Un renovador del cómic habla a tumba abierta.

Si Harvey Pekar (1939-2010) no hubiera decidido dar a sus historias autobiográficas la forma de guiones de cómic, habría pasado simplemente a engrosar la nómina de escritores adscritos al realismo sucio. Sin embargo, Pekar eligió el cómic y se convirtió en una bomba, en un renovador que ha quedado como sinónimo del cómic alternativo en un mundo que estaba dominado por la historieta de superhéroes para adolescentes, a la que sólo hacía sombra el cómic underground y, por supuesto, no en todos los ambientes.

Gracias a esta elección, son muchos los lectores que desde mediados de los años 70 han podido entrar en contacto con American Splendor, un proyecto, deficitario al principio, que ha sido plasmado sobre el papel por dibujantes como Robert Crumb, Gary Dumm, Joe Sacco, Frank Stack y Joe Zabel. En 1984, Pekar concedió al editor Gary Groth una larga entrevista en la que habla de su obra, pero también de política, literatura, cómic... El resultado es este provocador Tolstói era un charlatán.

Las heridas de África vistas por un maestro

Jon Lee Anderson (1957) es uno de esos reporteros cuyas crónicas se encuentra uno en cualquier antología del género que se precie. No en vano, además de haberse criado en medio mundo, forma parte de la plantilla de una publicación como el New Yorker.

La herencia colonial y otras maldiciones es resultado de una iniciativa de la editorial Sexto Piso, que ha recopilado en este volumen las que posiblemente sean las diez mejores crónicas que Anderson ha escrito sobre África, cubriendo un lapso temporal que va de 1998 a 2012. Aunque Anderson ha cimentado buena parte de su fama en sus trabajos sobre América Latina y ha pasado muchos años de la última década en Afganistán e Irak, África aparece y reaparece como un Guadiana en su trabajo. Liberia, Angola, Santo Tomé, Zimbabue, Somalia, Guinea, Libia y Sudán son los puntos de anclaje de estas magníficas piezas que asombran tanto por el coraje y el tesón con los que el reportero se pelea los temas como por la magistral frialdad y concisión con las que los plasma.

Descenso al provocador universo de Schwob

Si la vida de Marcel Schwob fue breve (1867-1905), el período creativo en el que puso en pie lo esencial de su obra se concentró en el amplio lustro que se extiende entre 1891 y 1896. Así pues, antes de cumplir 30 años, el autor de Corazón doble, El rey de la máscara de oro o Vidas imaginarias ya había alzado su edificio literario.

Del momento portical de esta época de extraordinaria fecundidad creativa data la larga conversación literaria «La perversidad me seduce», en la que Schowb departe con el filólogo holandés Byvanck sobre las cuestiones más dispares. Una vez calibrada la curiosa personalidad ante la que se halla, el lector podrá internarse en sutiles disquisiciones sobre terror y piedad, sobre diferencia y semejanza o sobre el amor, la anarquía y la risa. Accederá, además, al fascinante prólogo que el autor de La cruzada de los niños escribió sobre Los últimos días de Emmanuel Kant o se internará en sus análisis de Villon, Stevenson o Shakespeare. Una delicia para degustar a tragos cortos. Porque son intensos.

Un mecanismo de relojería en la Praga nazi

Rehenes, que ahora se traduce por primera vez al castellano, fue editada en 1942 en EE UU y constituyó un éxito tan rotundo que se la recuerda como uno de los mayores best-sellers de la II Guerra Mundial. Su autor, el alemán Helmut Flieg (1913-2001), tuvo una peripecia vital rocambolesca: escapó de Alemania y, bajo el seudónimo de Stefan Heym, se instaló en Praga, de donde también hubo de huir tras la anexión nazi. Su destino fueron los EE UU: allí se hizo un nombre como periodista, vendió a mares Rehenes y Los cruzados (1948), su tercera novela, y acabó teniendo que marcharse de nuevo, empujado esta vez por la «caza de brujas». Su destino fue la RDA, donde desarrolló una brillante carrera intelectual.

Rehenes arranca con la muerte violenta de un oficial alemán y la subsiguiente toma de rehenes por los nazis y se resuelve en una perfecta trama de relojería que permite a Heym plasmar sobre el papel, con igual brillantez, tanto su conocimiento del alma humana como el opresivo ambiente de la Praga ocupada y resistente.