Sotres (Cabrales), Rebeca AJA

En vísperas de abrir el negocio se formó una especie de cónclave entre amigos y vecinos para solventar el nombre que debía llevar la empresa. Unos y otros opinaron y cuando todos lo hubieron hecho, María Ángeles Barreiro Vega intervino para zanjar el tema. Llevaba ya ocho meses viviendo en Sotres, donde pocos o casi nadie la llamaban por su nombre. Pusiera el que pusiera al negocio, para todos iba a ser el bar de «La Gallega». Bautizo resuelto.

Así fue como esta gallega de Santiago de Compostela conquistó un nombre y dio fama no sólo a la empresa familiar, la Casa de Comidas «La Gallega», sino también al pueblo de Sotres, donde este mes de diciembre hubiera cumplido 42 años de ciudadanía sotriana. Con la salud resentida desde hace tiempo, su agravamiento desencadenaba, el pasado lunes, la pérdida de una mujer pionera del turismo en Cabrales (labor reconocida en 2008 con el Premio Ascatur, de los empresarios locales). Su muerte ha provocado hondo pesar dentro y fuera del concejo. El último funeral por su alma se celebrará hoy sábado, a las cuatro de la tarde, en la iglesia parroquial de Sotres.

Al frente de la casa de comidas seguirá Ana Moradiellos Barreiro. De ella brotan todas las anécdotas, acontecimientos y pasajes familiares. Ella es «la hija de "La Gallega"» y la hija, también, del «marido de "La Gallega"». Su madre terminó sobrepasando las raíces sotrianas del esposo, Antonio Moradiellos Fernández, quien pasó a ser Antonio «El Gallego». Pero a éste nunca le importó. Hombre muy seguro de sí mismo, prudente, discreto, lector empedernido, de «lealtades inquebrantables y desafectos perpetuos» -describe su hija Ana- y de férreo respeto a las mujeres, él fue la cabeza pensante del negocio, el encargado del papeleo, de ese trabajo poco visible y sin el cual no hay negocio que funcione.

María Ángeles fue mujer muy educada, buena cocinera y de presencia impecable. Cuenta su hija que nunca nadie ajeno a la familia la vio despeinada, desaseada, mal vestida y sin un poco de maquillaje y pintalabios. Su físico acompañó su cuidada imagen. «Era como una madre para los clientes, les secaba la ropa, prestaba ropa de mi padre o les curaba las ampollas. Ella, junto a Sara la del hostal Poncebos y Guillermina la de Bulnes, eran las tres madres de la montaña», cuenta Ana Moradiellos.

«La Gallega» había nacido en Santiago de Compostela. Desde bien niña quedó huérfana de padre, se trasladó a vivir a Padrón, donde trabajó ocho años en el departamento de análisis químicos de Nestlé y, después, a Vigo, donde conoció a Antonio Moradiellos Fernández, natural de Sotres y emigrante en el año 1955 a Venezuela, donde había logrado un buen trabajo. Todos los años regresaba un par de meses a Cabrales, viaje que realizaba en barco desde Vigo y ciudad donde conoce, en el año 1960, a «La Gallega».

Los dos se intercambian direcciones y dos fotos, las mismas que vuelven a juntarse cuando ambos se casan y se instalan en Caracas, donde crían a Josefa «Finita», y a Ana. Las mismas fotos que en abril del año 1967 les acompañan a su último y definitivo destino, Sotres, las mismas que sigue conservando en la casa familiar su hija Ana y que aparecen en este reportaje.

A finales de los setenta, en Sotres, no había ni luz ni carretera (solo llegaba hasta Tielve). Emplearon ocho meses en reconstruir la vivienda familiar. Sin carretera, los materiales para la reforma se transportaban con caballos y la ayuda de los vecinos por el camino de Áliva, abierto por la Real Compañía de Minas de Asturias. El Sotres de entonces era un pueblo de 900 habitantes donde sólo funcionaban dos bares, el bar-tienda del Tío Rumba (el más antiguo de Sotres, puesto que aún sigue abierto) y el Manuel Llanes, que cerró el mismo año en el que la familia Moradiellos Barreiro inauguró la primera casa de comidas y pensión de Sotres.

La construcción de la carretera, en el año 1969, provocó un aluvión de albañiles y carpinteros para arreglar las casas del pueblo, recuerda Ana Moradiellos. También de un tipo de clientela: espeleólogos, fotógrafos, militares y, por supuesto, alpinistas como César Pérez de Tudela. Son muchas las historias que han pasado por la barra del bar y también muchas personalidades.

Antonio Moradiellos siempre fue hombre discreto. Y de muchas vivencias. Su hija Ana repasa algunos pasajes duros de su vida: luchó en la Guerra Civil Española, por dos veces estuvo condenado a muerte, vivió los horrores del éxodo europeo en la frontera hispano-francesa y pasó tres años reclutado para el servicio secreto inglés. Antes de emigrar, trabajó en la construcción de los Saltos del Nansa (Cantabria) y como estraperlista de harina durante 14 años. En el año 1943 conoció al general Sabino Fernández Campo, cuenta Ana Moradiellos.

En 2008, Antonio Moradiellos Fernández moría en su Sotres natal a los 88 años de edad. Ahora le ha seguido María Ángeles Barreiro Vega, «La Gallega», a los 77 años.