Después de cinco años en Asturias como directora de Laboral Centro de Arte y Creación Industrial de Gijón -su ciudad natal-, Rosina Gómez-Baeza paseó este miércoles y este jueves con toda tranquilidad por el recinto de Arco, la Feria de Arte Contemporáneo (Madrid) que ella misma creó en 1986 y a cuyo frente estuvo durante dos décadas. «Volver a Arco, que hoy dirige Carlos Urroz, ha sido para mí una delicia, porque la gente me recibe con muchísimo afecto y cordialidad tras cinco años fuera de Madrid, y eso es fruto de muchos años de dedicación», comenta Gómez-Baeza, que dicta sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA en esta primera entrega y otras dos más, mañana, lunes, y el martes.

Hija de Pedro Gómez-Baeza Ibáñez, militar e ingeniero de Armamento y Construcción, y de María Rosa Tinturé Miranda -nieta e hija de dos Tomás Tinturé, ingeniero y ginecólogo, respectivamente-, Rosina Gómez-Baeza nace en Somió, donde vive hasta los 9 años. Es entonces cuando su padre acude como investigador a la Universidad de Birmingham y en esa ciudad británica cursa ella la Educación Infantil y más tarde la Enseñanza Media. Ahí comienza una esmerada formación que la lleva a licenciarse en Literatura Inglesa en la Universidad de Cambridge y en Pedagogía por la Universidad Politécnica de Londres. A continuación, reside en Francia y estudia Sociología en la Universidad Católica de París, donde también cursa Historia de Francia y Arte. Tanto en Inglaterra como en Francia su objetivo es el de «amar y entender ambas culturas».

De regreso en España, es profesora de Inglés en el Colegio de los Sagrados Corazones (Madrid), mediante modernas técnicas pedagógicas que había adquirido en la Politécnica de Londres. Desde 1970 a 1979 trabajó en Siasa, una empresa especializada en la organización de congresos y exposiciones. Con ese bagaje, ingresa después en el Ifema (Institución Ferial de Madrid), donde asume la dirección comercial ejecutiva de 1985 a 1999. A mitad de la década de los ochenta crea la feria Arco, «en un momento de gran vitalidad en Madrid, que no sólo tenía los personajes de la noche, importantes en varios sentidos, sino creaciones como el Museo Reina Sofía o el centro de la Fundación La Caixa». Confluyen en ese momento «varias mujeres que no teníamos miedo a nada y estábamos en período de demostración, como Carmen Jiménez, María Corral o Juana de Aizpuru».

Tras los 20 años de Arco, «todo lo que yo quería hacer y decir estaba hecho y dicho, y mi corazoncito quería hacer algo en Asturias, como dotar a la región de una herramienta para analizar las relaciones del arte con la tecnología o con los emprendedores de industrias culturales, y algo que no repitiera el modelo museístico contemplativo». Con ese proyecto presentado ante el Principado, es elegida como directora de Laboral Centro de Arte, cargo del que dimite en 2011 tras el cambio de Gobierno regional. Un final que tendría que haber sido «de otra manera, más cortés». De regreso en Madrid, y al pulsar el estado de su sector en la presente edición de Arco, Rosina Gómez-Baeza percibe que «la crisis es una ventaja para el arte, porque hay más intencionalidad y una mirada más profunda, ya que se ha tomado conciencia de que galerías y centros pueden correr peligro de extinción».

