No sé si Luis de Guindos llegará a ver desde el Gobierno la nueva guerra del Golfo, y eso que está al caer, pero es que el ministro de Economía -ahora comprendo por qué sale en todas las fotos con esa cara- está tragando a diario no el sapo que todas las mañanas debe desayunar con el cargo cualquier prohombre de la política, sino una bandeja entera de batracios, y eso parece demasiado incluso para un estómago de hierro financiero.

Guindos recuerda mucho a Boyer por la soberbia implícita, porque vale más que los que le rodean o al menos eso cree y porque ni uno ni otro pintan nada en un entorno socialista, sea el PSOE o el PP. Por si no se entiende conviene recordar que hay socialistas en todos los partidos -según sentenció Hayek- o, a más a más, todos los partidos son socialistas mientras no se demuestre lo contrario.

Boyer duró dos años y medio, pero Guindos, teniendo en cuenta que la guerra del Golfo puede desatarse la próxima Luna llena -vamos, el lunes-, puede irse para casa con la mismísima caravana de regreso de los generosos Reyes Magos y sus esforzados camellos, ya que tras la subida progre de impuestos se anuncian para el jueves más medidas en la misma línea de izquierdas y en nada una reforma laboral de pega.

El otro día el economista Alberto Recarte decía que ya no hay nada a la izquierda del PP, ha rebasado incluso a IU. Por eso las medidas recién arrojadas al rostro de los españoles son letales, especialmente para los pobres. Con Montoro en el papel de Alfonso Guerra los descamisados están perdidos.

Además, Guindos tiene el mandato, dicen, de reordenar las finanzas y meterle mano al búnker más crudo. Misión imposible, ahí sólo puede fracasar, visto desde sus postulados liberales.

¿Entonces? Supongo que no hará nada, se limitará a obedecer a Merkel como hace Rajoy y en paz, aunque haya guerra... en el Golfo, claro.