La edición avilesina de LA NUEVA ESPAÑA y yo empezamos casi a la vez. En mi caso 30 años dedicado al mundo de la escritura para cine y televisión. Muchas cosas han cambiado en estos años, pero algunas siguen igual, como la constante sensación de estar atravesando una especie de crisis final. El cine lleva décadas supuestamente a punto de desaparecer, en crisis permanente, pero aguanta a pesar de todo.

Al principio era la desaparición de las grandes salas, las enormes pantallas sustituidas por los multicines y las salas apenas el doble de grandes de nuestra sala de estar.

Después llegó la etapa de abandonar el centro de las ciudades para replegarse a ser el complemento de los grandes centros comerciales, de tal forma que en ciudades y villas como Avilés todos fueron cayendo; desde el Almirante al Marta y María, uno tras otro terminaron cerrando sus puertas. Los pequeños empresarios, propietarios de una o dos salas, fueron incapaces en la mayoría de los casos de competir con las grandes cadenas, dispuestas a perder dinero el tiempo que fuera necesario hasta echarlos del negocio.

El auge de las plataformas ha terminado por consolidar la profesión al tiempo que viene a condicionar de un modo nuevo y hasta cierto punto peligroso la creatividad

Jorge Guerricaechevarría - Guionista de cine

Mientras tanto los que quedaron fueron adaptándose para sobrevivir a cambios de todo tipo; desde los tecnológicos, como la digitalización del cine y los nuevos equipos de proyección, hasta el auge de los contenidos vía internet, y la posterior proliferación de nuevas plataformas.

La sangría de espectadores continuaba y cada vez el público parecía reservar sus salidas al cine solo para eso que llaman los “estrenos evento”, las grandes superproducciones capaces de sacar a la gente de sus casas y devolverlas a las salas.

El autocine del Niemeyer, el pasado verano Irma Collín

Y en esto llegó la pandemia para dar la estocada final. Con las salas cerradas durante meses y el público cada vez mas enganchado al televisor/internet, la vuelta se está mostrando complicada y difícil. Las restricciones en las salas después de tantos meses de restricciones de todo tipo no son el mejor terreno para la recuperación. ¿Será este el golpe definitivo? Sinceramente espero que no. Ojalá una vez más la experiencia colectiva del cine en sala demuestre su capacidad para sobrevivir y reponerse a las peores expectativas en un momento que paradójicamente muchos en el sector consideran “la edad de oro del audiovisual”.

Efectivamente, gracias a la proliferación de plataformas la producción nacional está viviendo un momento dulce, enfocada preferentemente hacia el mundo de las series.

No hay equipos suficientes para cubrir los puestos necesarios y, en lo que se refiere al mundo del guion, nunca había habido en estos 30 años tantas oportunidades de vivir profesionalmente de la escritura para el audiovisual. Y quizás este sea uno de los principales cambios que yo he podido ver en estos 30 años.

Cuando empecé podías contar con los dedos de las manos los profesionales que pudieran vivir exclusivamente de su trabajo como guionistas, y hasta a algunos productores les resultaba sorprendente que uno pudiera “comer del guion”

Por suerte esto ha cambiado radicalmente; primero con la llegada de las televisiones privadas, que empezaron a demandar más series y contenidos, pero ha sido sin duda el auge de las plataformas lo que ha terminado de consolidar la profesión al tiempo que viene a condicionar de un modo nuevo y hasta cierto punto peligroso la creatividad.

Cualquier idea que presentes hoy a un productor viene acompañada de la inevitable pregunta: ¿Y esto no podría ser una serie?

Y cualquier idea de serie que se presente tiene que pasar por el filtro del famoso “algoritmo”, la enorme información que proporcionamos desde nuestras casas sobre lo que nos gusta o no nos gusta, sobre lo que devoramos o dejamos a medias.

¿Y cuál es el problema?, se preguntarán algunos: pues precisamente ese, que someterlo todo a la reproducción y copia de lo que nos gustó previamente termina por llevarnos a una repetición constante de la propuesta; algo que puede funcionar a corto plazo, pero que a medio y largo plazo nos condena a perder lo que siempre ha sido el ADN del cine o el audiovisual: la capacidad de descubrirnos algo que esperamos, la capacidad de sorprender al espectador y crecer con él.