La víctima del parricidio de Ribera de Arriba: una rotonda maldita para el exminero que se convirtió en "un ángel" de Silicosis

El asesinado en El Picón iba para cura, casi muere en el pozo Nicolasa y se ganó fama de "hiperservicial" como celador en el viejo HUCA

Vista panorámica de la vivienda donde vivían juntos el parricida y su padre.

Vista panorámica de la vivienda donde vivían juntos el parricida y su padre. / Fernando Rodríguez

"Era como un ángel, una persona hiperservicial y siempre predispuesta a echar un cable". Así recuerdan varias trabajadoras jubiladas del servicio de Silicosis del viejo HUCA a Miguel Ángel Muñiz, el hombre de 73 años decapitado por su propio hijo la noche del lunes en El Picón, del que dan fe de su fama ganada a pulso como uno de los celadores más apreciados del antiguo complejo sanitario del Cristo. Aunque su faceta más conocida fue la sanitaria, quienes mejor lo conocían afirman que Muñiz escondía una vida cargada de trabajo, espíritu de superación y entrega por los demás. "Supo reinventarse y siempre salir hacia adelante", explica Gelu Montes, amigo de siempre del fallecido.

La vida de Muñiz se frenó en seco en el mismo pueblo donde pasó toda su existencia. Su abuelo era de El Picón y su padre, Joaquín, mantuvo el arraigo en el pueblo a pesar de casarse con la catalana Matilde Caldero, que también echó raíces en la pequeña aldea riberana.

Su madre murió en un atropello en el mismo punto de la glorieta en el que su hijo sembró el caos

Miguel Ángel era el segundo de dos hermanos. Su madre, muy religiosa, quería que fuera cura y lo envió a estudiar al seminario. La apuesta no cuajó y el padre decidió que la mina sería una mejor opción. Comenzó a trabajar en el pozo Nicolasa y pronto se ganó el respeto como buen vagonero. Cuando parecía haber encontrado acomodo laboral, la desgracia se cruzó en su camino. Sufrió un grave accidente en el que quedó atrapado junto a otro compañero. "Estaba enterrado más de medio cuerpo, consiguieron rescatarlo, pero estuvo dos días entre la vida y la muerte", recuerda su gran amigo Gelu Montes.

El propio Montes y otros tres amigos acudieron a su rescate prestándose para donar la sangre necesaria para garantizar su recuperación. "Cuando se recuperó nos pagó una comida a todos. Nos dijo que nunca olvidaría nuestro gesto", relata el hombre también originario del Picón.

Arriba, vista panorámica de la vivienda donde vivían juntos el parricida y su padre; junto a estas líneas, las escaleras de acceso y la puerta de la vivienda, precintadas con cintas de la Guardia Civil. | Fernando Rodríguez

Las escaleras de acceso y la puerta de la vivienda, precintadas con cintas de la Guardia Civil. / Fernando Rodríguez

Aunque salió adelante, Miguel nunca más pudo volver a la mina. Sufría una cojera, "que sabía disimular muy bien", y le reconocieron una pequeña minusvalía. Sus allegados no recuerdan la fecha exacta del accidente, aunque lo sitúan "hace unos 40 años". Poco después, no sin mucho esfuerzo, consiguió la plaza de celador, donde ya se consolidó como profesional, además de hacer numerosos amigos entre sus compañeros, con los que seguía quedando tras la jubilación para hacer salidas de montaña. "Le encantaba", explican, mientras echan la vista atrás observando una de las fotos que se tomó con el emblemático Picu Urriellu de fondo.

Más allá de sus avatares profesionales, Miguel Ángel también logró construir una familia. Se casó con una moscona, con la que tuvo tres hijos, y todos ellos se criaron también en el pueblo de sus amores y antepasados: El Picón.

Tras la jubilación, pudo volcarse en hacer salidas de montaña con sus excompañeros del hospital

Sin embargo, no todo fueron alegrías en su querida aldea riberana. En 1991, la familia vivió toda una tragedia. Matilde Caldero, la matriarca, perdió la vida a los 79 años al ser atropellada por un turismo cuando cruzaba la carretera nacional a la altura de la térmica de Soto de Ribera, en un cruce ubicado justo en el mismo punto donde hoy día se encuentra la glorieta en la que su nieto y autor del crimen, Pablo Muñiz, sembró el pánico entre los conductores la noche del lunes, arrojando su cabeza a los coches y jugando con ella como si de un balón de fútbol se tratara.

A pesar del duro golpe, la familia siguió adelante. Miguel Ángel se refugió en sus tres hijos. Hace unos años se separó de su mujer, y aunque esta se trasladó a vivir a su Grado natal, todos siguieron vinculados a El Picón. Pablo, el mayor, pasaba temporadas con uno y con otro, aunque últimamente se le veía mucho por Ribera. Su hermana vivió en la parte de abajo de la casa familiar hasta que se trasladó fuera de la región por motivos laborales en tiempos relativamente recientes.

Sin embargo, los vástagos no eran tan populares en el municipio como el cabeza de familia. No se prodigaban mucho en la vecina localidad de Soto de Ribera. "El padre sí era bastante conocido, pero los hijos no hacían mucha vida por aquí", comentaban ayer en los bares y comercios de la localidad.

"Muy majo, extremadamente educado, sociable y gran amante de las pequeñas cosas de la vida". Son solo algunas de las palabras empleadas por los amigos y excompañeros del "ángel" del viejo HUCA, al que el destino no pudo deparar un final más trágico y cruel.

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