Casi lejanos ya los ecos de la LXII Temporada de Ópera ovetense, quizás convenga recapitular acerca de lo que hemos visto y oído a lo largo de la misma, con una programación marcada por algunas bajas notables, pero en mi opinión menos trascendentes de lo que se suponía. Así, en «Simón Boccanegra» hemos visto una notable representación en lo musical, con un excelente Marco di Felice (Simón), una más que correcta Ángeles Blancas (Amelia) a la que un inoportuno proceso gripal le impidió redondear vocalmente su gran labor como actriz, un notable Vitalij Kowaljow (Fiesco) y un insuficiente Giuseppe Gipali que, si bien canta estupendamente, carece del timbre y volumen necesarios para el papel de Adorno (lo cual ya se debía saber tras el Ricardo de la temporada pasada). En cuanto a la escena no tuvo ningún interés y sí algún notorio desacierto, como el chillón colorido de las paredes y los ridículos y sonoros giros de la estructura central. En cualquier caso, obviando la escena, y ateniéndonos a lo musical, lejos para mí de las demoledoras críticas recibidas por la primera función, no creo que Carlos Álvarez hubiera elevado el nivel de las representaciones, pero o bien él, o bien la Asociación, no se han portado bien con el aficionado. Si, como anunciaron los responsables de la temporada, había cancelado por problemas de salud, no se entiende que estuviera en Roma cantando en las mismas fechas. Si, por el contrario, tras su operación de garganta y ante la dificultad vocal del Simón, hubiera solicitado la anulación del contrato, y la Asociación hubiera consentido en función de las buenas relaciones existentes y comprendiendo las circunstancias por las que atravesaba el artista, ésta debiera haberlo dicho claramente. Y no hubiera pasado nada. Los aficionados saben que no es lo mismo cantar el Simón Boccanegra que el Ford de «Falstaff».

En «Ariodante» hemos asistido a una más que notable versión musical, muy equilibrada en voces, con actuaciones sobresalientes de Verónica Cangemi (Ginevra) y Alice Coote (Ariodante), buena labor orquestal y unas escenografía y dirección escénica que si bien eran estéticamente brillantes, sobre todo en el primer acto, no tenían mucho que ver con el libreto de la ópera. Desde luego quien viendo la función haya entendido la historia a la que Haendel puso música es persona digna de admiración. Como considero que el director de escena es un intérprete más de la obra -obra que tiene su legítima autoría- y no siguió para nada lo que el autor escribió, en mi opinión la función no fue merecedora de los tremendos elogios con que fue acogida. Como en tantas ocasiones el regista no sirvió a la ópera, sino que se sirvió de ella. A destacar la contratación de un maestro de esgrima para enseñar a los cantantes a batirse. Cosa que por cierto hicieron bastante mal a pesar de las enseñanzas del experto. Dinero, por tanto, gastado inútilmente.

El «Don Juan» situado en el ecuador de la temporada también tuvo una notable altura musical, funcionando el reparto, si no de manera totalmente homogénea, sí con la suficiente entidad, exigible a una temporada con pretensiones. A destacar el Leporello de Simón Orfila, la Donna Ana de Cinzia Forte y la Zerlina de Ainhoa Garmendia. Sorpresa agradable la del tenor Antonio Lozano como Don Octavio, que sustituía al inicialmente previsto Celso Albelo. Y elementos escénicos en plan «moderno» que fueron soportables, pero que en más de una ocasión se apartaban de la intención de Mozart. El caso más flagrante fue la escena entre Zerlina y Musetto del segundo acto, en la que, tras la paliza recibida por el aldeano a manos de D. Juan, el afamado Alfred Kirchner cuelga a Musetto de un garfio, y Zerlina se dedica a columpiarlo. Acción que fue recibida por el público con notorio alborozo, pero que despojó al relato de la sutil y elegante sensualidad que la escena lleva implícita tanto en el texto como en la música.

La mala suerte de la indisposición del tenor Roberto Arónica, lastró las representaciones de «Tosca», quizás en conjunto las más flojas de la temporada. Ni la sólo discreta Hasmik Papian, ni los sucesivos tenores (mejor Ferrero que Roy) que fueron interpretando al pintor Cavaradossi, dieron el nivel exigido para una ópera de estas características, en las que quedó como única referencia el Scarpia de un quizá demasiado maduro Joan Pons. La genialidad del director de escena de trasladar la acción a los momentos previos a la II Guerra Mundial, propició entre otros el chocante momento de oír a Cavaradossi celebrar la victoria de Napoleón Bonaparte ante Melás en presencia de un retrato de Mussolini. Retrato que terminó encima del cadáver de Scarpia sustituyendo al consabido crucifijo.

No es «Ariadne auf Naxos» la ópera que yo hubiera programado para este curso intensivo del repertorio de Richard Strauss en el que llevamos inmersos estos últimos años. Me parece que para el conocimiento de un compositor hay que empezar por sus óperas más famosas. Y tras «Salomé» y «Elektra» yo creo que tocaba «El caballero de la rosa». Pero claro, «Ariadne» permite más libertad de «creación» al director de escena, que parece ser que es de lo que se trata. Bastante correcta en lo musical la ópera que estrenó la temporada, la escena y su director, el inefable Philippe Arlaud, fue sólo soportable, aunque eso sí, con cambio de época incluido. Lo peor, las declaraciones del mencionado Arlaud, que dijo que en materia de cantantes él lo tenía muy claro: al que no hacía lo que el decía, lo echaba sin más. Y no pasó nada.

Tremenda dictadura a la que los aficionados a la ópera estamos sometidos, desgraciadamente en casi todo el mundo. Pero que esto pase en Oviedo, ciudad a la que se le supone una tradición operística contrastada, es lamentable. Ése es el Norte que guía la programación de los últimos años. Y los aficionados veteranos borrándose o intentando vender las entradas de la mayoría de las óperas. Si los responsables de la temporada, en vez de preocuparse tanto de los directores de escena -y de los maestros de esgrima- se hubieran preocupado de traer a una soprano para Tosca de primera línea, y un tenor para Adorno de garantías, de seguro se hubiera contentado a mucha más gente. Y se hubiera redondeado, al menos musicalmente, una temporada quizás excesivamente dramática, que no nos dejó ni un momento verdaderamente ilusionante que recordar.