Luciano Fernández González, (La Coladilla, Vegacervera, León, 1947), «Nano el de El Cubano», el restaurante más antiguo de Candás , se jubila después de cincuenta años en la villa marinera, un tiempo en el que se ha convertido en un personaje muy popular para todos los que viven, veranean o frecuentan la villa.

-Usted llega a Candás con 15 años, procedente de un pueblo muy distinto.

No sabía lo que era un pescado, ni un centollo. En Coladilla encontramos un caparazón de centollo tirado y le teníamos miedo. No sabíamos qué era y lo tocábamos con un palo. Pasó don José, el cura, le preguntamos y contestó: «eso es una tarántula». Mira lo enterado que estaba el cura.

-Vivía y trabajaba en El Cubano. ¿Tenía tiempo para salir?

No hice una fiesta, ni un baile, ni nada. Pon ahí, empecé a hacer el amor a los 40 y a fumar a los 50. Nunca fui a la discoteca. Fui a un desguace a Pinzales, hará cuarenta años, ya grandón. A la entrada, un borracho haciendo sus necesidades. Entré y todos los de Candás estaban casados. «Nano, ¿qué haces aquí?». ¿Qué hacéis vosotros, cornudos? Id a atender a la familia, que yo estoy soltero y no desgracié a ninguna mujer, como vosotros Soy libre como el aire.

-¿No libraba nunca?

Los jueves. A las cuatro de la tarde iba a Gijón, veía dos películas y volvía. Y en verano, nada.

-¿Rapacinas nada?

¡Qué va! Era pecado. Las veía pasar. Ahora desde que empecé a los 40, tela... Me violaron el día de mi 40.º cumpleaños en el hotel la Jirafa de Oviedo y cada vez que paso por delante le tiro besos. Fue una amiga mía de León, la conocí y me llevó al hotel. ¡Menuda hembra! Luego pasé los pueblos de tres en tres. Antes de cumplir los cuarenta años casi me muero.

-¿Qué le pasó?

Me llevó un amigo mío a la clínica Ruber. Don Pedro Mata, el médico, me preguntó cuántos años tenía, le dije que cuarenta y me respondió: «por lo trabajado, 80». Tenía una depresión... el estrés. Bebía mucho y, como decía mi padre, «beber sin comer, caer sin querer». Orujo por la mañana y a trabajar hasta la tarde, un bocado y para la cama. No quería ver a nadie. Salí con la ayuda de Adolfo, «el de la Imprenta», un amigo, en paz descanse, que me venía a buscar todos los días para dar una vuelta. Estuve nueve semanas en casa de mis primas en León, que me tuvieron como un rey. Me daban las pastillas? Cuando salí de aquello, organicé la vida de otra manera. Ahora no bebo nada. Un día, si acaso... La novia esa que tuve fue la mejor medicina natural. Me pasó todo.

-Está soltero. No encontró ninguna con la que quedarse?

Estuve viviendo muchos años con una, en pecado. Ninguna me olvida. El día del homenaje que me hicieron en Perlora, las seis novias comieron juntas. Éramos 105 y me lo hicieron por sorpresa. Lloré y todo. No me casé por no desgraciar a nadie. Ya me desgracio yo solo.

-Usted pasó mucha vida aquí dentro, en El Cubano...

A los diez años de trabajar cogí el negocio. Tenía 25 años. Pero antes de eso hice la mili. En El Aaiún (Sahara, África). Me tallé en Candás y madrugué porque quería comer en Noreña e ir a ver al Candás jugar en Pravia. Llegué de los primeros, pero dijeron: «Los coreanos para los últimos». Pedí que me apuntaran para entrar por la caja de Oviedo. No les apeteció o no lo hicieron. Después, un amigo me dijo que mi madre estaba llorando porque le había llegado la carta con mi destino. Parecía aquello el Dos de Mayo. Todo el pueblo llorando por mí. «¿Adónde va este probín?». Éramos treinta y tantos de León. Salimos en tren militar hasta Cádiz, dos días de viaje. En las estaciones, unos con botijos que gritaban «¡Agüita de España!». Embarcamos a los sones de una banda en el «Ciudad de Toledo» y desembarcamos en unos anfibios que nos tiraban desde 10 metros. El puerto era para los fosfatos. Instrucción, bandera, víveres... y me licencié. Saqué el certificado de estudios primarios allí. Me hice amigo del cabo de víveres, valenciano, Eduardo Ballester Albelda, que me mandaba a sus hijos a pasar el verano a Candás. Ya están casados.

