El Papa Benedicto XVI, como roca sobre la que descansa la fe de la Iglesia católica, ha convocado el «Año de la fe», que acaba de comenzar con motivo del 50.º aniversario de la inauguración del concilio Vaticano II. En unos tiempos en los que las verdades por Dios reveladas son cuestionadas sin rubor y con osadía, mientras que se admite como digna de crédito cualquier opinión de presuntos expertos en escepticismo y relativismo, es necesario que la fe católica revelada se proclame y se explique sin complejos y con la seguridad y certeza que poseen sus artículos, tal como están expuestos en el bimilenario credo apostólico. Para Benedicto XVI la razón y la fe no sólo no son contrarias sino complementarias, la razón sin fe se extravía en sus contradicciones internas y la fe sin razón conduce al fideísmo fundamentalista. El dicho de Tertuliano: «Creo porque es absurdo» es la negación de la fe y de la razón: algo impensable en una auténtica ciencia teológica, que es mucho más que pura literatura más o menos comprometida con los presuntos valores de la presunta utopía cristiana.

El Papa, siempre un profundo teólogo, nunca ha dejado de portar interesantes reflexiones sobre las cuestiones más importantes que preocupan al hombre contemporáneo: Dios, el mal, el fin de los tiempos, la naturaleza y misión de la Iglesia católica, el futuro de Europa ligado esencialmente a sus raíces cristianas, los graves problemas morales como el aborto, la eutanasia, la proliferación de armas nucleares, el hambre en el mundo y la crisis económica con sus consecuencias gravísimas para gran parte de la población y cuyas causas no son principalmente sólo político-económicas, sino éticomorales.

Sus reflexiones teológicas sobre la fe son de una sobriedad y profundidad realmente admirables; no elude ninguna cuestión controvertida ni espinosa y dialoga con todo aquel que quiere escucharle. La fe no es una opinión más o menos probable, porque no es una forma imperfecta de conocimiento sino que aporta un conocimiento cierto pero oscuro. No se opone a la ciencia porque su objeto de conocimiento es distinto pero no contradictorio. No hay doble verdad, y lo que es verdad desde el punto de vista de la ciencia no puede ser negado por la fe, así como la verdad de fe no puede ser cuestionada por la ciencia. Esta confusión del campo de la fe y el campo de la ciencia fue la causa del famoso caso de Galileo, que tanto han utilizado los enemigos de la Iglesia católica para atacarla, cuando Galileo era un profundo creyente. San Agustín, el genio de Occidente, lo dejó sentenciado de forma definitiva: «creo para entender y entiendo para creer». En la Biblia no encontramos teoría sobre cómo van los cielos, sino verdades para ir al cielo.

Como afirma el teólogo Ratzinger, el saber y la certeza no se alcanzan sólo con en las ciencias naturales, porque así como el ser humano, hombre-mujer, llega a estar seguro del amor del otro sin que pueda someterlo a la comprobación de los métodos de las ciencias naturales, de la misma forma existe una certidumbre acerca de la relación entre Dios y el ser humano de una naturaleza totalmente distinta de las evidencias del pensamiento objetivamente, que destroza y aniquila el amor. Por eso el ateísmo presuntamente científico se basa en la aberración metodológica como es querer someter la existencia de Dios a una prueba científica, sea física o matemática, es lo que llama la escritura insensatez, porque dice el insensato no hay Dios. Para el teólogo Ratzinger, la fe no se puede vivir como hipótesis, sino como certeza que sostiene nuestra vida. Por este ejemplo incuestionable: si dos personas consideran su amor sólo cómo hipótesis que siempre necesita ser verificada de nuevo, eliminan el amor. Pascal afirmaba que el corazón tiene razones que la razón no entiende. La fe no es ni mucho menos un conocimiento de verdades inaccesibles a la razón, sino una experiencia existencial que me afecta como persona en todas las dimensiones. Como afirma el Papa: «La voluntad (el corazón) ilumina previamente al entendimiento y lo introduce con ello al asentimiento que supone la fe. La fe no es sólo ni principalmente creer en unos dogmas abstractos, sino confiar en Jesucristo Camino, Verdad y Vida, que da sentido y fundamento a toda la realidad, incluida mi propia existencia».