De Coaña al Sidrón: así exhumó la arqueología la historia de Asturias

La evolución de las lecturas sobre el pasado de la región ha estado marcada, en los últimos 150 años, por las investigaciones en torno a los yacimientos históricos

Colgante con forma de cabeza de cabra, del Magdaleniense Superior, recuperado en la cueva de Tito Bustillo. Se conserva en el Museo Arqueológico.

Colgante con forma de cabeza de cabra, del Magdaleniense Superior, recuperado en la cueva de Tito Bustillo. Se conserva en el Museo Arqueológico. / Irma Collín

Franco Torre

Franco Torre

José María Flórez, profesor de la Escuela Normal de Maestros de Oviedo, dirigió en el verano de 1877 la primera excavación con rigor científico al Castellón de Villacondide. Durante aquellos trabajos, que se prolongaron al año siguiente, el equipo que dirigía Flórez dejó al descubierto 32 cabañas de la ladera occidental del poblado, en una actuación que serviría de punta de lanza de la introducción de la arqueología en Asturias y que marcó el inicio de la exploración de uno de sus hitos más perdurables: el castro de Coaña.

En los 145 años que han transcurrido desde la campaña de Flórez, la arqueología ha sido un actor fundamental en la investigación sobre la historia de Asturias, exhumando restos que en ocasiones han ratificado, resituado o desmentido las conclusiones de los historiadores, y otras veces han abierto nuevas e inesperadas vías de exploración. Una labor que José Antonio Fernández de Córdoba recoge junto a la del principal contenedor de los hallazgos arqueológicos de la región en su volumen, de reciente publicación, "Historia del Museo Arqueológico de Asturias" .

Antonio Rosas, en la cueva del Sidrón

Antonio Rosas, en la cueva del Sidrón / Joan Costa

El libro de Fernández de Córdoba explora los inicios mismos de la arqueología en Asturias, buceando en los organismos que gestionaban la investigación histórica antes de la creación del museo, caso de la Comisión de Monumentos, o en la trayectoria de pioneros como el propio José María Flórez o como el fascinante Ricardo Duque de Estrada Martínez de Morentín, VIII conde de la Vega del Sella.

Natural de Navarra, Ricardo Duque de Estrada completó su formación en Francia debido a cuestiones meramente políticas y de seguridad personal: su familia tuvo que salir de Estella e instalarse en la localidad gala de Bayona debido a la persecución de los carlistas. Esa circunstancia derivó en que Ricardo Duque de Estrada gozase de una formación privilegiada y comenzase a interesarse por las Ciencias Sociales. Posteriormente, completaría sus estudios en Oviedo, donde cursó Derecho, para instalarse finalmente en Nueva de Llanes.

A finales del siglo XX, la arqueología experimentó un auge en la región

Desde su residencia en el Oriente, el Conde de la Vega del Sella impulsó diversos estudios sobre la Prehistoria en Asturias y prospecciones como la realizada en 1915 en la cueva del Forno Abrigo, en Santo Adriano, que pasaría a ser conocida, precisamente por esta excavación, como la Cueva del Conde. Dos años antes, Duque de Estrada había participado en uno de los más singulares hallazgos del Neolítico hispano: el ídolo de Peña Tú.

Sus investigaciones llevaron a Duque de Estrada a identificar, ya en 1923, una cultura el Epipaleolítico que bautizó como Asturiense, merced al uso pionero de criterios estratigráficos en el estudio de la cueva de Penicial. Tras su muerte, en 1941, uno de sus más estrechos colaboradores, Eduardo Hernández-Pacheco, codescubridor del ídolo de Peña Tú junto al propio Conde de la Vega del Sella y Juan Cabré, le dedicó una necrológica en la que daba testimonio de aquel singular hallazgo: "En nuestras correrías por el litoral asturiano nos había llamado la atención un gran peñón que destacaba aislado en el extremo occidental de la Sierra Plana de la Borbolla, próximo a la aldea de Puertas y a la estación ferroviaria de Vidiago. En agosto de 1913 regresábamos de una excursión a la caverna pictórica de Pindal, en el imponente acantilado cántabro-asturiano, cuando decidimos reconocer el peñón, que por su ubicación singular se divisaba desde distantes parajes, y tuvimos la fortuna de hallar en él la clave de la edad de las pictografías, de tipo jeroglífico, tan repartidas por el ámbito peninsular, que se venían atribuyendo al período Paleolítico, y que, desde entonces, se sabe corresponden al Neolítico, por la asociación de las estilizaciones humanas al ídolo de los dólmenes y la figuración del puñal de cobre eneolítico".

El mosaico romano de Andallón (Las Regueras), en el Museo Arqueológico

El mosaico romano de Andallón (Las Regueras), en el Museo Arqueológico / Irma Collín

Comisión de Monumentos

Contemporáneo del Conde de la Vega del Sella fue Aurelio de Llano, que impulsó dos excavaciones de gran relevancia. La primera fue en San Miguel de Lillo, en el otoño de 1915. Su objetivo era determinar la longitud del edificio prerrománico antes de su derrumbe parcial. Pese a que aquella intervención estuvo rodeada de una gran polémica, Aurelio de Llano contó, remarca Fernández de Córdoba, con el apoyo de la Comisión de Monumentos, y especialmente de una figura que era referencial para los estudiosos de la historia en Asturias: Fermín Canella. Aquellos trabajos en Lillo permitieron a Aurelio de Llano ratificar algunas estimaciones previas y esbozar una planta del monumento que estimaba una longitud de 20 metros. Concluida esta meritoria intervención, De Llano se lanzó a excavar el castro de Caravia, donde recuperó numerosas piezas.

Aquellos pioneros dieron impulso a la arqueología asturiana en un momento en el que esta disciplina científica comenzaba a cobrar carta de naturaleza. Hubo avances normativos y técnicos importantes, y la labor de la Comisión de Monumentos y de algunas tertulias y asociaciones garantizaban cierta continuidad. Siguiendo precisamente las actas de la Comisión, Fernández de Córdoba documenta los primeros hallazgos vinculados a yacimientos que décadas después alcanzarían gran notoriedad. Es el caso de los descubrimientos notificados por el párroco Manuel Valdés, en febrero de 1934. El sacerdote informaba de que, al derrumbarse "el arco que quedaba de la iglesia de Veranes", se habían hallado unos pedazos de mosaicos y otro de un mortero romano. Era el origen de las investigaciones en torno a la villa romana de Veranes. Fernández de Córdoba también documenta la obsesiva búsqueda de otro emplazamiento romano, de resonancias míticas: Lucus Asturum.

Antonio García y Bellido (en el centro) y Juan Uría (a la derecha), en el castro de Coaña en 1942, en una foto del fondo Armán del Archivo Municipal de Oviedo.

Antonio García y Bellido (en el centro) y Juan Uría (a la derecha), en el castro de Coaña en 1942, en una foto del fondo Armán del Archivo Municipal de Oviedo. / LNE

Posguerra

Tras la Guerra Civil, España había cambiado, y la práctica de la arqueología también. El efervescente auge de la disciplina fue mitigado, cortando su financiación y ejercitando un control exhaustivo de cada intervención, enmarcado en la consciente reescritura de la Historia impulsada por el régimen. En estos años, no obstante, se consolida el germen de lo que hoy es el Museo Arqueológico de Asturias. La Comisión Provincial de Monumentos, que había gestionado la práctica de la arqueología desde 1845, perdió mucho peso con el nuevo régimen, languideciendo hasta su desaparición definitiva en 1963, y en su lugar emergieron instituciones como el Instituto de Estudios Asturianos (IDEA, germen del actual RIDEA). En paralelo, se gestó la creación de un Museo Provincial, primero de Bellas Artes y luego Arqueológico, que si bien ya está proyectado en 1944 no abrirá sus puertas hasta 1952, cuando culmina la restauración del Monasterio de San Vicente. Manuel Jorge Aragoneses sería su primer director.

Una excavación reciente en la cueva de Los Azules.

Una excavación reciente en la cueva de Los Azules. / María Villoria

Uría y Bellido

En paralelo a estas cuitas políticas y administrativas, y pese a las penurias económicas, las excavaciones arqueológicas retomaban pulso. Dos hombres, considerados hoy titanes del estudio de la historia de España, destacaron en aquellos años: Antonio García y Bellido y Juan Uría Ríu. El primero era, antes de la guerra, catedrático de Arqueología Clásica en la Universidad de Madrid, y tras la contienda impulsó la creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Uría, por su parte, era ya un referente de los estudios históricos en Asturias antes de la guerra, y el sucesor natural de aquellos pioneros de la arqueología en la región como Aurelio de Llano o el Conde de la Vega del Sella, con los que había cofundado (también con el marqués de la Rodriga) el Centro de Estudios Asturianos, ya en 1920.

García y Bellido y Uría Ríu unieron fuerzas para retomar, ya desde 1939, las excavaciones en el castro de Coaña, en una intervención que se prolongó hasta 1942 y durante la cual excavaron también en Pendía (Boal). Aquella intervención, como desgrana Fernández de Córdoba, tuvo una incidencia notable a nivel nacional, ya que primero situó la arqueología como disciplina subsidiaria de la historia, y remarcó además el auge del celtismo en las excavaciones de la Edad del Hierro en España, debido precisamente a la interpretación que Uría dio a la naturaleza del castro.