Raíces cuarteronas. «Nací en Somió, Gijón, donde pasé una infancia maravillosa. Mi padre, Pedro Gómez-Baeza Ibáñez, era artillero, había estado de cadete en Segovia y después había hecho la Guerra Civil como caballero cadete. Tras la contienda volvió a Segovia e hizo la carrera de ingeniero de Armamento y Construcción, con el número uno. Para entrar en Artillería también había estudiado Ciencias Exactas y estuvo destinado primero en Larache, Marruecos, y luego en Canarias, ya que pudo escoger. Más tarde, como mi madre añoraba Asturias, también pudo elegir Trubia. La familia se va después a Inglaterra porque mi padre estuvo trabajando como investigador en la Universidad de Birmingham, en lo que llaman el Black Country, una de las zonas más industrializadas del Reino Unido. Años más tarde es cuando la familia se establece en Madrid y mi padre saca la plaza de profesor de la Escuela Politécnica del Ejército. Trabaja también en el INTA, el Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica, y en el Instituto del Hierro y del Acero. Era un gran especialista en metalurgia y fue premio «Juan de la Cierva» del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Él era canario, pero de origen andaluz por parte de padre. Siempre digo que soy cuarterona, un cruce de Andalucía, de Canarias, de Asturias y de Cataluña, por mi segundo apellido, Tinturé».

Colaborador de Luis Adaro. «Hablo de mi padre por la gran influencia que tuvo en mí, pero también tengo que hablar de mi abuelo, que influyó muchísimo en la educación de mi madre. Tomás Tinturé era médico y realizó su especialidad en Berlín y después trabajó en Austria. Y ahí se produce una coincidencia por las dos partes: por un lado, mi abuelo estudia en el extranjero y manda a mi madre a Francia, y por otro, mi padre conocía la costumbre habitual en Canarias de mandar a los hijos y las hijas a estudiar a Inglaterra o a Alemania. Por ejemplo, mis tías por parte de padre estudiaron en Inglaterra. Y mi madre estudio en las Damas Negras de Pau y luego en las Ursulinas de París. Después cursó en Londres lo que llamaban antes la Finishing School, donde enseñaban a las chicas cultura general. Mi abuelo Tomás Tinturé decía que era catalán de ocho generaciones, y se afinca en Asturias cuando va su padre, que también se llamaba Tomás. Este bisabuelo era ingeniero de Minas, yo creo que de la primera promoción de la Escuela de Minas de Barcelona, y ya en Asturias trabajó con Luis Adaro, como persona de confianza suya, de modo que fue jefe de ingenieros en empresas de las cuencas mineras. Mi bisabuelo tiene una calle en Sama de Langreo, donde vivió. Su hijo, Tomás Tinturé, el médico, se casa con mi abuela, Luisa Miranda Pérez-Herce, hermana de Sebastián Miranda, el escultor».

El joven Werther. «Tomás Tinturé era ginecólogo y ya digo que se había formado en Alemania y con grandes médicos de la escuela de Viena. Una vez casado con mi abuela, y como a toda persona que vive en las Cuencas le atrae mucho Gijón, deciden cambiar de residencia. Mi abuela era de Oviedo, aunque originaria de Grado. Sus apellidos eran Miranda Pérez-Herce Cienfuegos Alvargonzález, y le costó ir de Oviedo a Gijón. Creo que las amigas le decían. «Ay, pobre Luisina, que se va a vivir a Gijón», porque entonces era todo un viaje. Mis abuelos compran una finca en Somió, con una casa rectoral que era fruto de la desamortización del siglo XIX. Mi abuelo era de cultura muy alemana y apreciaba la concepción romántica de los panoramas, de las grandes vistas, de los espacios. La casa la construye el abuelo en alto, para tener vistas, y siempre me acuerdo de «Las desventuras del joven Werther», de Goethe, porque creo que esa lectura fue la que le inspiró esa postura romántica y, en la práctica, la selección de la finca y del lugar donde construir la casa. Después, trajo los muebles de Londres y las alfombras de Turquía y de Persia. Él viajaba por todas partes y, como buen catalán, era muy exquisito. También le gustaba mucho la música, pues mi bisabuelo Tinturé, además de ingeniero, tenía la carrera de violín. La calle que tiene en Sama se debe, según me han contado, a que tuvo una iniciativa muy bonita: enseñar violín a los hijos de los mineros. Y en casa del abuelo había piano, pero, en cambio, en la familia de mi abuela tenían muy mal oído y entre ellos se reían del oído fino del catalán frente al oído de la asturiana, que era como un cerrojo, con todos los respetos hacia mi abuela que, por otro lado, era una gran señora».

