Cuando a mediados del pasado siglo Enrique Sanfiz (1910-1992) agarraba cada mañana su batea y se sumergía en el río para buscar pepitas de oro entre la arena, sus vecinos lo tomaban por un loco. Ninguno llegó a imaginar que la iniciativa de aquel pionero acabaría convirtiendo a Navelgas en un referente mundial, y mucho menos que más de doscientas personas venidas de lugares dispares por todo el globo se darían cita allí con el único fin de encontrar el preciado metal, tal y como en su día hacía Sanfiz.

Ayer, el pueblo tinetense acogió la primera jornada del Campeonato Nacional de Bateo de Oro, una prueba que en esta edición ha alcanzado la mayoría de edad, eso sí, manteniendo un espíritu marcadamente infantil. Prueba de ello es la pequeña Sofía Tronco, de apenas dos años, quien hacía su primera incursión en la búsqueda de oro junto a su madre, Ana Berdasco. Viven en Navelgas, por lo que Berdasco reconoce "llevar en la sangre algo que tenemos que inculcar a las nuevas generaciones", mientras revela la esencia que hace de la disciplina algo "adictivo": "parece alucinante poder encontrar una cosa tan minúscula entre un cubo lleno de arena en tan poco tiempo".

Ese es sencillamente el funcionamiento del bateo, un deporte capaz de reunir y unir a decenas de personas en torno al agua, sobre todo aprovechando la agradable climatología de la jornada. La familia Jubete, de Oviedo, era una buena muestra de ese ambiente fraternal reinante en todo el pueblo. El padre, Manuel Jubete, reconoce que sus vacaciones familiares "no son a la playa, sino a Navelgas", donde llevan acudiendo cada verano desde hace casi diez años. "Empezamos bateando como un plan de ocio, pero hemos descubierto una actividad maravillosa que se ha convertido en parte de nuestro descanso", dice Jubete. Tanto les gusta, que su mujer y su hijo ya participan en la prueba de forma profesional con resultados muy destacables.

Así, David Jubete, de 13 años, ha llegado a coronarse como campeón nacional de bateo en categoría alevín, tras más de media vida dedicada a aprender este deporte. "Cuando probé la primera vez descubrí que me gustaba porque además es muy fácil, aunque las pepitas sean tan pequeñas", cuenta el joven.

La familia ovetense estaban entre las más de 60 personas que, aprovechando su presencia en un campamento celebrado en el pueblo por la asociación Reto, se sumaron al evento invitados por la familia Sanfiz. Tal fue el despliegue familiar, que la organización dispuso de una categoría propia dedicada a ellos dentro del propio campeonato.

El impacto internacional de la prueba también se ha hecho notar en la creciente presencia de extranjeros venidos de países tan dispares como Noruega, Holanda, Japón, Francia o Italia. Como la nipona Hideko Nakano, quien repite en Navelgas tras dieciséis años compitiendo de forma profesional (incluso se desplazó desde Japón portando su propia batea). Nakano confiesa venir "encantada por el espíritu amistoso, rico y acogedor que brinda el pueblo y sus gentes", además de reconocer ser una enamorada de Asturias "por su deliciosa comida y sus preciosos paisajes".

El organizador del campeonato, César Castaño, resuelve una de las grandes incógnitas que el público suele plantear: "sí, los participantes pueden llevarse el oro que consiguen". O donarlo a causas solidarias, pues se dispuso de una urna destinada a tal fin. Castaño relata asimismo el desarrollo del torneo: "la idea es extraer todas las pepitas que la organización coloca en la arena, de las que pueden no saber el número". Eso sí, cada "semilla" no encontrada, penaliza. Mientras tanto, los jueces cronometran el tiempo empleado y vigilan que se cumplan las reglas. Lo demás ya es sabido, el arte de mover ese gran plato con paciencia y un toque de maña hasta que el metal, por su propio peso, se deposite en el fondo. Ayer fueron las fases clasificatorias, hoy tendrá lugar la gran final.

Pero quizás, lo más destacado de esta edición sean las cifras históricas alcanzadas, más de 200 participantes frente a los 150 del pasado año. Con un notable incremento en categorías infantiles y juveniles, "algo positivo, pues se nota que la promoción hecha en los colegios funciona y que los niños se enganchan", sostiene Castaño.

Lejos quedan aquellos tiempos en que los hermanos Sanfiz pasaban tardes enteras solos a la orilla del río buscando oro con sus platos. Ismael Sanfiz, uno de los 16 hijos del pionero, recuerda esos momentos con nostalgia, "cuando éramos cuatro gatos que nos apañábamos para sacarlo adelante", aunque se muestra orgulloso por "el auge que vive la prueba".

Gracias, en especial, a las promociones que su estirpe realizó por medio mundo, "Suiza, Alemania, Italia, Estados Unidos...", recuerda. Todo para poner en el mapa a esta áurea joya del occidente asturiano.