Cadavedo (Valdés), Marcos PALICIO

Si esto es Cadavedo, es que ha llegado verano. Al frente hay una playa casi virgen encajonada entre dos acantilados y arriba, en el saliente de la izquierda, una pequeña ermita vigilante. Se ve y se huele la mar. El pueblo es un gran verano con playa en la memoria de Santiago Menéndez de Luarca Navia-Osorio, según su autorretrato «un periférico de Cadavedo» con casa en Ribón, a cuatro kilómetros sin salir de la parroquia, y una singular capacidad para oler el pueblo a varias décadas de distancia. «Es difícil definir los olores», asume, pero si hay algo que asalta la memoria en la primera mención de Cadavedo es el aroma tan propio de aquella playa, «una mezcla entre mar y ocle, parte de él entrando ya en fermentación». El recuerdo del olor viene a ser la remembranza proustiana «del tiempo perdido», la confirmación de que aquel Cadavedo sigue presente, de forma literal, «en todos los sentidos». A la vista, mientras tanto, saltan las pulgas «que cogíamos para cebo» en la primera pesca de «esquilas y quisquillas en la parte más oriental de la playa, la del extremo contrario al campo de La Regalina». Aquel niño que anda descalzo, «tan guapamente», por entre las piedras del Pozo Cayón se ve a sí mismo unos años después y constata que ahora no podría, verificando cuánto «nos vamos ablandando con el tiempo».

La imaginación del político asturiano, ex subsecretario del Ministerio de Medio Rural y ex consejero de lo mismo en el Gobierno del Principado, hoy vocal asesor de la subsecretaría, le ha devuelto al entorno en el que muchos años atrás «cogí afición al ganado, a las vacas y al campo». Menéndez de Luarca siente de nuevo aquel empujón que le hizo ingeniero agrónomo y de algún modo hoy le impele a volver a volver a Ribón y a Cadavedo. Con la marea del recuerdo viene también el descubrimiento de aquella primera «denominación de origen», marcada y espontánea, que llama «indias» a las patatas de esta zona, de la parroquia de Cadavedo «como mucho» hasta Cortina. «No he vuelto a oír en ningún otro sitio aquello de "vamos pañar indias"». En el retrovisor se han detenido también aquellos trabajos duros del campo, «las cuadrillas que venían a la siega en las ganaderías grandes», las esfoyazas, las excursiones al molino de Friera, o al de Ribón, cargados con sacos de maíz y tantas otras actividades «que en cierto modo han pasado a la historia».

Nacido premonitoriamente en el edificio de la calle Jovellanos que hoy es la sede de la Agrupación Municipal Socialista de Oviedo, Ribón está desde casi siempre pintando el fondo, poniendo el decorado a los veranos, a las semanas santas y a algunos fines de semana. «Mis dos primeros veranos», rememora, «los pasé en Cadavedo, en lo que entonces era "Villa Hilda" y hoy "Villa Balbina"», y después, hasta hoy, siempre en Ribón desde la construcción de la casa familiar. Se erigió en 1948, «el año de mi nacimiento», se inauguró en 1950 y siempre «desde la ventana de mi habitación en el segundo piso se ha visto la punta de La Regalina. Era lo primero que veía al levantarme». La elección no fue casual. El apellido delata la procedencia aunque no afine demasiado. Originaria de Tineo, «en torno al siglo XV o XVI» la familia baja a Setienes (Valdés) y se establece a continuación en una casa en el muelle de Luarca.

Para el descanso, siempre Ribón, en esta parroquia que en boca de los geógrafos es «un núcleo rural disperso» y que «mi madre definía como un pueblo que no era ni villa ni aldea, sino más bien algo intermedio». Aquel Cadavedo que estaba a la misma distancia que hoy, pero bastante más lejos -«dos horas o dos horas y media desde Oviedo no te las quitaba nadie»- ha evolucionado perdiendo agricultores y ganaderos, pero el político asturiano agradece que el tiempo lo haya dejado «sumido en este equilibrio entre la mar y la montaña», mezclando el aroma del ocle con el de la madera de cuando ésta se tiraba con tronzador. «Me he dedicado a la cata de vinos, los olores son recuerdos» y aquí el ocle en la playa combina bien con «el de las sierras de madera», las dos que han resistido hasta hoy, Méndez y Los Barquitos. No están ya «las tiendas de la época, Casa Sabino y Casa Bernardo, adonde iba a comprar con mis padres», ni de Ribón a Cadavedo van ya a misa en carro las familias numerosas de nueve hermanos, pero a cambio sigue aquí, casi sin tocar, la fiesta muy asturiana de todos los últimos domingos de agosto. La Regalina de antes era menos multitudinaria y estaba más restringida «a una geografía más local, casi únicamente a los concejos de Valdés y Cudillero», pero ha conservado «lo más importante», agradece Menéndez de Luarca, «su espíritu de romería asturiana en un sitio tan particular y sui géneris como el campo de La Garita». Es «el equilibrio entre la fiesta y el paisaje», el preludio de aquella otra «fiesta de la playa, muy entrañable» ya cuando no había «ni altavoces, ni megafonía, ni nada más que un tingladillo que se montaba en la misma playa».

En el paisaje también hay gente, personas «con mucha cultura, nacida y aprendida», y destaca don Juan, el médico. Ese doctor rural, «excelente profesional y persona», que «inicialmente se movía a caballo, luego en moto y por fin en un Seiscientos que se hizo muy famoso, que no era conveniente encontrarse de frente». Animando el panorama del recuerdo sigue María de Sija, «mi madre decía que era una de las personas más inteligentes que había conocido», o Juan, «peón caminero voluntario», un día que Santiago «iba a Luarca en bicicleta y me lo encontré a la ida y a la vuelta, por la mañana y por la tarde, en el mismo cruce de la carretera».

-¿Qué haces ahí?

-Apuntando los coches que pasan hacia Luarca y hacia Avilés. ¿Quieres creer que son los mismos?

También Cadavedo, por expresa voluntad propia, quiere seguir siendo lo mismo. Sin entrar en la enorme polémica de hace unos años, con el pueblo levantado en contra de las pretensiones de hacer urbano el suelo de la localidad, a Santiago Menéndez de Luarca le parece «muy bien el mantenimiento de la esencia rural del pueblo, que no de la pobreza. Ha conseguido mantener una tipología muy propia de Cadavedo, con unos edificios más afortunados que otros, pero conservando esa estructura de la casa con huerta y prao que definió muy bien Ortega y Gasset cuando estableció la diferencia entre Asturias y Castilla y dijo que en Asturias se vive y se trabaja en el campo, mientras que en Castilla se trabaja en el campo y se vive en el pueblo». ¿Será esto esto el desarrollo sostenible? «Cadavedo lo consigue en sí mismo», sostiene, aunque aquí y en todo el campo asturiano la primera certeza confirma que «la agricultura y la ganadería son necesarias para mantener un medio rural vivo. No suficientes, pero necesarias».