Ayuda de Pepín Fernández. «Tomás Tinturé tiene dos hijos: mi tío José Luis, cirujano, que fue director de la Residencia de Cabueñes y tuvo también descendientes médicos, como mis primos Tomás y Juan Carlos, que es dentista y antes fue traumatólogo. Y tuvo otros cinco hijos: José Luis, Ana, Enrique, Alejandro y María. Y además de mi tío José Luis, nace mi madre, María Rosa Tinturé Miranda. Como digo, ella estudia en Francia y en Inglaterra y cuando estalla la Guerra Civil no puede entrar en Asturias, con lo que se queda un tiempo en San Juan de Luz con una compañera suya de estudios, Rosina Alvargonzález, y con su familia. Lo pasan muy mal y mi madre da clases de inglés y de español para ganar un dinerito. También les ayuda la Cruz Roja, además de Pepín Fernández, el que sería el fundador de Galerías Preciados. Mi madre le valoró siempre muchísimo por aquel gesto, y porque les ayuda a volver a París, donde estaba el tío Sebastián Miranda, que se había exiliado junto con Marañón y otros españoles. En París viven un tiempo y mi madre regresa a España antes de terminar la guerra, porque va a La Rioja a casa de los Sáenz de Santamaría, que eran tíos suyos, ya que hay una rama de la familia que se apellida Sáenz de Santamaría Tinturé. Finalmente pudo pasar a Asturias».

Llega un canario. «Mis padres se conocen porque mi madre fue madrina de guerra de él. Sucedió por casualidad, pues mi padre tenía en el batallón un asturiano que le habló de mi madre. Tras un primer contacto, mi madre dijo que no quería más ahijados de guerra, porque ya tenía muchos. Entonces mi padre le envía una carta muy bien escrita. Mi madre era una gran lectora y de hecho me inició a mí en lecturas importantes cuando yo era muy joven. Recuerdo particularmente las lecturas de Flaubert, a mis 17 años, cuando en España estaba todo prohibido. Ella también escribía con mucho estilo y aquella carta de mi padre la convenció. Esto sería hacia el año 1938 o 1939, cuando él estaba en el frente. Así como a dos hermanos suyos les mataron, él, afortunadamente, vivió. Ser madrina de guerra consistía era hacer jerséis, bizcochos, escribirles y animarles. Luego ya se fueron a conocer, aunque tanto ella como él tenían sus respectivas parejas de antes. Mis abuelos maternos aceptaron el nuevo noviazgo. Mi padre muchas veces me comentaba: "Fíjate que yo aparezco por allí, un canario, de un lugar tan distante, y me aceptaron de buenas a primeras". Mis abuelos eran personas muy abiertas y vieron en mi padre a una buena persona y a un hombre de una educación y elegancia extraordinarias. Ahí comienza todo».

Descubrir mundo. «Somos cuatro hermanos, casi de dos generaciones. Yo soy la mayor y después viene mi hermana Lucila, con año y medio de diferencia, y por eso siempre hemos estado juntas. Luego viene mi hermano Perico, al que llevo diez años, y mi hermana Silvia, a la que le saco quince. Ya digo que mi infancia en Gijón fue maravillosa, pero suelo huir de la nostalgia. No quiero ni ser nostálgica ni hablar demasiado del pasado, porque me interesa ante todo el presente. En todo lo que he hecho he tratado de enterarme bien de qué es lo que está ocurriendo en este momento, de interpretar los signos de mi tiempo. Ése ha sido mi norte en todo lo que he hecho: he tratado de ahondar en el momento actual y percibir aquello que es tan difícil, es decir, lo que sentimos los hombres y las mujeres de este momento. Eso es interpretar los signos de nuestro tiempo. Pero recuerdo episodios de la infancia, como los buenos momentos yendo a comprar pescado, a merendar con nuestro abuelo a una cafetería o las excursiones que hacíamos con él. Nos llevaba a Covadonga o por toda Asturias. A él le entusiasmaba: "Niñas, vamos a descubrir mundo", nos decía, y nos metíamos en el coche».

