Pola de Siero,

Franco TORRE

La historia de Pola de Siero es la de su mercado. Entre los principales privilegios que otorgaba a sus habitantes la Carta Puebla de 1270 se contaba el de hacer mercado los martes, una condición esencial para la supervivencia y el desarrollo de las villas en la Edad Media. Este privilegio fue confirmado por Rodrigo Álvarez de las Asturias el 16 de octubre de 1310, cuando ordenó ejecutar la carta de población, y fue ampliado en 1370, por Enrique II de Trastámara.

A partir de ese momento, el mercado poleso se convirtió en uno de los principales centros comerciales de la región, lo cual, a su vez, marcó el desarrollo del concejo. No obstante, aquel primitivo mercado era muy distinto al que ha llegado hasta nuestros días y su evolución ha ido señalando el propio devenir de la localidad.

A la hora de hacer un recorrido por la historia del mercado, no se puede encontrar mejor guía que el estudioso local Enrique Medina, colaborador de LA NUEVA ESPAÑA. «El mercado se instalaba en las entradas a la localidad», señala Medina, quien explica que, a lo largo de los siglos, el mercado cambió varias veces de día y de ubicación, adaptándose a esa realidad mutable que era la Pola. «Llegó un momento en el que el mercado se celebraba tres días por semana: los martes, los viernes y los domingos», señala Medina, quien ha documentado diversos pleitos entre Siero y algunos concejos cercanos, como Piloña, Sariego y Noreña, a cuenta de los mercados.

Medina ha plasmado en sus estudios la realidad del mercado poleso entre el siglo XIX y la primera mitad del XX. No en vano, el abuelo y el padre del propio Medina tenían un puesto fijo en el mercado, en la que es hoy la calle de la Soledad. «Esta era la entrada desde Forfontía. A la altura del cruce con La Piñera había un prado en el que, durante un tiempo, debió instalarse parte del mercado. Por esta zona tenía su casa "Joaca la partera", una especie de comadrona que debió traer al mundo a media Pola, en la primera mitad del siglo XX. Un poco más abajo se instalaban los gocheros, entre ellos mi padre y mi abuelo, que era tratante y capador de gochos».

Medina, que se acercaba al puesto de su familia al salir del colegio, aún recuerda como «ponían a los gochos en "banastras", una especie de cestas sin tapa, para venderlos».

Un poco más abajo, en la plaza Les Campes, se instalaban los ganaderos y había un pozo que se usaba como abrevadero para los animales. «En la parte baja se instalaban los que vendían caballos y burros y, arriba, el otro ganado». Medina continúa la ruta por la calle Inocencio Burgos y Corporación: «A la derecha, según vas hacia la iglesia, se colocaba el mercado de la avena, el trigo, la cebada y la escanda, y, al final, estaba el puesto de Agustín Feijoo, un paragüero de Orense. Y enfrente, en la otra acera, había argollas para que los aldeanos dejaran amarrados a los burros».

Esta calle confluye con San Antonio frente a la plaza de Argüelles. «En la calle San Antonio se colocaban los carniceros, en la acera que linda con la plaza. Todo esto estaba muy regulado y yo tengo fotos que muestran que tenían los xatos colgados e iban cortando las piezas según les pedían».

En la acera de enfrente se instalaba otro gremio, el de los panaderos, venidos muchos de ellos de El Rebollal: «Allí había como 200 panaderos a finales del XIX. La última creo que fue Rosario, "la pamestera", que murió en la década de los 50 del pasado siglo».

Ya en la plaza de Argüelles, Medina señala el punto en el que se instalaba otro de los personajes emblemáticos del mercado: «Aquí ponía su puesto Chucha "la Cagancia", una vendedora muy famosa». Chucha se dedicaba a la venta de frutas y verduras, una actividad que perduró en la plaza de Argüelles hasta hace año y medio, cuando las obras de renovación de las plazas de Argüelles y Cabo Noval obligaron a trasladar los puestos hasta los aleros de la Plaza de Abastos, donde aún permanecen. Medina concluye el recorrido en la plaza de Cabo Noval: «Esta era la plaza del Carmen y aquí se instalaban los puestos de loza, donde las piezas más apreciadas eran las de la fábrica de loza del Villar y las de Vega de Poja», comenta.

Entre finales de los años 50 y principios de los 60 del pasado siglo, el mercado se trasladó a las caserías del río Ñora. Más tarde se instaló en La Isla, donde las actividades tradicionales empezaron a perder fuerza ante el auge de los puestos textiles. En estos años comienza una nueva etapa del mercado, quizá menos lustrosa, pero que igualmente se entrelaza con la propia historia de la Pola.