La gala de entrega de los Premios Líricos «Teatro Campoamor» sin duda aporta personalidad al cierre de unos galardones ya imprescindibles para la lírica en España. No obstante, es necesario todavía insistir en el alcance internacional de estos premios, con un palmarés valorado por la crítica nacional. Los Premios Líricos favorecen así el debate experto que no puede sino beneficiar a la propia actividad lírica. En este contexto ha de entenderse la gala, que este año homenajeó a la «familia» del teatro. Emilio Sagi diseñó un espectáculo ágil con la elegancia que le caracteriza, donde hubo lugar para la sorpresa y también momentos emotivos. Las sutiles transformaciones del escenario, que empezó siendo la trastienda del teatro, fue clave en este cóctel que funcionó con la escenografía de Daniel Bianco, a partir de una estructura desnuda y funcional. En este juego, las luces de Eduardo Bravo tuvieron un papel imprescindible, creando bellos cuadros, como en los números musicales de las presentadoras.

En cuanto a los maestros de ceremonias, María José Suárez conquistó en su vis cómica, superando exigencias vocales incluso como «tenor» en el brindis final de «La Traviata». Sabina Puértolas, por su parte, deslumbró con el aria de coloratura de Titania, del «Mignon» de Thomas, con flexibilidad y fuerza vocal sobradas. Uno de los alicientes de los premios es la visita de la élite de la lírica. Todo un privilegio fue la presencia del gran Ruggero Raimondi, con la «Canción del torero», de su inolvidable Escamillo de «Carmen», haciendo aún buena gala de sus cualidades vocales. María José Montiel no dejó indiferente con el aria de «La Favorita» «Oh, mon Fernand», en una interpretación expresiva que descubrió la amplitud de su instrumento. El premio de Mikeldi Atxalandabaso reconoció una trayectoria que, paso a paso, se ha visto fortalecida, y su «Paxarín, tú que vuelas» fue buena prueba. Jorge de León, otro de los triunfadores, derrochó medios en «E lucevan le stelle», de «Tosca», si bien el tenor es capaz de mayores exquisiteces en su línea vocal.

La Capilla Polifónica fue una «pluriempleada» más del espectáculo, con una presencia sólida en el «Coro de soldados» de «Il Trovatore» -con un número de voces graves más que suficiente- y el «Coro de la murmuración». La «Oviedo Filarmonía» se adaptó perfectamente a las directrices de Pablo Mielgo, a cargo de la parte musical. La comunión de las voces con la orquesta fue constante, con una «Filarmonía» dúctil y colorista, que tuvo también su momento protagonista con la vital obertura de «La fille du régiment».