Algunos países, naciones, tienen la suerte de que en momentos de crisis nacional, de estupor ciudadano ante riesgos de catástrofe colectiva, surge el hombre capaz de ilusionar, de movilizar sentimientos, aceptar sacrificios y aunar esfuerzos para remontar el peligro de mayores males. Gran Bretaña con Churchill, Estados Unidos con Roosvelt, Irlanda con De Varela, la misma Francia con De Gaulle y Alemania con Adenauer son ejemplos, más que repetidos, de la importancia de un líder que sabe lo que hay que hacer, respetando las reglas democráticas y a la oposición para enderezar el rumbo. Saber pasar de hombre político a hombre de Estado. De relegar intereses de partido y electorales a previsiones de futuro colectivo.

No hemos tenido esa suerte en España, lo más parecido fue Suárez y así le fue. Felipe González, al que la democracia española siempre tendrá que agradecerle su decidido apoyo a la transición, y Aznar, que se desbocó por su propia impaciencia, no supieron aprovechar el gran tirón que suscitaron. Al final, seis años después de un cierto equilibrio social, con las mejoras expectativas económicas, de paz social, de convivencia, de reconciliación, camino de definir el modelo de Estado, con las urnas como testigos, hemos devenido en la crisis económica, social e institucional más grave de la historia reciente de España.

Ni el Gobierno elegido por mayoría de votos ni la oposición llamada a apoyar o corregir la acción gubernamental han sido capaces de evitar el desastre para grandes colectivos de ciudadanos. El 3 de julio de 2007, Zapatero declaró: «Lograremos el pleno empleo en España». El 3 de marzo de 2008: «Prometo crear dos millones de empleos». El 29 de abril de 2009: «Lo peor de la crisis ya ha pasado». Hay cinco millones de parados.

Si la acción de gobernar, como la de administrar una empresa o un negocio, se moviese por la relación de objetivos y resultados, hacía tiempo que los dueños habrían despedido a los gestores buscando otros más efectivos y menos mentirosos. A nivel público se promete lo que no se puede o no se sabe cumplir y, además, utilizando los recursos legales se mantiene la gestión a pesar de que la situación se agrava día a día. Es el Gobierno de Zapatero el que tiene que salir de su estupor como primera medida y en poco tiempo decidir si son capaces de remediar la crisis económica, social e institucional, que por su incompetencia invade el país, o dejar que otros lo intenten.