Inés tiene 15 años, estudia cuarto de la ESO en un instituto de la zona central asturiana y está harta de disimular lo que sabe. Es estudiante de notable para arriba, así ha sido siempre desde Primaria. Tiene las ideas claras salvo en lo referente a sus estudios superiores. Aún le quedan dos años de Bachillerato para elegir carrera. De los compañeros que han iniciado con ella la ESO, hace cuatro años, apenas quedan una decena y media en clase. Una clase complicada en la que un grupo pasa de todo, otro grupo vive una tormenta hormonal que lo sitúa en el limbo, un tercer grupo hace lo que puede y un cuarto grupo -apenas tres escolares- conforman eso que en términos académicos se conoce como excelencia. Pero, cuidado, que el medio es hostil. Mejor no levantar la mano, mejor hacerse la tonta, mejor no demostrar demasiado interés, mejor no interrelacionarse demasiado con los profesores. O marcada para siempre. Esta semana los alumnos de la clase de Inés recibirán las notas. Suspender es difícil en este sistema absurdo de evaluación continua donde el alumno se examina lección por lección. Y si suspende, recupera; y si suspende la recuperación, pues otra. Y si no hay manera, un último examen final... Asturias tiene la tasa de fracaso escolar más baja de España, apenas un 15%, pero ¿a qué costa? No hay que regatear méritos, sin embargo, al sistema educativo asturiano, comenzando por sus más de doce mil profesores, el mejor valor, porque en otras comunidades el paternalismo escolar es el mismo, y ni así. España, con el 30% de fracaso escolar está a la cabeza de Europa. La Unión Europea ha puesto metas: 15,5% de fracaso escolar en el horizonte del 2010. España ni se va a acercar... Un fracaso que tiene nombre de varón.

Una de cada diez chicas asturianas que comienzan la ESO va a abandonar antes de que finalice este ciclo de enseñanza obligatoria. En los varones, la tasa de fracaso se duplica, como poco. Y eso en el Principado. Hay provincias andaluzas en las que el fracaso escolar en la ESO se acerca, en alumnos varones, al cincuenta por ciento. El fracaso escolar es fundamentalmente masculino. Ellos y ellas inician su vida escolar en igualdad de condiciones, pero algo falla en el engranaje. Todos son víctimas de la LOGSE, esa macabra maquinaria de fabricación de analfabetos funcionales («¿Benito Mussolini? No me suena», aseguraba en clase un universitario de primer curso en Asturias hace unas semanas), pero en un momento dado -los expertos fechan el inicio de la brecha en los diez años- se produce el parón académico en los niños. Es en ese momento cuando ellas consolidan un «sentido del logro escolar» y ellos «una tendencia a la dispersión de intereses», en palabras del director del Departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo, Vicente Peña. ¿Una cuestión de biología? «La biología influye, pero no lo explica todo».

Es en esos diez años cuando los distintos niveles de maduración empiezan a ser notorios. Se dice que hay un año de adelanto por parte de las chicas. Parece poca cosa, pero es un mundo. Ellas comienzan a formar grupos atomizados, pequeños, intensos y muy unidos, capaces de pasarse el recreo en conversación. Ellos son más gregarios, componentes de grupos amplios y más superficiales: la pandilla, que no se disgregará -y nunca se hace del todo- hasta que empiecen los noviazgos. Son felices dando patadas al balón. Peña apunta sobre todo a unos modelos de socialización diferenciados, con base en las familias mismas: «No se les educa igual».

¿Pierden oportunidades las adolescentes estudiando, a ciertas edades, con compañeros varones? Cuando se hace esta pregunta, corremos el riesgo de que la respuesta sea «ideológica», y más en el actual contexto de retirada de conciertos educativos a los dos colegios de Fomento en Asturias. Lo que la Consejería de Educación califica de «segregación» educativa, los centros afectados lo llaman «enseñanza diferenciada», atendiendo precisamente a los distintos calendarios de maduración personal y académica de ellos y ellas. Al margen de ideologías, los resultados de las experiencias realizadas al efecto en colegios del norte de Europa y Gran Bretaña pueden hacernos pensar que la separación de las clases por sexos y en determinadas etapas de la vida escolar no es ningún disparate.

Pero más que educación diferenciada, el pedagogo y psicólogo Valentín Martínez-Otero (Oviedo, 1964), profesor de la Complutense de Madrid, prefiere hablar de «educación personalizada. Hay que procurar adaptarse a la persona todo lo que se pueda. No hay que resignarse a pensar que esto es una utopía». Pero lo cierto es que el profesor se encuentra con 30 adolescentes en clase, treinta mundos distintos, y muchos de ellos en plena eclosión cuando no en franco conflicto. «Yo no tengo nada clara la educación diferenciada, las chicas por un lado y los chicos por otro. Hay que ver si las ventajas son mayores que los inconvenientes». Para Martínez-Otero es necesaria «una mayor labor de orientación, sobre todo en Secundaria».

