14 de noviembre de 1962. Bob Dylan graba en los Columbia Recording Studios de Nueva York "Don't think twice it's all right", una canción que desde entonces será versionada por numerosos artistas (Joan Baez, Johnny Cash, Elvis Presley, por citar a algunos ejemplos). En la grabación de este tema, que abriría la cara B del álbum "The Freewheelin' Bob Dylan", con una duración de 3.37, el genio de Minnesota, además de cantar, toca la armónica y la guitarra. El pasado domingo, en Gijón, Dylan cambió la guitarra por el piano para condensar en canciones como esta -extendida hasta superar los seis minutos- todos los elegantes matices a los que nos tiene acostumbrados en su "Never Ending Tour". Dicho momento quizá fuera uno de los más brillantes de la actuación, como ha señalado Chus Neira en este mismo periódico.

Al igual que en los otros diecinueve temas que interpretó en el concierto, Robert Zimmerman, de casi 78 años, apostó una vez más por la renovación dirigida hacia la esencia. En este sentido han de entenderse, especialmente, la sutil y sinuosa interpretación de "Like a Rolling Stone" y otros temas de línea intimista, como la existencial "Tryin' to get heaven" o "Make you feel my love", con su letra de inhabitual ternura dylaniana.

En el turno de "Scarlet Town" -esa ciudad en la que hay "hoja de hiedra y espina de plata" y "las calles tienen nombres que no puedes pronunciar"-, Dylan se levanta por primera vez del piano y deja que el Sinatra que lleva dentro se adueñe del centro del escenario.

El cantante -su voz estaba ciertamente bien esa noche- también desplegó su energía en clásicos como "Highway 61 Revisited", "Love Sick" o "Gotta Serve Somebody".

La grandeza de Bob Dylan se comprende al recordar que, más allá de sus personalísimas melodías e interpretaciones, posiblemente sea el mejor letrista de la historia de la música popular. Siempre podremos decir que un 28 de abril de 2019 nos trasladó a otras épocas, desplegando joyas nacidas a lo largo de seis décadas de creación, con una escenografía acorde con la elegante sobriedad de sus reinvenciones, y desterrando durante cerca de dos horas los teléfonos móviles, un gesto que ahora le agradecemos.