Opinión

Llámpares mariñanes

El caso es que desde hace un mes no se para de gustar en Villaviciosa buena gastronomía. Empezó la cosa con fabes, una semana  entera para celebrar Les Xornaes de la Faba y su treinta cumpleaños, llena de contenido cultural, técnico y gastronómico. Por cierto muy inquietante la Mesa redonda sobre el “Cambio climático y el cultivo de Faba Asturiana”, en la que se puso de manifiesto la preocupación entre los productores de la incidencia negativa del Cambio Climático en la cosecha de fabes; la sequía del pasado año, tuvo como consecuencia una menor producción, más de un 30% menos en la última cosecha, y un grano más pequeño, y lo que es peor, temen que este agostamiento de la tierra haya venido para quedarse. El Consejo Regulador de Faba Asturiana, calcula en unas 135 toneladas la faba certificada este año, si pensamos que puede haber otras tantas que no se certifican, la producción total de fabes en Asturias está muy lejos de las 800 toneladas que calculan se consumen, y con estos números uno sospecha que no es el cosechero asturiano el que más se beneficia.

Endulzáronnos les pallabres con lletres de pan los de La Compaña del Ronchel, lletres que repartieron, como todos los años, con motivo de la Selmana de les Lletres Asturianes, por los colegios e Instituto de la Villa, en un acto simbólico. Alimento para el cuerpo y el espíritu. Lletres de pan que fagan pallabres para que la lengua y la cultura de Asturies no mueran de inanición. “Si digo llingua digo pan”, diz el versu de Marta Mori. “Faremos pan coles nueses pallabres, semaes na nuesa tierra y en cada boca, pa que xerminen y saborguen la dulzura de una llingua escaecía”, dicen los de la Compaña del Ronchel.

Y llegan los mariñanes de Quintes y Quintueles, y se ponen a pelar llámpares por los pedreros como posesos para que no falten en las XXXVI Jornadas Gastronómicas de la Llámpara, que es fiesta de Interés Turístico del Principado y, atendiendo a su sabor,  de mucho más interés gastronómico.

Algunos escritores de comidas, de cocineros y de casas que dan de comer, descubren la llámpara y su sabor, y si no se les explican bien, creen que es un producto hallado recientemente por algún ingenioso gurú de los fogones, y consideran que fue comida de  gentes de apetito violento y sin remilgos, de gustos extravagantes o famélicos competidores de aves marinas de pico duro. Pero  nada más lejos de la realidad, con llámpares se vienen alimentando sin distinción de raza, sexo o creencias, las gentes, clanes, amigos y parentelas de los pueblos costeros del Cantábrico desde el Paleolítico –recientemente se están realizando estudios sobre la vida y el clima de la prehistoria a través de las conchas de llámpares recogidas en yacimientos y concheros -, siendo los mariñanes del antiguo territorio de Maliayo, especialmente aventajados en la recolección y culinaria de lo que malacólogos o conquiliólogos clasifican como moluscos gasterópodos, de la familia de las patélidas, que dan en llamar patella vulgata, y que los mariñanes denominan simplemente  llámpares, sin importarles el origen ni la familia se las comen. Las clasifican de bretones, a las que viven en rocas salientes que aguantan mejor el mar batido del norte en las costas abiertas, y vascas, a las que soportan peor las marejadas y se abrigan en las rocas de los entrantes de la costa –las de Les Mariñes son del tipo bretonas-. Otra clasificación que hacen son:  de la luna o de la rosada, son aquellas de tamaño intermedio, picudines, que las cubre la marea, y se cogen en noches lluviosas, oscuras, consideradas las de mejor calidad gastronómica, y gavioteres, más grandes y picudas, para conservar el agua en su interior mientras permanecen  fuera del agua en el parte alta de las rocas, gastronómicamente son más secas y duras, buenas para la plancha. 

Saben también que son herbívoras, que pastan y se alimentan de las algas que crecen en el pedreru que viven, y que siguiendo el rastro que deja la mucosidad que segregan vuelven siempre al mismo sitio de la roca, a la que se aferran con más fuerza que un político al sillón, su fuerza de succión es de 4.000 veces su peso. Comienzan su vida como machos, a los 8-10 meses son sexualmente maduros, y a los dos o tres años, muchos individuos, se convierten en hembras, pues hace muchísimo que descubrieron la transición de género sin necesidad de cirujano plástico alguno, la puesta y fecundación es externa y la hacen una vez al año entre los meses de octubre a diciembre. La concha puede llegar a medir entre 5-6 cm. de longitud, y el promedio de vida es de 15-20 años.

También dicen que el material biológico más resistente del planeta es el de la lengua de les llámpares, pero todo eso se la trae al pairo a los que las quieren disfrutar y a las guisanderas mariñanas, quelas preparan como en ninguna otra parte con arroz, con pasta, en tortilla, guisaes, a la asturiana, con patates, con fabes, afogaes… y aunque se pueden comer todo el año, debe de darse prisa quien quiera gustarlas en el mejor momento, pues  las Jornadas Gastronómicas de la Llámpara en Quintes y Quintueles terminan hoy domingo 19. Las puede comprar y preparar en casa, pero compruebe que estén vivas, lo sabrá si el bichu se mueve y si la llámpara se pega a la mano. La solución de ir a pelales al pedreru, puede ser divertida, pero, créanme, lo digo por experiencia, a partir de una cierta edad, al salir del pedreru puede resultar difícil enderezarse. Mucho mejor en Les Mariñes. En buena mesa, mantel, servilleta prendida  y acompañadas de buena sidra somos muchos los que las gustamos dos veces, una al comer el bichu, y otra cuando chupamos la cáscara, y si se tercia, en la sobremesa pueden cantar lo que dicen las gaviotas: “Cuando les páxares pintes, falen con páxares blanques, van diciendo unes a otres, cáscares, cáscares, cáscares, bígaros, bígaros, llámpares, llámpares”. O La Mariñana, una vez puestos.