Pedro Álvarez de Benito aparcó el Renault Gordini a la una de la tarde y se fue a descansar del largo viaje. Entró en casa por la calle Pelayo, junto a la peluquería de Calzón, y subió al segundo piso, que daba a Uría, sobre la joyería Pedro Álvarez, fundada en 1885 por su abuelo frente al lugar donde había estado el carbayón centenario que da sobrenombre a los ovetenses.

Quedó dormido profundamente. Su madre, Carmen, tuvo que despertarlo para que fuera a casarse. Era el 19 de septiembre de 1971, Día de América en Asturias, y mientras él y su familia salían vestidos de boda por Pelayo, frente al teatro Campoamor, las carrozas avanzaban por el final de Uría.

Cuando se estaba casando en la iglesia de Santo Domingo con Carmen Fernández Sánchez, Pedro Álvarez de Benito no sabía que esa misma mañana había sido despedido de la fábrica en la que estaba trabajando, parte de la sociedad familiar, por su primo político.

Pedro era el primero de los ocho hijos de Pedro Álvarez Miranda, primogénito de Pedro Álvarez del Río, el fundador de Pedro Álvarez. La joyería era la más importante de Oviedo y tenía nombre en toda España. La tienda, el taller, una sucursal en Avilés y otros negocios de fabricación y venta mayorista, estaban reunidos en la sociedad Joyerías Pedro Álvarez S. A. de la que formaban parte los hijos del fundador: Pedro, Luz, Titi, Conrado y Gloria.

La joyería de Oviedo estaba en manos de Pedro y de Conrado. El trabajo estaba también mezclado con la residencia en dos edificios de cuatro pisos en la calle Uría y en la calle Pelayo. El tercer piso de la calle Pelayo lo habitaba el tío Conrado y en el cuarto estaba el taller.

En el primer piso de la calle Uría, sobre la tienda, había vivido el abuelo y en el segundo -que comunicaba por una escalera interior- había nacido y crecido Pedro Álvarez de Benito junto a sus hermanos Carlos, Pili, Carmen Luisa, Popa, Covadonga, José y Alejandra.

Pedro había estudiado en los Maristas y en el Instituto Alfonso II y, siguiendo las instrucciones de su padre, había hecho peritaje industrial en La Rioja pero sin pensar en ejercerlo. Cuando se licenció volvió a Oviedo y empezó a ir por la joyería para aprender el negocio. Le fueron haciendo encargos de una manera informal. Entre los primeros, en 1965, una exposición de relojes y joyas de Piaget que organizó con Renard, el representante de la marca parisina en Madrid. Se celebraban en la tienda. Fueron un éxito que se repitió tres años.

También le tocó defender en Madrid el cupo de importación que daba el gobierno y que se repartía entre todas las joyerías de España. Cada región tenía su representante. Pedro acudía por Asturias y León. Allí conoció a los joyeros más importantes de España.

Una patente italiana de incrustación de plata en cristal y porcelana, ofreció a Pedro Álvarez que se hiciera cargo de la fábrica que tenían en Madrid. Pedro fue quien se trasladó a la capital, aprendió cómo funcionaba, evaluó que era interesante traerla a Asturias y enroló al encargado para que viniera como jefe de producción. La sociedad creó Cristal Cerámica Alba y construyó un edificio en Cayés (Llanera) con dos administrativos en la oficina y cinco trabajadores en el taller.

Sus platos decorativos azules pintados a mano con incrustaciones en plata se vendían muy bien.

El día de su boda, Pedro Álvarez de Benito tenía 28 años y hacía tres que era novio de Carmen. Un escorpión marino había sido decisivo para que se conocieran. Un día de pesca, Pedro se clavó una espina de este pez y la mano se le hinchó mucho. No era grave pero se vio con un viaje ineludible e incapacitado para conducir. Su hermana Carmen Luisa iba de viaje de estudios de Preu a Madrid. Pedro llegó a un acuerdo para poder viajar en un autocar lleno de mozas del Instituto Femenino.

A punto de casarse y ya con experiencia, Pedro Álvarez de Benito quería impresionar a su padre y a sus socios en el negocio. Habló con los Valdés, propietarios de la empresa Ibercalco de Colloto, para ver si era factible incorporar la calcomanía a la producción de aquellos platos azules y así ahorrar el pintado manual. Lo hizo sin consultar.

Pedro regresó del viaje de novios, se instaló con su mujer en la nueva casa de Posada de Llanera, fue el primer día de casado a la fábrica y el gerente le dijo que no tenía trabajo, que no volviera por allí.

Subió al Gordini, disgustado, y condujo hasta Oviedo. Su padre, que tenía 68 años y carácter apacible, le contó que era una decisión del presidente de la sociedad por haber tomado aquella iniciativa sin consultar pero que no se preocupara.

Le destinó a la joyería de Avilés que llevaba Manuel Fontanillas, corresponsal de LA NUEVA ESPAÑA en Avilés, un personaje encantador, con mucho más de periodista que de comerciante. En aquel ambiente prosperó el negocio y aprendió el oficio durante doce años más.