Se ha consumado lo barruntado y después ya anunciado: la empresa ferroviaria de ancho métrico Feve se disolverá, y cuando hablamos de disolución tenemos que tener mucho cuidado para discernir lo que el Gobierno Rajoy quiere decir. Uno, que la infraestructura de Feve pasa al ADIF (Administrador de Infraestructuras Ferroviarias), y que circulación, material móvil, explotación, trabajadores, etcétera, pasan a Renfe. Y lo otro, que la empresa se disuelve en la nada, o al menos en una desaparición progresiva cuyos primeros efectos serán la supresión de servicios.

Antes de proseguir, conviene tomar nota de que Asturias, principal territorio de Feve, recibe una nueva puñalada que se suma al ahogamiento de la minería, al acogotamiento industrial por la factura eléctrica, a las tasas portuarias de El Musel, al retraso de las grandes infraestructuras, al ajuste general presupuestario, etcétera, etcétera, etcétera. Demasiado para poder digerirlo sin que echemos un lamento tremendo e incluso una protesta enérgica. Todo ello, hay que reconocerlo, no es un efecto inmediato de que Rajoy haya llegado a la Moncloa hace siete meses, sino de que durante el zapaterato, y aun antes, ya se amasaron lentamente desgracias que ahora la crisis -cada vez más terrible- ha transformado en posibles catástrofes para el Principado.

En el caso particular de Feve, nos hemos cansado de repetir en esta columna que recibía un golpe mortal con la supresión de la estación de El Humedal. Pero, a la vez, mientras sus anteriores mandatarios hablaban de la «vía estrecha cantábrica de alta velocidad» o de estuchar carriles de ancho métrico en el paso ferroviario de Pajares -es decir, proyectos multimillonarios-, la empresa se deterioraba en todos los órdenes. Y una reflexión final, aunque provisional: la excusa de la crisis, que verdaderamente no es pequeña, se lleva por delante servicios públicos de naturaleza básica que difícilmente suplirán instancias privadas en el caso de la red de vía estrecha. A ver si el futuro va a ser sólo de los trenes caros.