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Extrañas playas para perderse

Una cala tierra adentro, un arenal de cristal multicolor y una caverna monumental al borde del mar que parece un monumento: tres insólitos rincones del litoral asturiano que merece la pena visitar

Extrañas playas para perderse

Los veranos de playa en el Norte son, por lo general, de temporada corta. Esto no es novedad, ciertamente, y repetirlo puede sonar a "descubrir el Mediterráneo". Sin embargo, quienes busquen algo más que sol y baños, tienen en Asturias algunas de las playas más extrañas y peculiares de todo el litoral español. No se trata de "descubrir el Cantábrico", pero los tres ejemplos que siguen atestiguan que nuestra costa todavía cuenta con sorpresas agazapadas entre el mar y los acantilados.

Playa de Cobijeru (Llanes). Cerca de la divisoria con Cantabria, en la localidad de Buelna (Llanes) y en un entorno boscoso, se esconde el arenal de Cobijeru. Es una de esas extrañas calas tierra adentro del oriente astur que, desde hace quince años, gozan de la condición legal de Monumento Natural Protegido. Y junto a la más conocida de Gulpiyuri, supone el ejemplo por excelencia de playa sin salida al mar. Se accede a ella desde una curva de la N-634 a la salida de Buelna, a través de un camino vecinal de unos 400 metros. La playa aparece de repente, separada del Cantábrico por una muralla calcárea de noventa metros de espesor, por la que las filtraciones kársticas y la fuerza de las mareas empujan y canalizan el agua y la arena a través de la roca. Las curvas de nivel de la llanura costera propician que se remansen en tierra firme y la presencia de dolinas (hoyos de erosión) completan el proceso físico cuyo resultado es este insólito fenómeno natural. El paisaje circundante y los sonidos de la naturaleza dan al conjunto un ambiente extraño y plácido, rozando lo irreal. Un aviso al visitante: cuidar el entorno, seguir la normativa de visitas dispuesta y respetar escrupulosamente la tranquilidad y limpieza del lugar es más que obligado, tanto si se va uno a bañar como si solo se trata de visitar y fotografiar esta joya. Existen muy pocos lugares así y su conservación bien merece un comportamiento responsable? aparte de que las multas, aquí, quitan el hipo.

Playa del Bigaral o de Los Cristales (Gozón). En Antromero, entre Candás y Luanco, se localiza esta curiosidad de la naturaleza donde la acción humana ha jugado un papel determinante. Y es que si en Gozón son habituales las playas de cantos rodados, las circunstancias geológicas e históricas que confluyen en el Bigaral rizan el rizo. Es sabido que las mareas y los suelos de roca plana facilitan que las pequeñas piedras desprendidas de los acantilados se erosionen hasta convertirse en cantos rodados, que con el arrastre de las olas crean ese sonido de "lluvia de piedras", típico del paisaje que rodea el Cabo Peñas. En el Bigaral el suelo es también una rampa lisa, utilizada durante décadas como vertedero de vidrio. El mar se encargó de convertir en cantos de colores las miles de botellas de sidra, cerveza y vino allí acumuladas y la sedimentación, lenta y constante, terminó por dotar a este rincón semioculto de una belleza inesperada. Aquí no hay arena ni grandes losas de roca. En su lugar, un lecho multicolor de cuentas de cristal pulido cubre gran parte del suelo de esta playa apartada, creando un paisaje en el que, si se dan las condiciones óptimas, el sol del crepúsculo produce un efecto de luz inolvidable. Vale la pena visitarlo, aunque deben tomarse precauciones porque su acceso no es sencillo ni está bien señalizado. Los consejos para quien quiera conocerla, además de respetar y cuidar el entorno como en cualquier otra playa, pasan por consultar el horario de mareas para evitar sustos al bajar o subir el acantilado. Si las condiciones meteorológicas son malas, mejor no arriesgarse y dejar la visita para otra ocasión.

Playa de la Iglesiona (Cudillero). Si ya hemos visto playas sin mar y sin arena, lo único que podía completar este anecdotario es una playa sin cielo ni sol. Y esto es lo que, entre otras cosas, brinda La Iglesiona, en Oviñana. Se trata de una playa subterránea en los aledaños del Cabo Vidío, emplazada en el interior de una caverna, cuyas únicas entradas son las que dan al mar y una grieta que se ha ido abriendo en un borde de la cueva, cuyo acceso en solitario sólo se aconseja a expertos (muy expertos) en espeleología. El rasgo más sobresaliente de esta playa, en todo caso, es la enorme cavidad que hace de techo y que genera un efecto de reverberación similar al de las catedrales góticas. De ahí la denominación de "Iglesiona" para esta playa pedregosa que solo se descubre en la bajamar. El fenómeno geológico que se da en esta oquedad no es extraño ni único: en el Atlántico son bien conocidas playas rocosas de formas caprichosas como As Catedrais (Ribadeo), la Sima de Benagil en el Algarve o la mitológica Gruta de Fingal en Escocia. Lo curioso, y que quede constancia de la buena gestión por parte de los habitantes de la zona, es que la Asociación Vecinal de Oviñana organiza cada septiembre una visita colectiva a la playa-cueva, guiada por espeleólogos que dirigen en orden la bajada y la subida, dada la peligrosidad de su acceso y lo espectacular del lugar, por dentro y por fuera. Una cita que, previa inscripción, congrega todos los años a un centenar de visitantes que, antes de que la pleamar anegue la gruta, pueden acceder y disfrutar con tranquilidad de este recinto escondido. Lo de bañarse allí, si es que alguien se lo plantea después de atreverse con semejante descenso, ya es otro asunto.

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