No fueron «tsunamis», terremotos ni fenómenos climatológicos de mayor cuantía. Lo que ocurre es que todo anda manga por hombro en esta España nuestra. Se colapsa el tráfico, se cancelan vuelos en los aeropuertos y se aparcan trenes, de Alta y de Corta Velocidad, en los andenes. No se hace caso de los meteorólogos y los servicios municipales no han hecho provisión de sal para echar en las nevadas aceras. Los vientos, minihuracanados, derriban fácilmente techumbres y muros porque están construidos con más arena que cal. Los bomberos no dan abasto, pues son pocos y mal pagados, los barrenderos no parecen muy trabajadores, pues son eventuales, y, como dicen los «cracks» del balón, no están motivados.

No ha sido un diluvio, como el que le tocó «currar» a Noé, ni un castigo de vientos, rayos y centellas como los que cuentan en la Biblia.

Es que somos unos «chapuzas», somos los campeones de la improvisación a nivel nacional, autonómico y municipal. Los de arriba, los de abajo y los de en medio.

Y, además, unos pusilánimes que nos asustamos al primer trueno y nos acordamos de Santa Bárbara, a la que teníamos olvidada desde la tormenta anterior.

Caen cuatro gotas y se desbordan rieras, ramblas, arroyos y pantanos. Nieva media docena de copos y exigimos que los transportistas municipales contraten trineos tirados con perros (porque los renos los tiene todos ocupados Papa Noel con el reparto de estos días).

Exigimos, invocando nuestra condición de contribuyentes, olvidándonos de que en cuanto podemos escamoteamos nuestra declaración de tributos a la Hacienda pública.