Flamenco y jazz caliente pusieron colofón el pasado viernes a las ocho noches de «Jazz y músicas del mundo» que habitaron la plaza del Paraguas por San Mateo. Catorce conciertos que respondieron de modo fidedigno al eslogan pretendido desde ese escenario. Baste como ejemplo citar al percusionista Pablo Martín Jones Johnstone (Eliseo Parra, «Zoobazar»), de ascendencia estadounidense, y a Fernando de la Rúa, guitarrista brasileño, ambos como pareja acompañante y de lujo para el gran Falo Jiménez, cantaor de flamenco, universal y asturiano de vuelta a casa. Para agradecer.

Funk y bossa, jazz y folk, tradición y rhythm & blues, groove, soul y flamenco para la despedida. ¡Y qué lección de flamenco! Se presentaba ante su público -aún con desconocimiento de muchos- el gran cantaor, maestro, divulgador y estudioso asturiano del flamenco «en movimiento» Falo Jiménez. Han pasado muchos años (algo más de un cuarto de siglo) desde sus primeros pasos en la peña Morente de Oviedo y, desde entonces hasta hoy, grandes escenarios del mundo y compañías de baile en Estados Unidos como residente, el nombre de Falo Jiménez fue ganando adeptos e incondicionales, pero con escasa presencia en Asturias. No era preciso venir a Oviedo para mostrar esa grandeza que le conceden -con razón- los entendidos, pero ya en casa no se puede hacer nada mejor que, partiendo desde la sencillez, convencer y rendir al numeroso público dispar.

Falo Jiménez, con sus modos sencillos pero únicos, impartió más que un concierto, una clase magistral, para ser rendido por los cantes tradicionales y los múltiples palos del género que enriquecen artistas como él. El nombre del asturiano Falo Jiménez lleva años ligado al de un selecto grupo de enamorados y estudiosos del flamenco que optó por la renovación del género, por la innovación respetuosa preñada de matices y rítmicas sutiles y personales, pero atadas a la pureza y a la originalidad de lo auténtico. Con su voz culta y clara, Falo Jiménez invitó el pasado viernes a un viaje por los viejos cantes recuperados en la zona de Gallocanta (Aragón) para abrir sesión y seguir con las bulerías -de reminiscencia asturiana- y con el fandango «universal del folclore de todos los pueblos de España», como el mismo Jiménez recalcó. Y, como regalo, la siempre compleja soleá, «compleja y rica soleá». Aplausos sentidos y de sorpresa también dieron paso a «los trabajos de campo que rescatan nombres anónimos», señalaba Falo, «como la Anonda o los Talega, que tanto han hecho por el flamenco desde ese anonimato igualmente rico». Más lecciones etnomusicológicas para ir diciendo adiós con una preciosa y poética «Guajira» fuertemente enraizada desde que fuera la primera grabación de cante flamenco hecha en 1889. Curiosidades como ésta pudieron vivirse con el encanto de un concierto sin algarabías que también se iría, antes de los bises, con brío, verso y sorna por esa «Montañesa» tan aplaudida y palmeada que llevaba rúbrica asturiana para una gran tarde de flamenco.

Tras él, dos horas finales para el «latin jazz» de otro maestro muy demandado para las tablas y las grabaciones que ya tenía experiencia («Ketama», Pastora Soler, Zenet, Lolita, Eliades Ochoa) en los escenarios asturianos. Manuel Machado, maestro trompetista cubano afincado en España hace años (larga la sombra de «Irakere»), se acompañaba del gran pianista Artu Mena, del puntilloso y detallista «drummer» Ramón González, del bajo de Juan José y las percusiones de Juan Viera. Directo envolvente, swing acerado pero sedoso, fusión de funk enérgico, jazz y rhythm & blues para lisérgicas dosis de «smooth sound» y los ritmos latinos del género que también adornó el vital sexteto de Machado con samba y rumba contando de cuando en cuando con la colaboración de maracas veteranas y saxos de «cubanos residentes». Movido colofón para el notable cartel ofrecido esta semana en la plaza del Paraguas.