De Cuba a Estados Unidos.

"El apellido Del Amo procede de mi abuelo materno, que era oriundo de Santibáñez de Béjar, en Salamanca, y esta rama de los Del Amo procede a su vez de Burgo de Osma, Soria, donde nace el apellido cuando en la Edad Media dejan de ser siervos de la gleba. Este abuelo materno viene de Salamanca a Asturias porque era guardia civil. Se casa con mi abuela Macrina, que era de la zona de Cadavedo, concejo de Valdés, y se afincaron en San Pelayo de Tehona, un pueblecito de la parroquia de Trevías, también en Valdés. Tuvieron cinco hijos, entre ellos mi madre, Aurora del Amo. Mi padre, Luciano Rodríguez, nace en un pueblecito de la misma parroquia de Trevías, en Villar de Bahinas, y a los 16 años emigra a Cuba, como otros dos hermanos suyos y tantos asturianos que lo hicieron a comienzos del siglo XX. Trabaja en un café que se llamaba La Isla y al poco tiempo, yo creo que no más allá de los dos o tres años, marcha a los Estados Unidos. Seguramente conoció a algún cliente que le animó a que se fuera para allá. Mi padre empezó a estudiar el inglés de manera intensiva y llegó a dominarlo. Todavía conservo las obras completas de Shakespeare que él solía leer. En Estados Unidos mi padre fue representante de tres importantes marcas españolas: la casa Gal, de perfumería; la casa Palmera, fabricante de cuchillas de afeitar, y de Víctor Sarasqueta, una fábrica de Éibar que producía escopetería de gran calidad y de lujo".

Guerra comercial.

"Curiosamente, mi padre regresó a España a raíz de una guerra comercial. Él había realizado en Estados Unidos una importación muy fuerte de cuchillas Palmera, que eran aquellas que tenían tres agujeritos. Pero en aquel momento la marca americana Gillette lanza al mercado, con un apoyo publicitario impresionante, una hoja acanalada y regala a la vez la maquinilla para ese tipo de hoja. Entonces, las cuchillas de tres agujeros de Palmera dejan de venderse y mi padre tiene que reimportar nuevamente las hojas a España. A raíz de aquello, vuelve a Asturias poco antes de 1936 y como ya tenía una cierta edad decide quedarse y se establece en Trevías, donde pone un comercio mixto en el que se vendía prácticamente de todo, exceptuando coloniales. Había paquetería, ferretería, bisutería, confección, colchones, muebles, etcétera. Ya digo que de todo, menos alimentación. El comercio se llamaba El Sol, pero se lo conocía con un apelativo: "casa del hueso". El "hueso" era mi padre, porque era una persona muy seria".

Recibos de incautación.

"Por lo que supe después, la Guerra Civil trajo la muerte en Oviedo de un tío mío, casado con una hermana de mi madre, y también el fallecimiento de otro tío que era brigada de la Guardia Civil. Y antes de que se liberara la zona del occidente asturiano, el Comité de Guerra se llevó del comercio de mi padre una gran cantidad de mercancías, según pude comprobar yo mismo años más tarde al ver los recibos de incautación que habían dejado los milicianos. Por otro lado, en casa de mi abuela paterna, Lucila, la de Bahinas, se refugiaron toda una serie de republicanos y uno de ellos le preguntó un día a ella: "Lucila, ¿te estorba alguna persona en esta zona?", y mi abuela respondió: "Ay, no, mi nenín, a mí no me estorba nadie". La de mis abuelos paternos era una familia muy religiosa en general, y con respecto a mi padre nunca vi en él sentimientos revanchistas después de la guerra".

De la Quinta Avenida a Trevías.

