¿Qué extraño placer obtienen en Hollywood alquilando talentos alemanes que mostraron fuerza y carácter en su país de origen para sepultarlos en proyectos flácidos e impersonales? Tom Tykwer sucumbió con The international, Oliver Hirschbiegel se hundió con Invasión y ahora el director de la reputada, peleona y amarga La vida de los otros se sale por la tangente facturando un título tan convencional, apagado y renqueante como The tourist, a la mayor gloria de una Angelina Jolie que se limita a lucir palmito y empalmar tres expresiones en toda la película, con una permanente sonrisita que sólo esconde para fruncir los labios en situaciones de tensión. El esnobismo hollywoodiense encuentra buenos aliados en directores que parecen desesperados por ganar muchos dólares e incrustarse en la industria norteamericana al precio que sea. Incluso alquilándose al mejor impostor. Al menos, gente como Roland Emmerich o Wolfgang Petersen no se engañan ni engañan y desde el principio se pusieron el mono de curritos del espectáculo impuro e inmaduro.

Los problemas de The tourist son muchos y variados. El primero está en su origen: un remake de una peliculita francesa que ya era muy poca cosa, por no decir nada. Luego, la falta de química entre Jolie y un Johnny Depp que no se siente cómodo en ningún momento, ni cuando se pone serio (ejem), ni cuando se pone seductor (ejem, ejem), ni cuando se pone cómico (ejem, ejem, ejem) ni cuando se pone duro (ejem, ejem, ejem, ejem). Las escenas de amor no funcionan (¿dónde está al ardor guerrero del que hablaban las crónicas del rodaje?), la tensión sexual brilla por su ausencia y el giro final con pretensiones de sorpresa epatante chirría tanto como esas escenas de acción por tejados y canales venecianos que hemos visto (mucho mejor rodadas) en infinidad de películas. El anterior bodrio de Jolie era inenarrable (Salt), pero acababa siendo divertido por su delirio en todos los sentidos. The tourist es aburrida (tarda media hora en arrancar, Hitchcock lo habría contado en diez minutos y le sobraría uno), sus quiebros argumentales anuncian su llegada a mucha distancia a poco que se conozca un poco el tinglado éste de los thrillers con mujer fatal/inocente atrapado/malos con más capas que una cebolla.

Como los personajes no importan gran cosa porque nadie se preocupa de darles un mínimo espesor dramático (el único detalle con cierta gracia es el cigarrillo electrónico de Depp, que echa humo y todo, un guiño a la mentira y el espejismo), el larguísimo clímax, con una impávida Jolie y unos malos que meten tanto miedo como Pocoyó dormido, se hace interminable e involuntariamente cómico. Por no aprovechar no se aprovechan ni las localizaciones europeas, recurriendo a trenes de maqueta por los que se mueven espías más torpes que Belén Esteban en la pista de baile.

Al final lo único que se salva de la quema de rastrojos, además de alguna línea de diálogo ingeniosa, son los modelitos de Jolie, sus primeros planos con los labios incendiarios de rojo pasión y una escena de baile galante que funciona hasta que aparece Jack Sparr..., perdón, Johnny Depp hecho un pincel.