Escribo estas líneas aún impactado por la noticia del inesperado fallecimiento de mi gran amigo, Julio Gacía Lagares. Aunque todos los que le apreciábamos estábamos al tanto de que su envidiable salud, que tanto nos impresionaba a sus 87 años, se había resentido hace apenas un mes. Nuestras últimas conversaciones telefónicas de hace pocos días seguían dejando ver que su mente funcionaba con la lucidez de siempre y sus ganas de disfrutar de la vida también seguían intactas. Su único lamento era que no podría acudir este año a las dos comidas de Navidad que más disfrutaba, la organizada por los funcionarios de Secretaría de Gobierno y la de la Sala de Gobierno.

Me transmitió con entusiasmo y su buen humor característico que hiciese llegar a todos ellos que pronto estaría restablecido y que el año que viene no faltaría. Lamentablemente, en las últimas horas todo se ha complicado súbitamente y no podrá cumplir ese deseo.

Nuestra amistad, fuerte y duradera en el tiempo, se remonta a cuando nos encontramos en Avilés en 1984, cuando llegué al Juzgado de distrito número 2. A partir de ahí, curiosamente nuestras biografías han estado unidas siempre, pues le fui sucediendo en todos los cargos que ostentó. Fui elegido juez decano después de él, presidente de la sección territorial de Asturias de la Asociación Profesional de la Magistratura -de la que fue uno de los fundadores más entusiastas y llegó a ser vicepresidente- y, luego, también magistrado en la Sala Civil y Penal; y, por último, presidente del TSJA. Así que Julio y su característica pipa han formado parte de mi vida tanto tiempo que me duele en el alma tener que escribir estas palabras de despedida.

Todo el que haya conocido a Julio García Lagares sabe que en él primaban los buenos sentimientos, tanto en el plano profesional como en el personal. Defensor a ultranza del asociacionismo judicial, luchó denodadamente con otros compañeros para poner en pie la APM, salvando todas las dificultades que se presentaron entonces y sin perder su buen humor. Porque si algo distinguirá a Julio en nuestro recuerdo, además de su incuestionable talla jurídica, es que siempre supo hacerse respetar desde la humildad, el cariño y un trato impecable.

Aunque era un gallego orgulloso y ejerciente, encontró en Salinas su mejor refugio. Y allí, junto a su adorada mujer Olga y su hija Olga, digna heredera en amabilidad y bonhomía de sus padres, convirtieron su casa en la de todos. Los que allí hemos tenido el privilegio de estar tantas veces, nunca olvidaremos esas veladas regadas por el mejor albariño y nutridas de mil y una anécdotas del que tiene una vida larga, plena y disfrutada al máximo.

Por todo ello, le voy a echar muchos de menos.

Adiós amigo, adiós presidente. Te recordaré siempre.

Ignacio Vidau Argüelles. Presidente del Tribunal Superior de Justicia de Asturias