Gijón, C. ALONSO

«La Bohème», cuarta de las doce óperas compuestas por Puccini, siguió ayer alimentando en Gijón su fama de ser una de las obras maestras del compositor italiano y de las más populares y representadas del género. El teatro Jovellanos se llenó para la ocasión y el público, aunque de una forma contenida, disfrutó de la producción que la compañía «Ópera 2001» -que ya había pasado por Asturias en 2008 con esta misma ópera, con la que hizo escala en el Avilés- volvía a poner en escena, bajo la dirección musical de Martin Mázik, la dirección de escena de Roberta Mattelli, y con la Orquesta Sinfónica de Pleven (Bulgaria) acompañando a los solistas y la orquesta de la propia compañía.

Una imponente escenografía -con chimenea incluida-, una ambientación y vestuario que superaron con nota el escrutinio de los aficionados, una orquesta homogénea y la destacada actuación de algunos solistas, como fue el caso de la soprano Hiroko Morita en el papel protagonista de Mimi, compusieron un obra sólida del agrado del público, que desde los primeros compases se dejó arrastrar a la década de los treinta del siglo XIX, y con ella a la vida bohemia de artistas y otros aspirantes en el Barrio Latino de la capital francesa.

Siguió, durante casi 150 minutos y una distribución en cuatro actos, una trama universal donde no faltaron los momentos de felicidad, amor (el de Rodolfo y Mimi), las peleas, la lucha por la fama, la convivencia diaria, el dolor o la muerte, ingredientes que han hecho universal «La Bohème» de Giacomo Puccini, con libreto de Giacosa y Illica según la obra de Henri Murger «Scènes de la vie de bohème».