Periodista y escritor, autor del libro «La gran aventura del Reino de Asturias. Así empezó la Reconquista»

Oviedo, Eduardo GARCÍA

-¿Cómo se imagina la batalla de Covadonga?

-Hablamos de una época en que rara vez una batalla comprometía a más de cinco mil hombres por bando. Hay quien dice que Covadonga sólo fue una escaramuza militar, no lo sé, pero lo importante de Covadonga es su valor fundador. De esas montañas nace un reino.

José Javier Esparza (Valencia, 1963), periodista y escritor, ha buceado en los orígenes de la identidad nacional con su último libro «La gran aventura del Reino de Asturias. Así empezó la Reconquista», editado por La Esfera de los Libros hace algunas semanas. Especializado en divulgación histórica, Esparza ayudó a poner de moda el género con su programa «La estrella Polar» en la COPE. Es autor, entre otros, de dos libros, «La gesta española» y «España épica».

-¿Y cómo «llega» hasta Covadonga?

-Siempre me pareció un fragmento fundamental de nuestra historia que, por cierto, estaba ignorado por la industria cultural. En total olvido.

-Quizás alardear de la Reconquista no sea hoy políticamente incorrecto.

-Todo lo que supone ese asombroso inicio de la Reconquista ha estado en los últimos años olvidado, pero muy conscientemente. Tiene que ver con el abuso de identificación que se produjo durante el franquismo, y porque uno de los rasgos característicos de nuestra cultura tiene que ver con la abominación de nuestra propia identidad. Somos el único país del mundo que se ha creído su leyenda negra. Pero la gente tiene necesidad de reconocer la historia que se le ha querido hurtar, porque tenemos razones para estar orgullosos de esa historia.

-¿La Reconquista es?...

-Un hecho impresionante, una gran aventura popular, por encima de las estrategias de los reyes. Desde Pelayo mismo, quien conociendo todos los peligros que ello suponía, se va al monte e inicia algo trascendente. En comparación con la Reconquista, la conquista del Oeste es un agradable paseo por el parque de El Retiro.

-Pelayo. Todo un misterio...

-He oído por ahí que se trataba de un príncipe bretón: es tocar los cojones. Existió, es obvio, y yo lo sitúo como un personaje procedente de una familia hispanogoda, con alguna autoridad y reconocimiento como líder, y con propiedades familiares en la zona. Se jugó el cuello por defender una identidad. Al menos, una identidad frente al enemigo.

-Es que el enemigo sí que une.

-Y sobre todo un enemigo que no sólo trae un poder ajeno, sino que hace cambiar radicalmente la vida de la gente, y nada menos que su propia religión. Un nuevo poder que convierte a los cristianos en personas de segunda categoría.

-Se da por buena la teoría de que los árabes no son al principio muy conscientes de lo que pierden en Covadonga. En sus crónicas, se trata de un enfrentamiento muy menor.

-Las crónicas, de ambos lados, cuentan sólo una parte, pero nos permite reconstruir un escenario general. Hay mucha manipulación, está claro. Yo creo que el enemigo tardó poco en darse cuenta de las consecuencias, intentó muchas veces acabar con aquel recién nacido Reino de Asturias y no lo consiguió. Enfrente, los musulmanes se encontraron con mucho talento político, una sucesión de monarcas que fueron gente descomunal. Alfonso II, por ejemplo, es un prodigio de inteligencia. Y paralelamente, en un lugar de los Picos, el Beato de Liébana redacta la justificación ideológica del Reino.

-Quedaba aún mucha tierra por reconquistar.

-La grandeza de todo aquello la ves cuando se echa una ojeada al mapa. En una época en que cubrir 50 kilómetros era toda una proeza, aquella España pobre lo consigue desde Asturias y, encima, se permite el lujo de levantar joyas como las del Prerrománico. Los primeros colonos cantábricos cruzan la Cordillera ya a finales del siglo VIII, y en apenas dos siglos el Reino llega desde el Atlántico hasta los montes vascos, y desde el Cantábrico hasta el Duero. Si cogen esta epopeya los norteamericanos, Hollywood se hincha a hacer películas. Nosotros, en cambio, nos quedamos con «El Cid», de Charlton Heston, y con «El Cid Cabreador», de Andrés Pajares.

«Los musulmanes se encontraron con una sucesión de monarcas descomunales: Alfonso II fue un prodigio de inteligencia»