"Mi padre era un hombre de una ética impresionante y de una seriedad total, y realmente se había cultivado durante sus años en Estados Unidos. Era una persona de lectura permanente y en aquel momento en mi casa se recibían todos los días dos periódicos. Entre los periódicos y los libros, mi padre leía, como mínimo, tres o cuatro horas todos los días y a sus hijos nos inició en la lectura. Tanto él como mi madre eran de procedencia rural, pero había esa cierta diferencia de formación. En Nueva York mi padre había tenido la suerte de entrar en contacto con un grupo judío en el que había gente de todo tipo y condición: médicos, ingenieros, comerciantes de orfebrería. Todo eso le había dado unos conocimientos interesantes, pero también yo notaba que para él la vida y el ambiente de un pueblo no tenía nada que ver con lo que había vivido en Estados Unidos y Nueva York, donde había residido en la Quinta Avenida".

El comercio, en el centro.

"Pero, con su sentido de la responsabilidad, mi padre trató de educarnos lo mejor que pudo y estableció en mi casa una vida de orden y concierto en la que el comercio familiar tenía una importancia fundamental. En cuanto los hijos tuvimos posibilidades, trabajamos activamente, de modo que en mi casa se levantaba todo el mundo a la misma hora, se comía a una hora determinada y también se cenaba en horario fijo. Durante la semana, los cuatro hermanos (Ricardo, Darío, Víctor y Alfonso) asistíamos al colegio, pero los domingos y el segundo y cuarto lunes de cada mes, que había mercado y feria de ganado en Trevías, trabajábamos en el comercio. Se vendía mucho y había una gran actividad, de modo que mi padre nos dedicaba a todo tipo de tareas, como desembalar la mercancía, comprobar las facturas y contrastarlas con lo enviado, limpiar las estanterías, etcétera. El trabajo en mi casa era una cosa sagrada y con ese espíritu me crie".

El maestro de Trevías.

"Pero en la familia hubo problemas de salud importantes. Mi madre, como consecuencia de un reuma articular, cayó enferma del corazón de una forma grave. Tratamos de buscar todo tipo de tratamientos y en Trevías había un médico, don Pedro López Quijano, que le administró un medicamento alemán que había aparecido recientemente. Mi madre mejoró bastante, pero no se me olvida el día que le conté que había aprobado el ingreso de Bachillerato. Mi hermano Víctor y yo nos examinamos con 11 años. Recuerdo que cogimos el coche de línea, vinimos a Oviedo y nos alojamos en la pensión Sierra. Fuimos al instituto, nos examinamos y aprobamos. Nos había preparado el maestro de Trevías, don Tomás Romero Sánchez, que fue un profesor extraordinariamente bueno. Este maestro y la escuela de Trevías desempeñaron un papel importante en todos los alumnos que pasaron por ella. Era una escuela unitaria de 80 alumnos, sólo niños. También había una femenina y después se creó una de párvulos, que ya no me tocó porque yo ya tenía 6 años. En esa escuela de párvulos hubo también una profesora magnífica, doña Inés".

Vocación didáctica.

"El maestro don Tomás tenía perfectamente organizada la escuela. Había secciones, por ejemplo, de lectura, de cálculo, etcétera. En medio de la clase teníamos una estufa y los alumnos llevábamos la leña para calentarnos. Teníamos cada uno una pizarra y un pizarrín, y había una estantería pequeña con libros de lectura. Estudiábamos con la enciclopedia de grado medio de Dalmau Carles, o con la Enciclopedia Álvarez, pero ante todo era una escuela muy dinámica. Don Tomás tenía una vocación educativa extraordinaria y grandes dotes para la didáctica. Tengo idea de que era un maestro procedente de la Institución Libre de Enseñanza, que fue de gran influencia en pedagogía y didáctica. Como he dicho antes, mi madre había caído enferma y el día que volví del examen de ingreso de Bachillerato y le conté que había aprobado ella se emocionó muchísimo. Pero fallece a los veintitantos días, cuando yo acababa de cumplir los 12 años".

Equilibrio en el campo.

"Estudié dos años de Perito Mercantil, porque el examen de ingreso daba paso al Bachillerato o al peritaje. Y escogí esos estudios porque el maestro don Tomás Romero, además de ser maestro, preparaba a los alumnos para cursar Perito Mercantil, Profesor Mercantil, Intendente Mercantil, Bachillerato Superior y Magisterio. Eso prueba que era una persona muy preparada. Muchos años después obtuvo por oposición el puesto de director de centros escolares. Recuerdo que en determinada ocasión le hicimos un homenaje y falleció a los ochenta y tantos años. Tras la muerte de mi madre, se produce cierta situación difícil en mi familia y me doy cuenta de que en mi casa hay algún problema económico, no porque existiera ese problema como tal, sino porque mi padre, con la desaparición de mi madre, había quedado afectado. Desde niño he sido una persona bastante consciente y le dije a mi padre: "Mira, tenemos unas fincas heredadas de los abuelos en Villar de Bahinas y voy a ir a atenderlas para abastecernos". Yo sabía lo que era el trabajo del campo porque cuando éramos pequeños íbamos a casa de los abuelos y lo conocíamos. Allá me fui. Me levantaba a las seis de la mañana y atendía las vacas, los cerdos y las gallinas; recogía la hierba y sembraba patatas, ajos puerros, zanahorias, etcétera. De ese modo, nosotros nos hicimos autosuficientes y en casa apenas había que comprar nada de fuera. En ese tiempo aproveché para darles clase a los niños de los pueblos de alrededor. Eran unos 15 o 16 a los que les enseñé a leer y a escribir. Mantengo un recuerdo muy bueno de aquella experiencia y además percibí que el contacto con la naturaleza es algo que de alguna forma te da un profundo equilibrio. Cuando cada noche terminaba las tareas del día y me sentaba en el dintel de la puerta, me encontraba a gusto. Me acostaba, dormía y al día siguiente volvía al trabajo".

Consejo de familia.

"Ya digo que mi padre nunca se repuso de la muerte de mi madre y además tuvo alguna dolencia. Falleció cuando yo tenía 15 años y los hijos tuvimos que hacernos cargo del negocio. Se nombró un consejo de familia, porque todos los hermanos éramos menores, y yo me encargo del comercio. A mi edad yo sabía todos los precios de la tienda, sabía a quién se compraba, cómo había que comprar, cómo había que marcar las mercancías y cómo venderlas. Pero entonces llega un momento en el que hay un cambio en el mercado. Hasta entonces, todos los terneros, o los caballos o los cerdos se vendían ordinariamente en la feria de ganado, pero empiezan a llegar los coches y los tratantes van a comprar a las casas, con lo que las ferias decaen y también la actividad de venta que teníamos nosotros los segundos y cuartos lunes de mes y los domingos. Y eso se nota más en Trevías, que era un núcleo muy importante de actividad económica porque desde La Espina hasta Navia todo pasaba por allí y por su feria, la más importante de la zona".

Rutas de venta.

"Entonces, como éramos cuatro hermanos y tres estábamos en casa, se me ocurre que si los clientes no venían a nuestro comercio, teníamos que ser nosotros los que saliéramos a vender fuera. Pusimos en marcha dos rutas: una la hacía mi hermano, desde Trevías a Navelgas, donde me encontraba con él y después yo seguía hacia la zona de Santiago del Monte. Enviábamos la mercancía en los autobuses de línea y después la llevábamos al hombro para venderla. Es decir, que no contábamos con medio de transporte propio. El problema inicial que teníamos es que pasaba tiempo hasta que te acreditabas ante los clientes. El ambiente estaba contaminado por vendedores ambulantes que engañaban a la gente. Después, cuando ya te conocían, las cosas iban mejor e incluso conservo amigos que fueron clientes en aquel tiempo y con los que me veo de vez en cuando. Por ejemplo, mandaba la mercancía a Navelgas, y cuando yo llegaba allí me quedaba en casa de Lulo Nieto, el padre del pintor Manuel Linares, una gente extraordinaria. Después, preparaba lo que podía llevar e iniciaba el recorrido de ventas. Caminaba todos los días unos veintitantos kilómetros y conocía a toda la gente. Me ayudó mucho un señor que había en Navelgas, Luciano, que llevaba trabajos de electricidad. Hice amistad con él y como iba por las casas le decía a la gente que iba a pasar un chico de Trevías que era buena gente. Gracias a esas rutas llegamos a vender bastante".

