No recordaba lo mucho que me gustaba. Ni siquiera que algún día lo hubiera hecho. Supongo que así de vaga es la memoria. Pero esta semana, cuando ya llevaba un par de días instalada en esa verticalidad a la que obliga la vida laboral, lo recordé y por un segundo tuve la tentación de volver a hacerlo. Difícil tarea, si tenemos en cuenta que de aquélla yo tenía seis años y, sobre todo, la estatura adecuada para poder tumbarme a lo largo del asiento trasero del coche de mis padres. Ésa era la posición desde la que podía mirar embobada cómo la ciudad asomaba boca abajo por la ventanilla.

Esa imagen, la de los edificios de siempre de repente rehechos con su base en el cielo y su techo en la tierra, era lo que me fascinaba. Así que trataba de repetir el experimento en casa. Y entonces, en la intimidad de la habitación, mi hermana dejaba colgar la mitad de su cuerpo de la cama, y yo la escrutaba descubriendo en ella una nueva cara en la que su pelo era la barba y la frente la barbilla. Y de la risa, pasaba al miedo.

Y así, rememorando, pues también me acuerdo de cómo yo misma me quedaba del revés cuando empezaba en la tele alguna película picantona, de esas que mi güela intentaba codificar con su propio cuerpo clavándose delante de la pantalla y dejando asomar tras su torso uno o dos rombos. Pero cuando ella se marchaba a la cocina y cambiábamos de nuevo de canal, entonces yo comenzaba a revolverme en el sofá y tanto, tanto me revolvía, que acababa con los pies en la pared y la espalda en el reposabrazos tratando de bajar el rubor que me producían aquellos primeros besos.

Y hasta al revés llegué a poner algunos discos tratando de escuchar ese mensaje subliminal que al parecer escondían el «Satisfaction» de los «Rolling» o el «Imagine» de John Lennon. Aunque no lo era lo único que te podías encontrar en las cosas dadas la vuelta. También se decía que si te ponías sin querer los calcetines, los pantalones o las camisetas del revés alguien te daría una sorpresa. Y eso fue precisamente lo primero que comprobé, dónde estaba la etiqueta de mi pijama, cuando nada más despertar escuché en la Cadena Ser que el ex presidente del Gobierno José María Aznar había sido nombrado presidente del consejo asesor del Global Adaptation Institute, una iniciativa privada sin ánimo de lucro que, al parecer, aspira a convertirse en una voz pragmática en el debate sobre el cambio climático. Y eso, después de que Aznar se haya pasado años echando pestes y pesticidas sobre los teóricos del calentamiento global. Supongo que los ex es lo que tienen. Y pensé entonces que este mundo está al revés, porque a la noticia de Aznar le siguieron sólo dos días después los cambios de Zapatero en su Ejecutivo, en el que no sólo desaparecen el Ministerio de Vivienda o de Igualdad, sino que además Rosa Aguilar será ministra de Medio Ambiente de un Gobierno socialista, y Leire Pajín ocupará la cartera de Sanidad. Y, bueno, dado su gusto interestelar, supongo que la ex secretaria del PSOE elevará a escala interplanetaria la nueva ley antitabaco, así que no descarto una invasión extraterrestre en los próximos días. Como dice aquel poema de Goytisolo que cantaba Paco Ibáñez cuando yo era niña: «Todas esas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés».