Con motivo del Día de Asturias que se ha hecho coincidir con la festividad de la Virgen de Covadonga, el gobierno autonómico concede, según su criterio, diversas distinciones a personas o instituciones que han sobresalido por su labor social. Sin duda son muchísimas más las que lo merecen, pero permanecen en la discreción y en el anonimato.

Más de una vez he pensado que sería bueno el que la ciudadanía pudiera presentar candidatos y se hicieran públicos con una pequeña reseña o historia. Puede ser una ocasión para conocer tanto bien como se hace calladamente y de esta forma hacer frente a la corrupción, al egoísmo y la violencia que ocupan tanto espacio en los medios de comunicación. No acabo de entender por qué el mal es más noticiable que el bien. Conozco el adagio de que la noticia es que un hombre mordió al perro y no al revés. Hay días que tanta mala noticia deprime.

Una de las medallas de este año fue concedida a la Fundación Vinjoy, que actualmente tiene como finalidad atender a los niños sordos. Merecida distinción. Esta fundación es como la parábola del grano de mostaza. Como un grano diminuto ha llegado a ser un árbol frondoso en la que pueden encontrar remedio o ayuda niños con problemas de audición, tan indispensable para la comunicación con los demás. Lo mismo que en la parábola, lo importante no han sido los medios que siempre han sido escasos, sino la cualidad y entusiasmo de las personas que han tenido responsabilidad en ella. Por agradecimiento, otro de los valores que en esta cultura pragmatista se olvida, merecen un recuerdo agradecido.

Pocos conocen quién fue el P. Vinjoy. Su nombre completo era Domingo Fernández Vinjoy. Fue un castropolense, sexto de ocho hermanos de una familia pobre que con dieciséis años salió de su Castropol natal, camino de Oviedo, en busca de trabajo. Amparado por el magistral de la catedral, Argüelles Miranda, persona de sensibilidad social, cuando éste fue nombrado obispo de Astorga le llevó con él y le ordenó sacerdote. Tenía ya 35 años.

Muerto el obispo, volvió a Oviedo y fue nombrado sacristán mayor de la catedral. Desde el primer momento sintió gran preocupación por los niños huérfanos. Su casa, en la calle Santa Ana, fue el primer asilo. Aquí comienza esa historia del P. Vinjoy con el carro tirado por un burro, recogiendo alimentos y ropa para sus niños. Era una institución en la ciudad. Otro canónigo pudiente, José Sarri, le donó una finca y algún dinero para la construcción de la "Casa-asilo de la Sagrada Familia". Más de un centenar de niños la habitaban. La guerra civil la destruyó.

En los años cincuenta, a la sombra del gran Hospital de Asturias, la Diputación Provincial tuvo la iniciativa de poner en marcha una obra importante para los sordos. Se pensó en esa fundación. Le encomendó financiación a la Obra Social de la Caja de Ahorros. El Dr. Marí, las religiosas Esclavas del Corazón de María, el P. Chiquirrín (cuarenta años al servicio y entrega total a los sordos. Merece medalla) y un grupo estupendo de profesores vocacionados fueron protagonistas de su éxito.

Los cambios educativos y de política en la Caja, disminuyendo su obra social (¡para la que habían sido fundadas!) puso en crisis esta institución social y benéfica. Momentos difíciles y tensos para los padres de los niños y los profesores.

El Arzobispo D. Gabino se la encomienda a D. Nicanor López Brugos. Lo que coge en sus manos o sale adelante o rompe. Emprendió pronto las gestiones administrativas con los gobiernos de Vigil y Sergio Marqués para buscar una nueva ubicación. Con la ayuda de José Gabriel (Pepito) pudo lograrse una buena venta de los terrenos de la carretera del Cristo, base la nueva edificación. Los arquitectos Arganza, padre e hijo, después de visitar instituciones pioneras en EE.UU, presentaron el proyecto. Buscó a los colaboradores, entre ellos al actual director Adolfo Rivas. Y el año 2.000 se culminó la nueva fase. Preciosa historia que merece ser contada e imitada. Con poco se puede hacer mucho bien. Lo del ciento por uno evangélico.