Oviedo, Marcos PALICIO

«Soñar es importante» en el Estudio Banana, donde el diseño busca respuestas para los grandes problemas del día a día. «Pero para soñar hay que dormir», dormir también cuando no hay una cama a mano, preferiblemente con la cabeza apoyada en algo blando y sin que moleste la luz, aislándose del ruido... En la oficina de Key Portilla Kawamura, arquitecto asturiano de ascendencia japonesa y socio del despacho junto al iraní Ali Ganjavian, estaban en esas cavilaciones cuando alguien probó una «turbosiesta» dentro de un jersey viejo vuelto del revés. No se dormía mal, pero dejaba marcas. En el estudio pensaron que tal vez la imaginación podía resolver mejor aquello y, mucho tiempo después, tras horas buscando el mullido apropiado, afinando la adaptabilidad de la estructura a la cabeza, observando, dibujando y tachando, la respuesta es «ostrich pillow». La «almohada avestruz», una capucha acolchada, gris por fuera y azul por dentro, con un orificio frontal para respirar y dos laterales donde introducir las manos. Un microentorno de comodidad cálido y portátil para ayudar a descansar fuera de la cama, en cualquier parte. En apenas dos meses han vendido al menos 3.000 unidades, han batido récords de recaudación en una plataforma de «financiación colectiva» y su almohada se ha independizado camino de una ruta promocional que ha dado la vuelta al mundo a través de la cadena de televisión NBC, la CNN, la primera página del «Financial Times»... Han recibido un pedido de cincuenta desde la federación de baloncesto de Estados Unidos y varios mensajes de serio interés remitidos por asociaciones de niños autistas, o por médicos especialistas en trastornos del sueño... Había comenzado la «revolución de la siesta».

La génesis del producto «tiene algo de accidental», afirma Portilla, y tal vez por eso el éxito empezó a sorprender a la propia empresa cuando «al lanzar la idea en internet recibimos cientos de mensajes desde todo el mundo». «Si es evidente que el mundo necesita la "ostrich pillow"», pensaron, «por qué no se la damos». Dicho y hecho, se enfrentaron al problema del dinero a través de «Quickstarter», una plataforma de financiación colectiva en internet. Necesitaban 70.000 dólares y consiguieron casi el triple, 195.094, sumando las aportaciones de 1.900 personas que a cambio de su confianza en el proyecto recibían «dos, cinco y hasta diez artículos». «Al cabo de una semana sabíamos que mil personas en el mundo que querían una "ostrich pillow". Eso nos permitió hacer un lanzamiento mas garantizado y con mas tranquilidad», afirma Portilla.

En el triunfo rápido de la «almohada avestruz» sorprende sobre todo, al decir del arquitecto ovetense, «la repercusión mediática que ha obtenido. Hicimos un esfuerzo importante, porque sabíamos que en estos tiempos no nos podíamos permitir una campaña de publicidad convencional, pagando anuncios, así que decidimos tirar de creatividad, que es lo que tenemos, y hacer una campaña viral, poniendo mucha confianza en lo interesante y lo peculiar que es el objeto. A base de vídeos que nosotros desarrollamos y produjimos, de enviar la almohada a una serie de medios estratégicos en todo el mundo, conseguimos que lo acogieran como esperábamos». Aprovecharon la potencialidad del artículo para el espectáculo y hasta su comicidad, la curiosidad de la almohada que se introduce en la cabeza y da un aspecto hilarante al que se la pone. En el horario de máxima audiencia de televisiones de distintas partes del mundo -«eso no hay dinero que lo pague»- consiguieron que los presentadores jugaran y se rieran en directo con la cabeza metida en el peculiar diseño del pequeño estudio español de Kawamura y Ganjavian. «A veces nos venían escalofríos», confiesa su creador, «en contacto con distribuidores que quieren llevar el producto a distintos mercados del mundo».

La repercusión internacional ha dado además para algunas anécdotas reconfortantes. La federación estadounidense de baloncesto, confirma Portilla, encontró en «ostrich pillow» un posible remedio para el descenso de rendimiento de los jugadores por los constantes viajes en avión, el «jet lag» y el cansancio acumulado. «Nos compraron cincuenta de golpe». Pero también hubo pedidos «más emocionales», como varios correos electrónicos de asociaciones de niños autistas que piensan «que éste puede ser el producto perfecto para ellos», porque el enfermo «se siente muy protegido cuando está en ambientes oscuros donde no hay ruido y puede tener contacto físico, táctil, con algo que le protege. Nunca lo habríamos pensado», remata el diseñador, pero la almohada también ha adquirido «una dimensión terapéutica que nos agrada». Han asentido también varios médicos especialistas en insomnio, con el argumento de que las personas que padecen este trastorno «sufren mucho porque se duermen en el trabajo y están muy estigmatizados. Si conseguimos que un objeto como éste se popularice, tal vez podamos permitir que esas personas se sientan un poco mejor».

Key Portilla responde a la pregunta por los motivos del éxito echando otro vistazo al objeto. Es «atractivo» además de útil, razona. Tiene a la vista «algo muy básico, unos colores muy sencillos, pero sobre todo una silueta muy acogedora y una apariencia entrañable y cómoda que de entrada atrae». Después está el aspecto cómico del que se la pone, que no era un objetivo del diseñador, pero que también le ha ayudado. «Seguro que se reían mucho del primero que usó un paraguas», reflexiona el arquitecto ovetense, «parecería un loco, pero iba seco. Y seguro que no pensaba en lo cómico, sino en lo práctico». Como ellos: «No pensamos en el humor, pero no se lo vamos a negar. En el fondo, estoy convencido de que el objeto gusta porque atiende a una necesidad fundamental de los seres humanos. Nunca he conocido a una persona que no duerma. Dormir nos gusta, nos relaja, nos hace soñar, hace que las endorfinas fluyan... Luego, también hay muchas horas de trabajo para comunicarlo bien», aclara, «mucho empeño en la campaña de difusión, muchas horas de pensar y ser críticos con nosotros mismos. No es una idea que sale en una tarde y se ejecuta, aunque pueda parecer el fruto de una mañana divertida».

Será también que la «ostrich pillow», además de a la cabeza se adapta a la filosofía de un estudio donde el diseño no crea necesidades nuevas. La motivación, resume Portilla, no es «hacer una silla más bonita o una mesa más elegante, sino resolver los pequeños grandes problemas de los seres humanos».

Oviedo, M. P.

Los nombres de los objetos tienen su importancia en el Estudio Banana, cuyo domicilio madrileño está en la calle del Plátano. «Es básico darles una denominación que tenga tanta creatividad como el diseño», afirma Key Portilla, cuya almohada juega con el gesto que sólo supuestamente hace el avestruz, «porque parece que en realidad no está entre sus costumbres la de meter la cabeza bajo tierra». Pero es un pájaro «que genera mucha simpatía y nos parecía que el objeto tenía que tener un nombre que levantara una sonrisa».

Así circuló la corriente de afecto, de ahí salieron miles de dólares de la mina del «crowd funding», el sistema de financiación colectiva que al decir de Portilla tiene ventajas evidentes: «En lugar de a fondos de capital riesgo, que te atan mucho a otra persona, este modelo te vincula a una comunidad de personas que son fans de tu idea y que deciden invertir en ella». Se fragmenta el riesgo, «cada uno expone menos» y el empresario sabe que cuenta con un colectivo que «ha apostado por ti porque ve un valor emocional, tangible, en el objeto, que no está ahí para sacar un beneficio económico».