Casa cubista. «Y también tengo buenos recuerdos de mi tío abuelo, Sebastián Miranda, que había tenido una infancia muy mimada, ya que algunos de sus familiares más inmediatos se habían muerto muy jóvenes. Sebastián en seguida se fue a Italia, a Alemania y a París, durante la guerra. Durante mucho tiempo se vendía patrimonio familiar porque cada vez que llegaba una carta del tío Sebas, contaba mi abuela, era para vender un cachito de tierra, para que fuera saliendo adelante. Pero era una maravillosa persona, dentro de su gran egoísmo. Se casó con Lucila de la Torre, que murió en París de cáncer. Por eso mi hermana se llama Lucila. No les habían dejado casarse, pero ella aguantó y aguantó y se casaron por fin. Él se hizo una casa en Madrid, antes de la guerra, en la avenida de la Moncloa, 18. El proyecto fue de Secundino Zuazo, el arquitecto de los Nuevos Ministerios, y la casa, de una gran perfección cubista, fue Premio Nacional de Arquitectura. Es una casa que cuando él murió los herederos decidieron venderla. Un dolor, porque es una maravilla, y sigue existiendo porque está protegida. Zuazo les hizo también una casa a mis padres en Galapagar, pero la del tío Sebastián era perfecta y además tenía unos muebles increíbles. Él se iba todo los fines de semana de excursión con sus amigos de generación, Díaz Cañabate, Luis Calvo, Cossío, Azorín? Viajaban por toda España buscando muebles, ventanas, puertas, todo ello antiguo».

Pedagogía de idiomas. «Cuando yo tengo nueve años es cuando llega el destino de mi padre a Birmingham y ya vamos mi hermana y yo al colegio en Inglaterra. Más tarde, con trece años, tengo que volver a Madrid y estuvimos en el Instituto Británico, y luego regresamos a Inglaterra para terminar el equivalente al Bachillerato y estudiar en Cambridge y en la Universidad Politécnica de Londres. En Cambridge hice Literatura Inglesa, y Pedagogía en la Politécnica. Mi padre siempre me decía: "Bueno, la literatura es muy importante y es lo que te gusta, pero también necesitas una herramienta para trabajar". Y, en efecto, fue mi herramienta porque más tarde fui profesora en el Colegio de los Sagrados Corazones, en Madrid, a finales de los años sesenta. Daba clase de inglés a chicas que estudiaban Turismo y que tenían 17 o 18 años, empleé el método directo de estudio del idioma que yo había aprendido en la Politécnica de Londres. Aquí no sabían exactamente si era bueno o no aquel método, pero pude trabajar con cabinas y sin utilizar para nada el castellano, el idioma propio. Es decir, evitabas absolutamente la traducción porque se trataba de que el alumno pudiera llegar a manifestarse en inglés sin recurrir a la traducción, que es el mayor error. En España enseñamos muy mal los idiomas porque no hemos seguido métodos como aquel, que se usa en todas partes. La clave era meterse en la cultura de un país, escuchar la televisión, ir al cine, leer los periódicos o revistas, interesarse por esa cultura porque un idioma es la manifestación de una cultura. Y tienes que amar esa cultura y nosotras lo que realmente tuvimos en Inglaterra y después en Francia fue la gran oportunidad de entender esas culturas».

