Una sociedad no se acuesta democrática y se levanta fascista, ni los menores de un país se acuestan virtuosos y amanecen delincuentes. Es necesario un paulatino proceso de deterioro, una ingenuidad peligrosa, una permisividad arriesgada hasta que, pasados los años suficientes, nos encontramos un día con que a una madre casi la meten en la cárcel por darle un merecido guantazo a su hijo, y los menores se dedican en grupos de cinco o siete a violar a crías de trece años, mucho mejor si son disminuidas psíquicas.

El PSOE dice que no se puede legislar motivado por la casuística, y tiene razón, pero el Defensor del Pueblo Andaluz informa con las estadísticas en la mano de que la edad de la delincuencia está bajando de manera alarmante. Un dato es un incidente, dos datos son una tendencia, y una estadística es una prueba científica de que algo ha cambiado, y ha cambiado para mal. La permisividad suicida en las exigencias académicas, la falta de disciplina en los hogares y el ambiente hedonista que llega de una sociedad corrompida no creo que animen a los menores a ser héroes o sacrificados estudiosos. Cuando en la televisión triunfan los chulos analfabetos y las correcamas de ideas cortas y piernas largas, que no ocultan su incuria y exhiben su desaliño intelectual con tanto orgullo como fanfarronería, siendo aupados, aclamados y pagados, ¿quién coño va a ponerse a estudiar si una licenciatura en Ciencias de la Información ni siquiera te garantiza encontrar un puesto de taxista nocturno?

Ángel Gabilondo ya lo ha olfateado. Pero que tenga cuidado, porque apuntar estos defectos conlleva el peligro de ser calificado de carca. O sea, lo que a Giner de los Ríos no le parecería mal puede ser calificado hoy de cavernícola por quienes creen que en la Institución Libre de Enseñanza, al no haber libros, se concedían aprobados generales y se homologaban vagos y trabajadores. Ahora, desorientados, perdidos, estamos a punto de homologar menores y mayores en las penas del delito.