En el mundo de la Fórmula 1, a Kimi Räikkönen le conocen como "Iceman", presumiblemente por su imperturbabilidad al volante y fuera de las pistas. Pero el piloto finés aparcó su proverbial sequedad en la última gala de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA), que se celebró en la noche del viernes en San Petersburgo (Rusia), y se plantó en el escenario, donde tenía que recoger su premio por la tercera posición que logró en el último campeonato mundial, en un evidente estado de ebriedad.

Räikkönen (que logró el campeonato del Mundo en 2007 tras protagonizar una memorable remontada en plena guerra civil en McLaren por la pugna Alonso-Hamilton) afrontaba prácticamente su último acto como piloto de Ferrari. Apeado de su asiento por el emergente Charles Leclerc, Räikkönen competirá los dos próximos años a lomos de un Sauber, un evidente descenso de categoría dentro de la parrilla. Así que el finés, cuyas monumentales juergas han sido durante años la comidilla del "Gran Circo", decidió darse un homenaje.

Con algunas copas de más, Räikkönen subió al escenario tambaleándose, con una gran sonrisa y un desconocido desparpajo. Pese a que estuvo a punto de caerse en el ascenso, el finés no perdió el buen humor y, ya sobre las tablas, no dudó en abrazarse, muy efusivo, a un sobrepasado Sebastian Vettel, compañero de Räikkönen las últimas temporadas.

Pero las andanzas ebrias del carismático piloto no se quedaron ahí. Ajeno al milimétrico formalismo que tanto gusta en la FIA, Räikkönen se dejó ver fumando puros en la sala, pasando por sitios a los que no debería acceder e incluso discutiendo con uno de los cámaras que retransmitía el evento. Todo ello ante la mirada de embarazo de su esposa, la modelo Minttu Virtanen.

El espectáculo, en todo caso, no resultaba extraño para aquellos que conocen las andanzas de Räikkönen. En su autobiografía, "El desconocido Kimi Räikkönen", que fue todo un fenómeno editorial en Finlandia, el piloto detalla juergas monumentales como la que protagonizó en 2012, cuando encadenó borrachera tras borrachera desde la fiesta posterior al gran premio de Bahréin hasta que se enfundó de nuevo el mono para correr en la siguiente prueba del Mundial, en Barcelona, dos semanas después. Lo que se dice una palanca de campeonato.