Bres (Taramundi)

Disponer y poder asistir a la escuela era en la niñez de Manuel Enrique Fernández poco menos que un lujo. «Las clases se impartían en las casas cuando coincidía que venía un maestro. Igual venía uno un mes y luego en todo el año no había». Cuenta este taramundés de 72 años que la escuela estaba en la dureza de la vida ya que, matiza, «en vez de estudiar íbamos al monte con las ovejas».

A Manuel Enrique todo el mundo le conoce como «Nela» o el gaiteiro de Bres, aunque su afición por la gaita es algo bastante reciente. Nela nació en el pequeño pueblo de Silvallana en el año 1938. En casa tenían una pequeña explotación ovina y a ella se dedicó durante décadas. Explica que hasta los cuarenta y siete años estuvo trabajando en el hogar familiar, al cuidado de las ovejas y atendiendo las tierras.

La muerte de su mujer dio un vuelco a su vida y fue cuando decidió cambiar de profesión. «Empecé de "canteiro" y de "louseiro"», indica. El oficio le atraía porque de pequeño había visto construir a base de piedra su casa familiar. Así es que se buscó un socio y empezaron a hacer pequeños trabajos. «Sobre todo reparaciones, íbamos de un sitio para otro, siempre por la zona». Con su compañero trabajó durante siete años y después siguió la carrera en solitario, como autónomo.

Cuenta Nela que a veces se veía negro para encontrar piedra y losa de calidad. «Sobre todo la losa, había pero era muy mala, muy gorda y mal hecha. Era muy difícil de componer en los tejados», y ya se sabe, como la materia era pésima los trabajos se alargaban porque era difícil encajarla. «Me acuerdo en Leituego, un pueblo de Fonsagrada. Nunca vi piedra más mala que aquella. Luego, desde que la trabajas, no se nota, pero da que hacer».

Pero más que por canteiro, si por algo es conocido Nela en la zona es por su pasión por la gaita. Ese amor surge cuando era tan sólo un niño y comenzó a iniciarse en la música fabricándose sus propias flautas. Una paja de centeno, un poco de paciencia y era posible componer la mejor de las melodías. De hecho, aún es capaz de construir este rudimentario instrumento. Navaja en mano, le bastan cinco minutos para demostrar su habilidad.

Cuando cumplió los trece años, una vecina le regaló una gaita o, mejor dicho, los restos de una. «Me la regaló una señora de Freixe llamada Juvita. Su hijo había sido gaiteiro, pero marchó a América y como veía que me gustaba tocar me la dio». Cuenta Nela que le faltaba el fuelle, así es que siguió los consejos que le dieron para fabricarse uno. «Maté un cordero, le saqué la piel y la curtí, o eso intenté. Me dijeron que había que echarle leche y sal dentro, atarlo y dejarlo nueve días debajo del estiércol. La maniobra no fue bien, así que la aparqué».

Tanto la aparcó que tuvieron que pasar más de treinta años hasta que se volvieron a reencontrar. Cuenta Nela que fue en una feria de San Miguel, en La Garganta. «Vi a un paisano con tres gaitas y sin pensarlo me acerqué y le dije que le compraba una. No llevaba ni dinero porque no contaba para nada con comprar una gaita». Aún así el vendedor confió en él y Nela cumplió su palabra y acabó pagándole las 24.000 pesetas que le pidió por ella. «Ya de camino a casa ese mismo día, vino conmigo a tocar a Taramundi. Pasamos el día tocando por los chigres porque no se me había olvidado del todo cómo se tocaba». Desde ese día ya no ha parado de tocar.

Tal es así que está preparando su primer disco. «Me convenció el navalleiro y músico Juan Carlos Quintana y me animé». En el disco hay muchas piezas de un viejo gaitero de Bres al que Nela escuchó muchas veces. «Las escuchara de neno y son cosas que te quedan, me salían solas», comenta. En su repertorio se localizan unas cincuenta piezas que guarda magistralmente en su cabeza. «Todo es de memoria porque no sé leer ni una partitura», relata. El disco que acaba de grabar tiene seis piezas y en todas se escucha la música de Nela, aunque en su grabación, explica, contó con buen número de colaboraciones de músicos amigos. Se confiesa apasionado de la gaita, por eso se apunta a cualquier actividad musical que se promueva en la comarca. Y, por supuesto, si va de viaje a algún sitio nunca olvida de su fiel compañera. Sólo le pesa haber vendido aquella primera gaita sin fuelle. «No sé qué tiene la gaita, es ese sonido que en cuanto me suena en la oreja? pues eso», zanja risueño este músico taramundés.