Una adolescente de 15 años ve a sus compañeros varones de clase como unos críos. Puede reírse de ellos y, en algunos casos, manipularlos. Lo cierto es que el profesor de Secundaria se encuentra en el aula con dos mundos muy distintos, dos perfiles con diferente velocidad. Aproximadamente el 14% de los alumnos varones repiten cada curso en la ESO en Asturias, mientras que el porcentaje de fracaso femenino se queda cuatro puntos por debajo. En el Bachillerato, fase escolar en la que se supone que hay una mayor motivación general hacia el estudio, el fracaso masculino es de casi 11 puntos, y el femenino no llega a 9. Esos dos puntos de diferencia se suelen dar entre los aptos en la PAU, puerta de entrada a la Universidad, aunque las diferencias están aquí mucho más matizadas. En todo caso hay datos que llaman la atención en esa prueba de Selectividad donde cuenta la nota del examen y la del expediente académico. Busque usted las cincuenta mejores notas globales y se encontrará con no menos de 35 nombres femeninos. Ocurre en Asturias y en toda España. Ocurre en general en toda Europa, pero las diferencias son más evidentes en el Sur que en el Norte del continente. Que cada cual saque sus conclusiones.

La tradición dice: ellas son buenas en Lengua, ellos en Matemáticas. Pero lo cierto es que cuando diseccionamos los resultados de las pruebas PISA, ésas que sitúan a España en el furgón de cola de la educación mundial, los expertos intuyen cambios: «Ellas mantienen su supremacía en Lengua, pero acortan distancias en Matemáticas, e incluso hay variables de rendimiento matemático en las que ya superan a los chicos», dice José Vicente Peña. Algunos pedagogos inciden en el hecho de que las niñas tienen por lo general mayores aptitudes verbales que los niños desde muy tempranas etapas de su infancia y que precisamente esa característica les sitúa en posición de salida más ventajosa cuando llegan las primeras exigencias serias de estudio.

En España el porcentaje de varones que se gradúan en Secundaria (ESO) es catorce puntos menos que el de mujeres. Ellas arrojan cifras europeas, porque de cada cien niñas que comienzan los estudios, 77 acaban la Secundaria Obligatoria. La brecha de graduación en el Bachillerato es estratosférica (63% ellas y 37% ellos. Sin comentarios). El 58% de los jóvenes que llegan a la Universidad española son mujeres, y también aquí hay diferencia de rendimiento, porque las chicas aventajan en siete puntos a sus compañeros universitarios a la hora de las licenciaturas.

«Ellas son más disciplinadas, más aplicadas y se adaptan mejor a las exigencias de los centros educativos», dice Martínez-Otero. «Hay razones psicobiológicas que explican las diferencias, y esas razones son las que obligan a las mujeres a asumir desde el principio más responsabilidades».

Inés recibirá esta semana sus notas. Junto a ella, todos sus compañeros. Aprobarán muchos más de los que se lo merecen porque funciona la política de «café para (casi) todos». En el peor de los casos, algunos aprobados serán de los de despacho atendiendo a las circunstancias personales y familiares del alumno. Inés pensará que para qué tanto esfuerzo, y los aprobados por misericordia pensarán que hicieron bien en no clavarla. Ahora, un verano, y dentro de tres meses, más.

Las chicas

1.- Las chicas maduran antes desde el punto de vista biológico y psicobiológico.

2.- Ellas son más disciplinadas y tienen mayor capacidad para adaptarse a las exigencias del centro.

3.- Ellas suelen ser más ordenadas, controlan mejor los tiempos.

4.- Según estadísticas nacionales, por cada hora de estudio de un varón, las chicas estudian dos horas y media.

5.- Ellas son más capaces de fijarse metas, objetivos concretos. Y tienen más claras las prioridades.

Los chicos

1.- Ellos son más dispersos y, por tanto, con menor capacidad de atención y concentración.

2.- Los varones sufren cambios de comportamiento más evidentes en las etapas de la adolescencia.

3.- Sus aficiones y actividades extraescolares, a veces alentadas y jaleadas por la familia, les roban mucho tiempo.

4.- Los varones juegan unos roles en clase que los «obligan» a participar poco y a no demostrar interés lectivo.

5.- Ellos son más gregarios y están más condicionados a la opinión del grupo.

El efecto Pigmalión, uno de esos eternos motivos de estudio en el área de las Ciencias de la Educación, es el resultado de las distintas expectativas que los profesores ponen en cada uno de sus alumnos, atendiendo a sus rendimientos y, sobre todo, a sus actitudes. Los distintos comportamientos en clase de los alumnos generan formas de trato también distintas por parte de los profesores, que tenderán a focalizar sus esfuerzos docentes en aquellos alumnos más receptivos. Estamos ante el peligro de una brecha, una más en el sistema educativo. «El profesor tiende a verse reforzado por el alumno atento y participativo; la interacción genera siempre refuerzos mutuos», dice Valentín Martínez-Otero.

«Mientras el chico gasta energías en enseñar pelo tratando de convencer a los demás de que es el gran macho director de la manada, la chica va a lo suyo». Cuestión de prioridades a la hora de plantearse su papel en las aulas. El catedrático de Lengua, Francisco García Pérez, coordinador del suplemento de Cultura de LA NUEVA ESPAÑA, tiene claras las principales causas de la brecha académica y del mayor fracaso masculino. «Ellos responden a unos patrones de comportamiento, heredados a veces de los abuelos, que son los que los cuidan. Y el abuelo les dice que un hombre tiene que ser siempre un hombre, y cosas por el estilo». Son patrones antiguos pero que extrañamente persisten y que obligan a los varones a un gasto de energía que les impide asimilar y concentrarse en otras cosas.

El chulito ingenioso que en el fondo encierra a un romántico con corazón de poeta. Es un perfil que va como un guante a un sector de quinceañeros que cree basar parte de su éxito social en el centro educativo en la actitud de rechazo hacia la figura del profesor. Rechazo al sistema, que en la mayoría de los casos se queda en mera anécdota pero que en ocasiones deriva en conflicto. Ocho de cada diez alumnos conflictivos son varones.