-Cogió el bar a los 25 años, decía...

Tenía a mi hermano Isidoro aquí hacía dos años. Vino mi madre a ayudarnos y quedó mi padre en el pueblo, con el ganado.

-¿Había ahorrado?

El traspaso fue de un millón y medio de pesetas de 1972. Mi tío Simón me ofreció medio millón, pero no lo quisimos porque El Cubano nos dio facilidades. Con lo que teníamos ahorrado mi hermano y yo, 250.000 pesetas y 200.000 pesetas de Concha «la Cubana», una tía mía de La Habana en el Banco Herrero. Esa tía murió aquí conmigo. Vino seis años después, de 80, y murió a los 95 y la atendí como ella merecía. Tenía un sobrino especial en Buenos Aires y lo encontré. Buenos Aires es más grande que Gijón... Y lo encontré y lo traje.

-Decía que su madre vino a trabajar.

La cocinera número uno. Tenía 62 años. ¿Madre, estás cansada? «Para mí esto es un deporte». Venía de toda una vida arando y trillando y de romper el hielo del lavadero con una maza porque no había lavadora. Con la cocina, con poco hacía mucho. Carmina, la mujer de «El Cubano», la enseñó a preparar platos que no conocía y ella aprendió rápido porque era muy lista.

-¿Les fue bien el negocio desde el principio?

Nosotros cogimos el bar el 1 de Mayo y ese día hicimos el doble de caja que «El Cubano» en San José. Yo llevaba diez años apuntando en una libreta cómo se hacía la sopa de pescado y la merluza y la caldereta. La gente notó la savia nueva. Por eso lo quiero dejar ahora. La época era muy buena. En Candás había 10 o 12 fábricas y los obreros venían de Ensidesa, iban a la mar y ganaban la cena. El que no compró piso de aquella fue porque no quiso.

-¿Cómo siente que le trató la vida?

Muy feliz, estoy encantado. Siento les hosties que me dieron y los pufos de los que no me pagaron. Con lo que tengo regalado tengo para dar vueltas en helicóptero por toda Europa, Rusia y Siberia. Perdí la amistad y el dinero. Saqué a uno de la cárcel y casi me pega encima.

-¿Cómo fue eso?

? Mira si soy de campo que tengo gochos, cabras, gallinas, perros y ovejas. Después de cuarenta años, el Alcalde quiere quitármelos, menos mal que voy a deshacerme de todos ellos. Pero es que ahora todo molesta. Antes estaban las vacas en medio de la calle y ahora? No queremos vacas, ni Ensidesa, ni coches? Hay que poner más facilidades y menos pegas.

-¿Echa de menos algo?

No. Soy feliz trabajando y no me entero del paso de los días. Hago todos los días lo mismo. Me levanto a las siete de la mañana, plancho, voy con mis animales, bajo a las nueve y media, pongo la pota si tengo que ponerla, tomo un café por Candás? A las 11 de la noche voy para la cama, pongo la radio -que me gusta más que la televisión- y oigo «Ponte a prueba». Las noticias, no, porque me ponen tarumba. Sólo hay desahucios y desgracias.

-Usted conserva la maleta de su tío de La Habana, pero ¿la va a usar?

Volveré al pueblo algunas temporadas porque me quieren muchísimo. Arreglé la iglesia de mi pueblo, que estaba cayendo, con seis millones de pesetas. Un analfabeto sabía que aquello valía. Era del siglo XII. Cuando llego al pueblo, suenan las campanas. Pregunté por qué y me dijeron: «Mi madre me mandó porque venías tú».

-¿Usted es creyente?

Muy creyente, más que practicante. Me gusta ir a misa cuando me apetece. Prefiero ir a los asilos. Me relaja más. Hay ancianos y les canto canciones marineras asturianas y gallegas y les bailo y disfrutan conmigo. «Anoche estuve en la iglesia/ me confesé con un santo/ de penitencia me puso que no te quisiera tanto». Y aplauden y todo. Hace mucho que lo hago. En Candás hay muchos asilos. Ayer fui a dos. Ya lo hacía mi madre; y mi abuela, cuando sabía de alguien enfermo, le llevaba huevos, gallina, de todo... Valen más obras que rezos.