hacia quien ponía el dinero, señas distintivas del ex director del museo de Grandas. Quizá las gracias del Ferreiro sobre las «industrias culturales» ya no tenían el mismo público, y él, con tendencia a ignorar a ciertos interlocutores, no se percató del cambio.

En el núcleo de la gestión cultural del Principado hay una renovación sustancial en estos últimos años, según coinciden en advertir personas con una dilatada trayectoria profesional ligada siempre a este ámbito. En la esfera de lo político se ha dado preferencia al carné del partido antes que a la experiencia en la materia. Y en el apartado funcionarial un implacable espíritu administrativo ha borrado todo reconocimiento a las singularidades específicas que impone el mundo de la cultura.

En ese contexto las directrices son estrictas. No se admite discrepancia, y menos si es pública, razón por la que los responsables de los centros rehúyen toda conversación con fines periodísticos. Como advertencia, ahí está la destitución de Pepe el Ferreiro, ya en el terreno de lo irremediable pese a las exigencias de la Junta General, y sobre la que basta preguntar por qué no ocurrió antes, existiendo las mismas razones que ahora, para que algunos responsables políticos se vean en un brete. Aunque otros contestan que ahora alguien tuvo el valor que antes faltaba. Cuestión de cojones.

Pero con ferreiros o sin ellos resulta imposible ocultar la difícil coyuntura del gran proyecto cultural de este mandato. Las inevitables restricciones presupuestarias hacen cada vez más difícil de sostener un centro de esas características en sus actuales dimensiones. Y algún día habrá que plantearse la sostenibilidad de la cultura en esta región, lanzada a promover grandes equipamientos que con los planteamientos que hoy tienen sólo pueden convertirse en una carga demasiado onerosa para nuestra economía.

Alfonso Millara, encargado de la cueva de Tito Bustillo, suspendido de empleo y sueldo, iba esta semana camino de convertirse en un Pepe el Ferreiro del Oriente, por esa inclinación humana a buscar similitudes entre situaciones. Sin embargo, el de Millara, un empleado público que llegó a la cueva de Ribadesella desde la estación invernal de Pajares, es un perfil muy alejado del de Naveiras Escanlar, promotor y factótum del museo del que estaba al frente. Dos personalidades tan distantes como las circunstancias que propiciaron las medidas disciplinarias.

En la actuación de Millara el fiscal aprecia indicios de malversación y falsedad documental. Los pagos de las visitas no cuadran con la venta de entradas y se ingresaban, según la fiscalía, en una cuenta personal del encargado, desde la que luego se transferían al Principado. Y a ese atípico proceder se une la sombra de un conflicto laboral. El personal de Tito Bustillo lo integran once personas cuya actividad se reduce a los seis meses en los que la cueva está abierta al público. La dirección general de Patrimonio pretende introducir en las condiciones laborales de ese colectivo una cláusula de movilidad que permita darle ocupación en otros destinos durante los restantes seis meses en los que Tito Bustillo permanece cerrada. Comisiones Obreras, sindicato del que Millara es militante, achaca al malestar que esta medida provoca entre los guías las medidas disciplinarias contra el encargado de la cueva y miembro del comité de empresa.