Desde que Newton descubrió que todo lo que sube tiende a bajar no se había conocido un ejemplo tan extremo de la ley de la gravitación como el que acaba de ofrecer el paro en España. Si hace apenas cinco días el número de desempleados menguaba en 70.000, ayer no más volvió a crecer en 68.000 por efecto de algún ignorado y sin duda mágico conjuro. O el Gobierno se aclara o ni siquiera los parados van a saber si de verdad lo están o no.

El paro es un fluido misterioso tan difícil de medir como la electricidad que a veces nos facturan con sobrecoste las compañías energéticas. No de otro modo se explica que dos organismos oficiales como el Instituto Nacional de Estadística y el Servicio Público Estatal de Empleo difieran tan radicalmente en su cómputo de la gente sin trabajo.

Basta que el primero anuncie la gozosa noticia de un aumento en la cifra de trabajadores en activo para que el segundo venga a continuación con la rebaja y arroje nuestro efímero gozo a un pozo. Lo único cierto es que el paro sube y baja a la vez, como en las películas de Cantinflas.

Ninguno de los dos sistemas de medida inspira absoluta confianza, pero, si hay que elegir, parecen en principio más creíbles los datos de las oficinas de empleo. La Encuesta de Población Activa que elabora el Instituto de Estadística es precisamente eso: un sondeo basado en preguntas y respuestas con todo el margen de error propio de tal fórmula.

Las cifras del antiguo Inem, sin embargo, responden a la inscripción de parados en una lista, por más que los gobiernos tiendan después a acicalarlas mediante la poda de aquellos que se apunten a un cursillo de formación. Si a pesar de esos afeites y maquillajes el número sigue creciendo, no queda sino deducir que las carencias de trabajo en España son aún más graves de lo que pensábamos.

Tampoco se trata de que el Gobierno quiera esconder la cifra real de desempleo, como algunos desconfiados se malician. Eso sería tanto como hacerse trampas a uno mismo en el solitario: un truco algo infantil que no parece propio de políticos cabales. Lejos de caer en tal tentación, los que ahora están al mando no dudan en ofrecer al público dos distintas y contradictorias cifras para que cada cual elija la que más sea de su gusto. Los optimistas darán sin duda por buena la reducción de 70.000 parados que anuncia la EPA; y a su vez los pesimistas tenderán a creer más bien en el aumento de 68.000 que certifican los servicios públicos de empleo. Alguien dijo que un pesimista es en realidad un optimista bien informado, de modo que tal vez no haya tanta discrepancia como parece entre las dos posturas. Simplemente, puede que nos falte algo de información.

Números aparte, lo que acaso importe sea la tendencia: y ésa es bastante inequívoca. El propio Gobierno, que últimamente ha perdido aquel talante risueño que tanto encanto le prestaba, admite ya sin más vueltas que el empleo no aumentará hasta bien entrado 2011 o comienzos de 2012.

Ésa es la versión optimista. La otra, sostenida por no pocos organismos internacionales, sugiere que aún pasarán cuatro o cinco años antes de que una mejora de las circunstancias sirva de estímulo a las empresas para contratar con un poco más de alegría que hasta ahora. Algunos cenizos van todavía más lejos al augurar que el verdadero descenso del paro no se producirá de golpe, sino gradualmente y por mera falta de trabajadores en situación de perder su empleo. Pero tampoco hay que ponerse en lo peor. Si la ley de la gravitación establece que todo lo que tiende sube a bajar, malo será que ese principio no se aplique -antes o después- a la mengua de las cifras de desempleo en España. Con un Gobierno capaz de demostrar que el paro sube y baja al mismo tiempo, nada es imposible.