El pasado sábado 5 de agosto, el ciclo de conciertos Atardeceres en Valdediós que se celebra en esta localidad, auspiciado por el Círculo Cultural, ofreció el recital de la jovencísima pianista ovetense, Laura Mota Pello (Oviedo, 2003)

Laura, conocida ya por parte del público, fue un descubrimiento para otros asistentes al concierto y, como sucede siempre con ella, nos dejó con una mezcla de sentimientos de asombro, entusiasmo y profunda admiración.

Su breve pero intensa trayectoria con el piano (apenas ocho años) tiene su pilar fundamental en un excepcional talento. Dotada como está para el instrumento, le acompaña una intuición e inteligencia natural para la música que se ha desarrollado a un ritmo casi incomprensible, adquiriendo una madurez insólita, una capacidad de comprensión y recreación de la mucha música que ya ha pasado por sus manos, sólo al alcance de los más grandes talentos. Por otra parte, el trabajo exhaustivo y disciplinado bajo la minuciosa y sabia dirección de su maestro, el pianista y pedagogo Francisco Jaime Pantín, constituye el otro pilar que ha hecho posible que este magnífico potencial se haya encauzado en tan poco tiempo con tan asombrosos resultados.

La presencia de Laura en el escenario abruma y conmueve. Su concentración, desde el momento del primer saludo al público, es absoluta, sin fisuras hasta el último segundo de la música que entrega a su auditorio ordenada desde una mente preclara, una memoria prodigiosa y un extraordinario oído que actúa como auténtico director en sus interpretaciones.

A todas sus cualidades musicales se une su portentosa técnica instrumental, a día de hoy ya de pianista consumada. Técnica rotunda y equilibrada en sus distintos aspectos y que posee, especialmente en los dedos uno de sus rasgos más deslumbrantes, con una dicción clara, flexible y precisa, incluso en las velocidades más elevadas o los momentos de más intrincada polifonía.

Su repertorio, cuidadosamente seleccionado, es inaudito por lo amplísimo, sin que ello suponga menoscabo del el altísimo nivel de calidad y perfección con que aborda cada una de las obras. Encabezado por J. S. Bach (recordamos con particular admiración su recital en el Conservatorio Superior de Oviedo, hace tres años, en el que dedicó una parte completa a este autor) y el Clasicismo, que junto con Chopin son la base de su formación, incluye numerosísimas obras de diversos estilos, además de un grupo importante de conciertos con orquesta. Repertorio digno de un pianista maduro que da la medida de su excepcional capacidad, y de la apuesta por una formación íntegra, sólida y profunda, sin ningún tipo de concesiones.

El sábado, en Valdediós, Laura ofreció un bellísimo e intenso programa que comenzó con la suite en Re menor de Haendel para finalizar con las 25 Variaciones y Fuga de Brahms sobre un tema de Haendel, cerrando así un círculo que en su interior incluía el Impromptu en Fa menor de Schubert y dos extraordinarias obras de Chopin, el Nocturno en Do menor op.48, nº1 y su Balada nº 1 en sol menor.

La interpretación de la Suite de Haendel, diáfana y vibrante, se vio enriquecida por diversos recursos ornamentales y técnicos, como la duplicación del bajo en octavas en la Sarabanda con Variazioni que, como explicaba F. J. Pantín en las interesantes notas al programa, contribuyeron a redondear la traducción sonora de una música que en su ejecución al piano pudiera resultar algo pobre, dada la original desnudez de unas partituras concebidas para ser interpretadas en el clavicémbalo.

Tras un Impromtum de Schubert, exquisito en el manejo de la articulación y la dicción y en la alternancia de los distintos elementos líricos y dramáticos, nos adentramos en las dos obras de Chopin que, según Pantín, se complementan entre sí por un mismo aliento dramático y narrativo, convirtiendo al Nocturno en una especie de preludio de la Balada. El Nocturno fue quizás uno de los momentos álgidos del recital, ofreciéndonos Laura una extraordinaria versión, construida a partir de una sólida e inusual planificación del tempo y desarrollo emocional, y resuelta con dominio del cantábile, de todos sus elementos técnicos y envuelto todo ello en una cuidadísima pedalización. La misma coherencia presidió la exposición de la primera Balada, a pesar de que en determinados pasajes se observó cierta tendencia a la vertiginosidad, algo comprensible por la vehemencia del momento y la extrema juventud y capacidad técnica de esta joven pianista.

En las monumentales Variaciones de Brahms Laura Mota mostró todo el repertorio de recursos técnicos que la obra requiere y que ella domina a la perfección. 25 variaciones en las que la alternancia emocional y estilística ponen a prueba la versatilidad de cualquier intérprete. La relación de tempo entre las distintas variaciones, las transiciones entre las mismas, la gradación emocional in crescendo y el despliegue virtuosístico mostrado por la pianista se pueden calificar de portento, así como la exposición final, rotunda y poderosa, de la imponente fuga que cierra esta obra grandiosa, una de las más exigentes del repertorio pianístico y cuya interpretación a este nivel de calidad y con 14 años roza lo milagroso.

Tras este tour de force todavía hubo reservas para una brillante y sensible ejecución del Preludio en sol menor de Rachmaninov, ante el entusiasmo desbordado de un público que, rendido ante tanto talento, tuvo el privilegio raras veces repetible de asistir al surgir de lo excepcional.