Oviedo, M. I. S.

Las dificultades de la vida en la Asturias de 1810 y la dimensión social del conflicto bélico configuran el punto de partida del fascículo número 37 de «La Guerra de la Independencia en Asturias», que mañana se entrega con LA NUEVA ESPAÑA. En una región dividida, con las tropas francesas detenidas en la línea que forman los ríos Nalón y Narcea, con el occidente asturiano ejerciendo de «resistencia», «la alteración total de las actividades económicas» que se desarrollaban en el territorio asturiano condujo a situaciones de carencia y miseria en esos años centrales de la «maldita guerra de España», como se dio en llamar en Francia la contienda que los ejércitos de Napoleón libraron al otro lado de los Pirineos.

La ocupación provocó una situación de necesidad en la sociedad de la época que el fascículo analiza con profusión. Se relata, de este modo, que la recluta para el Ejército dejó sin brazos la actividad agrícola y ganadera, y que la ocupación paralizó buena parte de la producción industrial, como la de las fábricas de armas de Oviedo y Trubia, cuyos trabajadores se trasladaron a Vegadeo, donde reanudaron su trabajo en medio de grandes dificultades.

Además, la pequeña industria local pasó más de una penuria para satisfacer la demanda de productos generada por la propia guerra -camisas, uniformes, calzado...-, por no hablar de las necesidades que provocaba el propio alimento de la tropa.

De la necesidad da idea la circunstancia documentada en el texto de la escasez de papel incluso para fabricar cartuchos. Éstos se elaboraban entonces con un cilindro de papel cerrado en un extremo por una bala esférica de plomo y relleno con unos doce gramos de pólvora. Pero la escasez también llegó al papel, lo que llevó a la Junta Superior a ordenar, entre las múltiples requisiciones que se organizaron para paliar la situación de desabastecimiento, una de este producto, llegando incluso a utilizar para ello las bulas, los documentos eclesiásticos mediante los que se concedían gracias o privilegios.

La miseria, extendida de la población civil a la tropa, hizo aflorar excesos, actos de pillaje y robos a cargo de los propios soldados y alcanzó incluso a los vocales de la Junta Superior y otros altos cargos. Se cita el ejemplo del cura de Turiellos, Manuel Esteban González de la Laguna, representante del concejo de Langreo en la Junta, y de su exposición de necesidades, realizada en una reunión celebrada en marzo de 1811. La intervención del sacerdote langreano da idea de lo que estaba pasando en la Asturias de la Guerra de la Independencia. «Hace cinco meses que tengo el honor de ser vocal de esta Junta Superior», comienza su relato ante el cónclave reunido en Mohías (hoy Coaña), y en ese tiempo «la grande carestía de comestibles y lo caro de las posadas me han ocasionado gastos extraordinarios; me hallo sin arbitrios para poder subsistir más tiempo a causa de hallarse interrumpida la comunicación con mi casa, de donde me podía venir algún socorro, aunque corto, por estar saqueada varias veces o quizás ocupada por el enemigo. En atención a esto, espero que su excelencia se sirva concederme licencia para pasar a mi curato o adonde pueda subsistir al abrigo de la caridad de algún amigo».

Llegó a tal extremo el desabastecimiento y la miseria que otro cura, el de Quintana, representante del concejo de Miranda, llegó a expresar en uno de sus discursos que «esta provincia no puede sostener por más tiempo la guerra». «Es preciso que todas las tropas que se hallen en ella sin obrar se reúnan para hacerlo ofensivamente sobre el enemigo», remataba José Fernández del Barrio. Llegarían en esta época la batalla del Puelo (hoy Cangas del Narcea), donde las tropas españolas esperaron a las francesas en el mes de febrero de 1811 y que también se narra en este fascículo.