Ángel FIDALGO

En el hotel de La Reconquista Rufino Presa pasó treinta y ocho años de su vida. Este conocido camarero llegó con la apertura del bar americano y paradójicamente se jubila coincidiendo con su cierre.

Lamenta este cierre y también que la cafetería redujera considerablemente su horario, porque sostiene que distorsiona la imagen de este hotel de referencia en Oviedo.

Testigo mudo de secretos y conversaciones de dirigentes de todo el mundo, quiere retirarse con discreción. «Nunca puse el oído en ninguna conversación, pero así y todo no pude evitar enterarme de comentarios hechos con carácter reservado de los que no debo hacer ningún comentario. Pero si las paredes del bar americano hablaran...».

Lo que no tiene ningún inconveniente es en recordar alguna anécdota. «Nunca podré olvidar el revuelo que se armó en el hotel cuando el Príncipe Felipe, que entonces era sólo un niño, ya que era la primera o la segunda vez que asistía a los premios, se escapó de la habitación. Al final apareció tan tranquilo jugando en la cafetería, que es donde le apetecía estar. Nadie se explicaba cómo pudo haberlo hecho. Tendría ocho o nueve años y era un crío muy simpático y hablador, como lo sigue siendo ahora. Creo que lleva el mismo camino que su padre».

Del Rey comenta que en el hotel «siempre se comportó como un cliente más, y con nosotros hablaba a la mínima. Una excelente persona, se le ve muy campechano».

De la Princesa Letizia destaca su facilidad para relacionarse «porque es muy agradable y tiene buena conversación, igual que pasa con la Reina».

Pero la persona que más impactó a Rufino Presa fue Javier Pérez de Cuéllar cuando era secretario general de las Naciones Unidas, con el que entabló frecuentes conversaciones.

También le sorprendió la cercanía de Lula da Silva, premio «Príncipe de Asturias» de Cooperación Internacional, cuando era presidente de Brasil. «Enseguida sacó su vena sindicalista y se interesó por nuestras condiciones de trabajo. Me dijo que lo importante es defender los derechos de los trabajadores, pero también al empresario cuando se veía que hacía un esfuerzo para sacar su proyecto adelante».

Tampoco quiere olvidar los días en que se alojó Michael Jackson cuando dio un concierto en el antiguo Carlos Tartiere; o al legendario ex «Beatle» Paul McCartney que «estuvo por la noche tomando unos aperitivos en el bar americano y me pareció una persona muy agradable». Llegó a conocer tanto a las personas que asisten todos los años a los premios «Príncipe» que ya sabe lo que le van a pedir, dependiendo de la hora o de las compañías.

«A la Reina y a la Infanta Elena les gusta mucho el tomate preparado, que también pedía el entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, cuando las acompañaba al bar americano o incluso a la cafetería de la planta de abajo».

En todos estos años también escuchó muchos comentarios sobre Oviedo, que mejoraban según cambiaba la ciudad. «Todos elogiosos. Una ciudad bonita, moderna, limpia y acogedora, que gracias a estos premios era conocida en todo el mundo, es lo que más repetían».

¿Se marcha con nostalgia? «Lo hago más bien con pena. Tuve la suerte de vivir los momentos de esplendor de este hotel, en las décadas de los años ochenta y parte de los noventa, y ahora no sé si es por la crisis económica que se están haciendo cambios que yo considero que perjudican su imagen, como el cierre del bar americano, sin ir más lejos. Sí, marcho con pena».