Amor por la cultura. «Cambridge significa una experiencia maravillosa porque te permitían absolutamente que buscaras tu propio desarrollo y formación. Esto ya había empezado en el colegio de Birmingham, que estaba en una gran mansión. Éramos enanitas de nueve y ocho años y nos llevan a la biblioteca, y allí nos dicen: "Aquí es donde vais a estudiar", rodeadas de libros y libros. Hay que fijarse que en Inglaterra, cuando estás estudiando, no usas la palabra estudiar, sino que dices "I'm reading English", ese es el secreto. La vida en Cambridge estaba muy fijada en la residencia; salía con las amigas y amigos, pero sobre todo el estilo de vida era en cierta manera bastante individualista. Es decir, tú marcabas la ruta siempre. Y después, en París, también supuso la oportunidad de meternos en la cultura francesa. Fuimos a la Universidad Católica del París, la que había fundado el cardenal y ministro Mazarino, y que ahora ya sólo existe como escuela de idiomas. Allí estudiamos Sociología mi hermana y yo, y también Historia de Francia y Arte. Allí es donde entendimos todas las manifestaciones artísticas desde la época de Francisco I hasta nuestros días. Además, había una organización que se llamaba las Juventudes Musicales y que te permitían acudir al TNP, al Teatro Nacional Popular, por muy pocos francos, o a todos los museos, de modo que existía una vinculación muy estrecha entre el universitario y la cultura. Fomentaban que te fueras al teatro, a los conciertos, a los museos. Ese amor por la cultura que tienen en Francia es absolutamente extraordinario y es algo que tendríamos que adoptar los españoles. No sé por qué no realizamos un estudio y un análisis de qué es lo que no hacemos en España para fomentar la cultura y por qué no nos comparamos con otros países. En definitiva, eso es lo que hacen las empresas, es decir, vamos a estudiar a la competencia».

Respeto y obligaciones. «Volvíamos a Gijón en los veranos e íbamos todos los días a la playa, en la zona del río Piles. Recuerdo que una vez, cuando yo era todavía pequeña, en determinado momento y no sé por qué, dije que no sabía rezar el rosario en español y las demás niñas se quedaron muy sorprendidas. Mi primer colegio en Inglaterra era protestante, pero totalmente religioso; anglicano, de la Church of England, pero no de la High Church. Y rezábamos por la mañana y por la noche, y los domingos nos llevaban a misa. Y todo con un respeto extraordinario. El pueblo inglés, que es menos religioso ahora que entonces, era sobre todo muy respetuoso. Es lo que más admiro de ellos. Tengo un hijo que vive en Londres con su familia, y tiene un niño de seis años y otro de cuatro, y su mujer es mitad americana y mitad española. Me dicen que ha cambiado mucho Inglaterra desde la época en que ellos eran niños y también estudiaron allí, pero lo que sí creo que es eterno es ese respeto, esa capacidad en el fondo de sentir la democracia y de respetar los derechos individuales. En una larguísima tradición, con el Habeas Corpus, la Carta Magna, y admiro esa extraordinaria capacidad que tiene el pueblo ingles de hacer democracia y de respetar los derechos individuales de la persona, que son sagrados. Pero a la vez respetan las obligaciones. Nosotros hablamos mucho de los derechos, pero mucho menos de las obligaciones que tenemos con respecto al otro. Lo mismo sucede en Estados Unidos. Aquí la sociedad es más pedestre y la encuentro menos civilizada, menos respetuosa, más brusca».

En el Grupo Fierro. «En París vivimos en una residencia que nos había buscado la baronesa Reille, que era amiga de mis padres porque el barón Reille era el dueño de Camping Gas de Francia y mi padre trabaja entonces para el Grupo Fierro, que lo participaba en España. Mi padre había estado en el Ejército hasta que pasa de profesor a la Escuela Politécnica del Ejército y a trabajar en el INTA y en el Instituto del Hierro y el Acero. Luego le llaman del Grupo Fierro para montar una serie de empresas e industrias, porque su especialidad era la metalurgia. Así, pone en marcha una factoría de Zanussi y monta la primera fábrica Renault en Valladolid. Después se va a Chicago, a estudiar temas de automoción, por ejemplo, los cromados, y pasa también tiempo en Alemania. En una de aquellas ocasiones, cuando estaba con la factoría de Zanussi, por poco muere en un accidente aéreo que se produjo en un vuelo que los iba a llevar a Pordenone, en el noreste de Italia, sede de la compañía. En aquel viaje falleció Diego Hurtado de Mendoza, pero mi padre se había tenido que quedar en Madrid para una reunión. Trabaja en el Grupo Fierro hasta su jubilación, y después ya se queda residiendo en Madrid. Pero Gijón seguía siendo para nosotros, después de morir los abuelos, y aún en vida de ellos, el lugar de vacaciones».