París es una de las capitales europeas de la música. Su oferta es inmensa, en calidad y cantidad. La ópera, con varios teatros de primer nivel funcionando de manera simultánea, hace que la ciudad sea referencia por la diversidad de sus propuestas y, en este ámbito, el teatro des Champs Elysées es uno de los de mayor interés en el continente. El coliseo de la avenida Montaigne vive ahora un momento de transición. Acaba de dejar su cargo de director general Dominique Meyer, fichado para sustituir al frente de la Ópera de Viena a Ian Hollander, y el nuevo director del teatro francés, Michel Frank, avanza, con vistas a la próxima temporada, una programación espectacular en la que hay ópera escenificada, en concierto, ballet y una impresionante programación sinfónica y camerística que lo convierten en un verdadero epicentro creativo.

Como símbolo del cambio se va cerrando la programación de esta temporada con la reposición de la hermosa producción de «Semele», de G. F. Haendel, firmada escénicamente por David McVicar -tan conocido en Oviedo por sus magníficos trabajos en «Alcina» y «Così fan tutte»- y con la batuta de Christophe Rousset al frente de su formación «Les Talents Lyriques». A punto de cumplir veinte años, la agrupación francesa vive un momento de madurez sensacional. Articulada sobre un núcleo de magníficos músicos, el trabajo de Rousset ha proporcionado unos resultados excelentes en el ámbito de la música barroca.

Rousset desembarcó el sábado en Santiago de Compostela con ellos para ofrecer un concierto centrado en la figura de J. S. Bach dentro del Festival Via Stellae. Galicia, con el Xacobeo como recurso, está diseñando a lo largo del año una programación musical que ha barrido literalmente al resto de la cornisa cantábrica. La capacidad para intercalar citas -Festival Mozart, programación de sus orquestas propias, Xacobeo Classics o este Via Stellae- deja ver a una comunidad autónoma que se vuelca con la música como recurso cultural y turístico, como elemento de futuro frente a la crisis económica, sabedores del valor añadido de la inversión cultural.

En este contexto, la figura de Rousset -clavecinista y director de orquesta-, músico muy vinculado a España -en Oviedo ofreció un concierto instrumental en el Auditorio hace unos años, y regresará en próximos ejercicios para dirigir una ópera en versión de concierto-, se crece precisamente por la capacidad comunicativa que exhibe. De hecho, su versión de «Semele» en París se convirtió en un torbellino arrebatador, con pasajes de una poesía y una hondura lírica que nacen del conocimiento y la pasión por estos títulos. Contó su versión con la complicidad del trabajo depurado y exquisito de MacVicar, intenso y sofisticado en su inmensa sencillez de concepto. Todo un mundo de imaginación y sugerencias que engrandece el legado de Haendel, autor del que cada vez más títulos se asientan en el repertorio de los teatros.

En este juego admirable de Rousset entró todo el reparto, pero muy especialmente la portentosa Semele, que interpretó una Danielle De Niese exultante, pletórica de recursos expresivos, y las fastuosas Juno/Ino de la mezzosoprano Vivica Genaux. Otros nombres como el tenor Richard Croft o el bajo Peter Rose completaron un buen reparto al servicio de esta ópera como visión de conjunto.

Rousset atendió a LA NUEVA ESPAÑA antes de iniciarse la representación mientras explicaba su sintonía con el público español, «siempre que voy a España me encuentro ante auditorios muy receptivos y jóvenes. Un público que no se ha cansado de la música, como muchas veces percibo en Francia, donde cada vez es más difícil trabajar, porque sólo se buscan las novedades en el repertorio». Esta exigencia constante la enmarca Rousset en una tendencia general, «parece que sólo funcionan las cosas nuevas, pero en música esto es contraproducente, porque se necesita tiempo para que las cosas funcionen. De hecho, los músicos maduros dan otra mirada al repertorio, tanto los instrumentistas como los directores», señaló.

Acaba de editar un disco con suites para clave de Louis Couperin que ha sido recibido por la crítica francesa con entusiasmo. «Para mí, el trabajo como clavecinista es muy importante. De hecho, cuando toco con mi grupo es una manera especial de estar entre los músicos que me siguen y escuchan, generándose una relación muy particular. Además, he observado que con mi carrera como director he ampliado el público que se interesa por mi vertiente como instrumentista». Para él, no seguir tocando sería «una pena», porque se trata de una labor «muy conceptual e intelectual. Con la ópera, indudablemente, puedes extraer muchos colores y, en contraste, el clavecín es más abstracto, de un hermoso pero único color, y eso que a algunos les puede parecer aburrido, porque le faltan contrastes fuertes y no se puede tocar en sitios muy grandes, requiere una cierta intimidad».

El músico francés busca un equilibrio en cuanto al repertorio se refiere con obras más conocidas y otras que aún se deben rescatar. Hay en su trabajo un empeño musicológico, porque «aún queda mucha música de calidad que no se conoce». «Les Talens Lyriques» está a punto de cumplir dos décadas y viene sorteando muy bien la crisis, «de momento no hemos tenido cancelaciones. Hay períodos más activos que otros, pero la vamos superando», afirma Rousset, que se muestra muy duro con los recortes que los políticos realizan sobre el mundo de la cultura. «Hacen cálculos muy injustos sobre este asunto. Para empezar, a la cultura, en líneas generales, dedican cantidades ridículas dentro de los presupuestos, y si aniquilan la música están vetando a los ciudadanos la posibilidad de acercarse a la belleza. ¿Qué nos va a quedar? ¿Sólo fútbol? Hay que mantener la inversión cultural por múltiples razones, entre ellas porque de la sequía cultural sólo llegará decadencia y, a largo plazo, una crisis moral que será más profunda que la actual económica».