Carmen Fernández-Ochoa (a la derecha), en los primeros trabajos de excavación en la muralla romana de Gijón

Carmen Fernández-Ochoa (a la derecha), en los primeros trabajos de excavación en la muralla romana de Gijón / Archivo Municipal de Oviedo

En los años sucesivos, la intensidad de la actividad arqueológica estaría marcada, de forma notable, por la figura que ostentase la dirección del Museo Arqueológico Provincial y del Servicio de Investigaciones Arqueológicas de Asturias (SIA), creado a sugerencia de Juan Uría. El primer director de este órgano fue Francisco Jordá, que entre 1954 y 1963 estuvo también al frente del museo. Su primera gran excavación, aún en 1952, fue la de la villa romana de Murias de Beloño, a la que seguirían sondeos y excavaciones en diferentes cuevas con restos paleolíticos y neolíticos. En 1955 trabajó en la Cuevona (después Tito Bustillo), aunque no está clara la naturaleza de su intervención, y en los años siguientes documentó y recogió materiales en la villa de Murias de Paraxuga. Con Jordá volvieron las excavaciones al castro de Coaña, ya en 1959, y se estudió el castro de San Chuis, además de profundizar los estudios en el dolmen de Santa Cruz, descubierto por Antonio Cortés en 1851.

Tito Bustillo

A Jordá le sucedió, al frente del museo y del SIA, Carlos María de Luis. En sus seis años de gestión, De Luis se centró en estructurar y mejorar la colección del museo y en incrementar el volumen de visitantes. Fue importante, por ejemplo, la adquisición de la colección de Tomás Bataller, compuesta por cientos de monedas antiguas, más de 80 medallas y algunas armas. También se incorporó una pieza singular: la moneda romana de Vespasiano que había sido hallada en Riberas de Pravia y que Juan Uría había adquirido al autor del hallazgo, Pablo Arnedillo.

Durante esos años, se produjo además un descubrimiento casual que tendría una crucial relevancia para los estudios prehistóricos. En abril de 1968, miembros del grupo de montaña Torreblanca descendieron por la sima conocida como Pozu’l Ramu, en Ribadesella. En la incursión, descubrieron un imponente conjunto de pinturas rupestres, en una cueva que poco después se bautizaría en homenaje a uno de los autores del hallazgo, fallecido apenas unos días más tarde en un accidente: Tito Bustillo.

El descubrimiento dio un gran impulso a los estudios prehistóricos en Asturias, que experimentarían otro hito en 1973, cuando Juan Fernández-Tresguerres, doctor en Arqueología y sacerdote dominico, excavó en la cueva de Los Azules, en Cangas de Onís. Su hallazgo: los restos de un hombre enterrado hace 9.000 años, con su ajuar íntegro y vinculado al período aziliense. Era el primer esqueleto humano localizado en una excavación en Asturias. Los restos fueron depositados en el Museo Arqueológico, que estaba ya dirigido por Matilde Escotell, conservadora de la institución que había sucedido a Carlos María de Luis en 1969, y que se mantendría en el cargo hasta 1999, dando un impulso decisivo a la estructuración del museo.

Cráneos recuperados en las minas de cobre del Aramo

Cráneos recuperados en las minas de cobre del Aramo / Irma Collín

Profesionalización

En el último cuarto del siglo XX, la arqueología experimentó una efervescencia inédita en la región, marcada por la profesionalización de la actividad, y también un renovado apoyo institucional. El ejemplo más llamativo fue la investigación en torno al Gijón romano, liderada por Carmen Fernández-Ochoa y auspiciada por el Gobierno local que encabezada Vicente Álvarez-Areces, y que incluyó también la exhumación de la villa de Veranes.

El conocimiento de la cultura castreña y de la Asturias romana y visigótica se ha incrementado exponencialmente desde entonces, como también la época altomedieval, con excavaciones tan relevantes como las que han permitido recuperar el castro de Chao Samartín, los primeros indicios de Lucus Asturum, el mosaico romano de Las Regueras o el castillo de Gauzón, pero también profundizar en el conocimiento de los monumentos del Naranco. En cuanto a la prehistoria, también se produjeron algunas excavaciones de gran calibre, como las lideradas por Adolfo Rodríguez Asensio en el Cabo Busto, claves para el conocimiento del Paleolítico Inferior en la región, o las de las minas de cobre del Aramo, iniciadas por Miguel Ángel de Blas en 1987, y cuyos descubrimientos impresionaron al premio "Princesa de Asturias" de Ciencias Sociales, Eduardo Matos Moctezuma, en su reciente visita a Asturias.

Algunos hallazgos casuales también han devenido en grandes descubrimientos. A finales del siglo pasado, en plena construcción del aparcamiento de un complejo comercial (lo que luego sería conocido como Parque Principado) se hallaron los restos de una necrópolis con 36 tumbas datadas entre los siglos IV y V después de Cristo. Y unos años después, en 2008, las obras de ampliación del Museo de Bellas Artes propiciaron el descubrimiento, en la medianera de dos edificios, de una fuente de época romana.

Pero si hay un hallazgo casual que ha propiciado un gran descubrimiento en estos últimos años fue el que se produjo en Borines, en el concejo de Piloña, en 1994. La aparición de unos restos humanos, que en origen se sospechaba que eran de individuos fallecidos durante la Guerra Civil, cambió por completo la historia de Asturias en el momento en el que se constató que eran huesos de neandertales. Era el origen de la gran excavación a la cueva del Sidrón, en la que ya se han recuperado más de 2.500 elementos fósiles y los restos de al menos 13 individuos que poblaron estas tierras hace 49.000 años.

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