Colegio Mayor El Salvador.

"Así estuvimos varios años, pero yo siempre había tenido una preocupación religiosa importante y cuando tenía 20 años decidí ir a estudiar a Salamanca y mi hermano se quedó con la tienda de Trevías. Decidí ir a Salamanca porque tenía la referencia de que era el sitio donde se podía estudiar siendo mayor, concretamente en el Colegio Mayor de El Salvador. Me entrevisté en Covadonga con un sacerdote de Oviedo, Marcelino González Pola, y después me fui a Salamanca. El Colegio de El Salvador tenía la sección de Santa María, donde estábamos la gente mayor. Había allí 24 abogados, e ingenieros, abogados del Estado, jueces o militares. El rector del colegio era don Ignacio Zulueta y Pereda-Vivanco, que había sido preceptor del príncipe Juan Carlos. Era arquitecto y vocación tardía. Otro de los personajes importantes del colegio era el abogado Javier Álvarez de Toledo y Mencos, de la familia de los duques de Alba y primo de Fabiola, la reina de Bélgica. En la sección de Santa María se estudiaba el Bachillerato Eclesiástico de Humanidades. Hice los tres primeros cursos en uno, después cuarto y la reválida en otro año, y quinto, sexto y la reválida en un año más. Después, estudié Filosofía con unos profesores muy buenos, que aunque no eran docentes de la Universidad Pontificia de Salamanca estaban bajo su influencia. Entre otros, tuve de profesor a José María Setién, después obispo de San Sebastián".

Teología en Madrid.

"Para ir a estudiar a Salamanca yo contaba con algunos ahorros y tuve la ayuda de mis tíos. El colegio mayor costaba unas 9.000 pesetas al año y era tremendamente austero para todos. Era un lugar donde se trabaja denodadamente y donde los superiores trabajaban más que nosotros. Fue una experiencia tan magnífica que todavía mantengo contacto con algunos de los que fueron mis compañeros entonces, como Leoncio García Jiménez, que fue finalista del premio "Planeta". Después de la etapa de Salamanca me fui a Madrid para continuar los estudios de Teología, al Colegio Mayor Hispanoamericano, que estaba al lado del Colegio Mayor Aquinas, en lo alto de la Ciudad Universitaria. Era un colegio dotado perfectamente y parecido al de Salamanca, pero con una actividad cultural más fuerte. Asistíamos a conferencias y a cursos, representábamos o leíamos teatro, acudíamos a exposiciones o íbamos al cine-fórum. Allí tuve de profesores al que fue obispo de Segovia, don Antonio Palenzuela, o a don Antonio Montero, que fue arzobispo de Badajoz, o a don José Delicado, arzobispo de Valladolid. Tuve también de profesor a Ignacio Tellechea, en Historia, o a Miguel Benzo, y volví a tener a Setién".

Sacerdotes en la guerrilla.

"Y de este colegio sale el líder de la guerrilla colombiana, Manolo Pérez, conocido como el "cura Pérez", que era de Zaragoza. Fuimos íntimos amigos y yo no sabía que se había metido en aquello. Pero un día, viendo la televisión, me encuentro con que dicen que van a entrevistar a un comandante en jefe de la guerrilla colombiana, del Ejército de Liberación Nacional, y era él. El Colegio Mayor Hispanoamericano dependía de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano-Americana, la OCSHA, y por ese motivo la formación de los sacerdotes iba dirigida a que después fueran a trabajar a América. Que yo conociera, fueron tres los sacerdotes que estuvieron en la guerrilla de Colombia: Manolo Pérez, Camín y otro del que no recuerdo el nombre. Manolo era una persona muy inquieta y seguramente llegó allí y se encontró con unos desajustes tan fuertes desde el punto de vista social que optó por ese camino. Pero aquello a mí no me parecía bien e incluso tuve pensado ir a visitarle a Colombia para hablar con él y decirle que la violencia no era el procedimiento. Manolo Pérez contrajo la hepatitis C y falleció en 1998".